Capítulo 93

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—Peter, no hace falta que vayas conmigo —dijo Lali, apoyando los codos sobre la isla de la cocina mientras Hans metía gaseosas en una canasta de picnic—. Soy grandecita.

—Lo sé —respondió Peter, terminando la meticulosa lectura del periódico dominical—. Juntos tenemos una excusa mejor.

Ella examinó su expresión. Calmada, un tanto divertida y, debajo de todo eso, una obstinada determinación por hacer bien las cosas. Bueno, si quería acompañarla, que así fuera. Seguramente le vendría bien el apoyo.

—De acuerdo —aceptó—. Pero yo soy la jefa.
Él alzó los brazos a modo de cómica rendición.

—Que yo sólo voy de picnic.

—Bueno. Yo, también.

Hans cerró la tapa de mimbre y le entregó la canasta a Peter. Parecían dos locos, simulando ir de picnic mientras Nicolás estaba en la cárcel, y Laura y Daniel disponían de tiempo para planear vete a saber qué para el partido de polo del día siguiente. Pero no tenía que ser policía para saber que necesitaban la pistola para cubrir el caso, y no era probable que Daniel fuera a entregársela si antes no iba acompañada de un balazo.

Peter eligió el antiguo SLK color amarillo porque era descapotable. Tras colocar la canasta de forma sobresaliente en el espacio trasero del asiento de Lali, condujeron rumbo a los bosques de Palermo. Pasaron junto a docenas de vecinos que paseaban en bicicleta, y uno de ellos estuvo a punto de estrellarse contra el jardín cuando trató de saludarlos con la mano.
Lali miró su reloj.

—Perfecto, ya te han visto suficientes admiradores como para contar con una coartada. Vayamos a casa de los Bedoya-Agüero.

—¿Qué tan segura estás de que Laura y Daniel no están en casa?

—Hablé con Augusto. Siempre van a misa los domingos.
Le dirigió una fugaz mirada.

—No ha sido una semana precisamente normal para ellos.

—Lo sé. Pero te apuesto a que necesitan todo el perdón que puedan conseguir de allá arriba.

—No puedo evitar pensar que es una mala idea. —Sus labios se torcieron al oírla resoplar—. Deseas esto desesperadamente, ¿no?

—Sí.

—¿Porque es tu dosis de adrenalina o porque quieres encontrar la pistola para demostrar quién fue el asesino?

—¿No puede ser por ambos?
Respiró hondo y giró a la altura de la señal de giro a la izquierda.

—Me preocupas, Lali.
Ella no pudo evitar sonreír.

—Lo sé. De verdad, lo sé. Después de esto, sólo entraré en tus casas. —«Y puede que en la casa de turno para devolver los objetos que robara Pamela, y ese tipo de cosas.»

—Espera. —La suave voz de Lali llegó desde el interior de los altos muros de piedra que rodeaban el terreno de la residencia Bedoya-Agüero—. Espera… ok, ahora.

Juan Pedro golpeó la pared a medio trepar, clavó las puntas de los zapatos y se aferró a las cortas púas de hierro que la coronaban. Con otro impulso pasó por encima, aterrizando dentro, con gran dosis de dignidad, sobre su trasero.
Lali lo agarró del brazo y tiró de él hasta un grupo de helechos.

—A la primera —dijo, la diversión burbujeaba en su voz—. Estoy impresionada.

—¡Ay! —susurró, negándose a frotarse la nalga.
Le dio un rápido beso en la mejilla.

—Hablo en serio —dijo, agachándose a su lado—. No era una subida fácil.

—¿Te caíste tu de poto?

—No, pero he saltado muchos más muros que tú. No rompes nada, y no te atrapan. Eso cuenta.

—Está bien. —Aquello no le sirvió de mucho a su ego, pero cuando miró hacia atrás, al muro de tres metros de altura con agujas de noventa centímetros, Juan Pedro decidió que no tenía nada de qué avergonzarse. ¡Cielo santo!

—De acuerdo. ¿Ves ese punto de luz allí? —preguntó, apuntando con una mano enguantada—. Yo iré primero, y luego te haré una señal para que me sigas. Cuando llegues allí, quédate atrás y mira de nuevo hacia el muro. Espera hasta que la cámara comience a alejarse de ti, luego corre directamente hacia la chimenea. Y cuando digo que corras, significa realmente que corras.

Juan Pedro contempló la extensión de quince metros de jardín y pequeñas flores entre el punto de luz y la casa. Como propietario, hubiera pensado que era demasiado grande para que nadie la cruzara sin ser detectado. Mirando desde la perspectiva de Lali, pudo ver que era el espacio abierto más corto del jardín, que las ventanas carecían de una vista directa y había un frondoso helecho entre la cámara norte y jardín.

—Preparado cuando tú lo estés —murmuró.
Lanzándole una sonrisa, Lali volvió de nuevo la atención a las cámaras.

—En realidad, te divierte esto, ¿no es así? —susurró.

Salió disparada antes de que él pudiera responder. Manteniéndose agachada al moverse, esquivó las flores hasta el punto de luz. Este no procuraba excesivo resguardo, pero, dado que la cámara sólo enfocaba en dos direcciones, quienquiera que observara las pantallas, tendría que prestar una atención extremadamente alerta para verla allí agachada. Naturalmente, Peter era treinta centímetros más alto que ella, pero no pensaba perdérselo.
Por mucho que odiara admitirlo, le divertía aquello. Era excitante. Y adictivo. No era de extrañar que a Lali le costara tanto renunciar a ello.

Arte para los Problemas 2: De Ladrona a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora