Capitulo 7

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La irónica respuesta que Lali soltó salió de su pecho con un gruñido frustrado. Había tratado de explicárselo, en numerosas ocasiones, y él se había negado a escuchar.

—Ya entiendo. Quieres que me sienta en deuda contigo, y quieres poder recordarme por los siglos de los siglos que fuiste tú el motivo por el cual pude lograrlo. No es así como yo hago negocios, legales o no. Así que puedes irte a la mierda.

—Si intentas esto tú sola, imagino que llegarás allí antes que yo.

—Ah, se acabó, tarado —largó, girando sobre sus talones y encaminándose con paso enérgico hacia la habitación. O, más bien, hacia la habitación de él, la cual compartían. El palacio de Buckingham no era tan grande como esa mansión.

—¿Qué quieres decir con eso? —exigió, corriendo detrás de ella.

—Me voy. Me vuelvo a Buenos Aires.

—Te vas a Buenos Aires dentro de una semana.

—¡Ja! —«Sigue sin entender»—. ¿Crees que puedes retenerme aquí, chico rico?

—Es por tu propio bien. Si te pararas a pensar con la cabeza, un segundo, y dejaras tu ego de lado, te darías cuenta de que te va a ir mejor si me esperas.

—¿Piensas que mi ego es el problema?

—Tu...

—A ver, aplícate el mismo consejo —contestó, sacándole el dedo medio al tiempo que saltaba por encima del pasamanos de la escalera hasta el descanso de abajo, haciéndolo de nuevo para llegar al segundo piso antes que él.

Sabía lo que él pretendía: intentar controlarla a ella y la situación. Así era como ganaba sus millones. Pero era su trabajo, su experimento, y si continuaban con ese tira y afloja, que no paraba más, tal y como habían hecho durante las últimas semanas, uno o los dos iban a terminar en la clínica o muertos.

—¡Lali! —gritó Peter, bajando las escaleras detrás ella con toda rapidez.

Había sido una ladrona toda su vida a excepción de los tres últimos meses, y algunas costumbres eran más difíciles de abandonar que otras. Entrando precipitadamente en la habitación, se entrometió en el vestidor y sacó su mochila. Por más cosas que hubiera comprado últimamente, en aquella mochila llevaba todo lo que necesitaba para sobrevivir.

Prácticamente se chocó con Peter en la entrada del cuarto y Lali lo esquivó. Cada vez mejoraba más, la forma en la cual le seguía los pasos. Después de todo, estaba en muy buena forma incluso para tratarse de un empresario rico, y no estaba del todo convencida de ser capaz de superarlo en una pelea, sobre todo teniendo en cuenta que sabía cómo pelear sucio.

Peter le había regalado un Mini Cooper negro, en gran medida por el solo hecho de que ella lo consideraba increíblemente lindo, y la noche anterior lo había dejado estacionado a un kilómetro de la casa. Peter tenía al menos media docena de autos en Devon, todos, salvo uno, estacionados en el antiguo establo que había transformado en garaje.

Tomó sus tijeras de podar mientras se dirigía al exterior, desviándose por el garaje y cortando los cables de la puerta cuando salió a toda carrera por las puertas giratorias del frente. Detrás de ella Peter se frenó en seco justo a tiempo para evitar golpearse la cabeza, gritándole que parara y dejara de montar una escena. «¡Ja!» No había hecho más que empezar. Ahora él tendría que salir por la entrada delantera, de modo que contaba con al menos tres minutos de ventaja sobre él. Y sabía dónde estaba estacionado su auto, y él no.

Su reluciente BMW azul estilo James Bond estaba estacionado en el camino, sin duda esperando para llevarla de improviso a algún picnic, una elegante comida u otra cosa, como parecía hacer con alarmante regularidad. A primera vista, tres meses atrás, no lo había considerado un romántico, pero parecía tener un innato sentido de lo que a ella le gustaba y de lo que siempre había deseado hacer. Pero, a la mierda con eso. Se negaba a darle ningún punto por tratar de ser simpático ese día. Sosteniendo la tijera de podar como si fuera un navaja, la clavó en la llanta derecha de la parte delantera del BMW. Las sacó cuando escuchó el aire escapar y siguió con las otras tres restantes. Era una pena no poder usar un auto tan lindo como aquel, pero no iba a dejar que tuviera chance de perseguirla. Le había dicho que se iba, y lo había dicho en serio.

Dejó clavadas las tijeras en la última llanta, luego se fue corriendo por el largo y empinado camino de entrada. Su propiedad tenía una escandalosa extensión de hectáreas, pero los periodistas y el público lo habían forzado a constituir un muro alrededor de la propia mansión. Era ahí dónde había mayor seguridad, y el punto en que se había concentrado para proteger a Peter y la colección de obras de arte que había estado reubicando, anticipándose a la apertura de la galería. Sin embargo, esa mañana le tenía sin cuidado hacer sonar las alarmas o ser sigilosa. Las cerraduras de la reja principal estarían conectadas, de modo que se limitó a escalarlas, saltando al suelo pavimentado del camino de entrada del otro lado. Hecho esto, recorrió a pie la angosta carretera hasta el desvío del lago.

Lali no pudo evitar mirar por encima del hombro mientras abría su auto y lanzaba la mochila al asiento del pasajero. No había señal de Peter, pero no podía estar lejos. Y no estaría contento.

Aunque puso el carro en marcha y bajó el camino como una exhalación hacia la carretera principal, parte de ella disfrutaba del momento. Un pequeño golpe de adrenalina, por el motivo que fuera, todavía ayudaba a satisfacer la profunda necesidad que había en su interior, la necesidad que últimamente no había satisfecho con la suficiente frecuencia. Aquella necesidad que él quería encerrar detrás de un escritorio, probablemente en una oficina que no tuviera siquiera ventanas.

Sacó su celular y llamó a British Airways. Usando el número que había memorizado de una de las tarjetas de crédito de Peter, reservó asiento en el siguiente vuelo abierto para Buenos Aires. ¡Las tarjetas de crédito eran la salvación! Apenas llegara, se encargaría de tramitar una. En cuanto a devolverle la plata a Peter, le mandaría un cheque por el monto tan pronto llegara. No quería deberle nada.

Arte para los Problemas 2: De Ladrona a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora