Capítulo 75

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Viernes, 7:17 p.m.

A las siete de la noche, Juan Pedro tenía la sensación de tener el contrato bien hecho. Estaba más cerca de lo que le gustaba de finiquitar las cosas, pero incluso si Lyon tenía previsto algún ataque, seguiría estando preparado. Dejó a Gastón terminando unas llamadas y se dirigió al otro lado de la calle para recoger a Lali y ver qué lugar había elegido para cenar.

Las oficinas que compartían el tercer piso parecían haberse vaciado durante ese día, pero cuando probó con la puerta de Espósito Security, esta se abrió.

—¿Lali? —llamó.

—En mi oficina —llegó su voz desde el fondo.

—Deberías cerrar la puerta con llave cuando estés sola —dijo, todavía impactado por aquel abrazo que ella le había dado en el club, aunque la pelea con Alonso Sanz, fuese quien fuera el tipo, había estado a punto de borrar tal abrazo de su cabeza.

—Una puerta cerrada ni siquiera demoraría a la mayoría de gente que conozco —respondió, encontrándose con él en recepción—. ¿Tienes hambre?
Lali tenía un bonito moretón en la frente, que él acarició con los dedos.

—Estoy famélico.
Lali sonrió ampliamente, aferrándose a su brazo.

—Bueno, ¿vamos a casa a cambiarnos o escojo un lugar que vaya acorde con nuestra vestimenta?

Ambos estaban con jean y polo, y a mediados de la temporada de invierno en Buenos Aires, eso significaba que sus posibilidades eran bastante limitadas.

—Eso depende de qué tengas ganas de comer.

—Si te digo de que tengo ganas, jamás saldríamos de la oficina —respondió, riendo—. Pero ¿qué te parece comida mexicana?

—Confiaré en ti.

No pudo evitar acariciarla en el ascensor. Si hubieran sido más de tres pisos, la tentación lo hubiera ganado. Lali podría investigar cuanto quisiera, pero cuanto más peligro corría, cuanto más coqueteaba con otros hombres para conseguir información, más le gustaba recordar lo que la esperaba en casa.

—¿Estás un poco on fire, no? —bromeó, empujándolo fuera del ascensor cuando llegaron al lobby.

Saludando al conserje, cruzó primero la puerta lateral hacia el estacionamiento. Pamela habría tachado de indigna tal exhibición. Para ella las apariencias lo eran todo. La preocupación de Lali era reconocer que él le gustaba demasiado y que, de cierta forma, eso la atraparía, le impediría ser la persona que habían hecho de ella. Había relajado sus defensas en los últimos meses, y Peter no estaba dispuesto a rendirse hasta que Lali se diera cuenta de que él era una ventaja en vez de una traba. No cuando rendirse podría significar perderla.

—¿Qué pasa con tu carro? —preguntó Lali, sentándose al volante del Bentley.
Gracias a Dios que a Nicolás era mejor que a ella cuidando vehículos prestados.
Él dio la vuelta para subirse a su lado.

—Lo recogeremos después.

—¡Qué romántico eres! No puedes pasar un minuto sin mí.

—Calla y conduce.

Lali siguió de buen humor durante toda la comida, incluso después de recomendar alguna especie de salsa de tomate y pimiento tan picante que casi hizo elevar a Peter. Al parecer se trataba de una broma, pero a él no le importó. Le gustaba oírla reír. No lo había hecho mucho desde que habían vuelto a Buenos Aires.

—¿Estás preparado para tu reunión de mañana? —preguntó de repente mientras regresaban de nuevo al estacionamiento. Debía de estar de buen humor, ya que le entregó las llaves del Bentley—. Puedo hacerte preguntas o algo así.

—Estaría bueno saber qué está tramando Lyon, pero creo que me las arreglaré.

—Mmm. Bueno, tengo una reunión con él mañana a primera hora, así que te aviso si lleva dinamita en los bolsillos. Dale, déjame preguntarte. Probablemente un montón de cosas sobre tuberías y accesorios.

—Estoy aterrado.
El teléfono de Lali sonó, aunque él no reconoció la melodía. A juzgar por su expresión, tampoco ella la reconoció, ni el número.

—¿Aló? —dijo.
Observó su rostro cuando su expresión se volvió hermética y se puso pálida. Alarmado, desvió el auto a un lado de la calle y estacionó.

—Lali.

Los dedos le temblaban cuando sostuvo la mano en alto para pedirle que guardara silencio. Juan Pedro le agarró la mano. Pasara lo que pasara, quería que ella supiese, si todavía no era así, que contaba con su apoyo.

—Está bien. Yo me encargo —dijo finalmente—. No te preocupes. —Se le quebró la voz mientras finalizaba lentamente la comunicación.

—¿Lali?

—Era Nicolás. Está en la cárcel.

—¿En… ? ¿Qué pasó?
Lali tomó aire, esforzándose obviamente por recomponerse.

—No pudo decirme mucho, pero al cabo de unos dos minutos de tomar posesión de un prototipo de Giacometti, la policía tiró su puerta abajo.

Juan Pedro estuvo a punto de hacer un comentario, pero prefirió cerrar la boca. Sobradamente sabía a lo que Nicolás y Lali se dedicaban cuando se conocieron. Y tendría que tener mucho tacto con lo que dijera a continuación.

—Creí que Nicolás se había retirado cuando lo tú hiciste.

—Lo hizo. Me estaba haciendo un favor a mí.

—¿A ti? Lali, me prometiste que…

Arte para los Problemas 2: De Ladrona a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora