Capítulo 68

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Así que de eso se trataba. Quería una confesión suya para que ambos estuvieran a la par, aunque no significaba eso que él hubiera confesado nada. Todavía.

—Podría ser —respondió, disimulando su indirecta con una sonrisa.

—¿Cómo es?

—No me gusta ventilar mis pecados en público —dijo, posando una mano sobre su brazo.
Él le dedico nuevamente una sonrisa encantadora.

—Puedes confiar en mí. Me gusta pecar.

—Seguro que sí. Te diré los míos si me revelas los tuyos.

—Vamos viendo. Te dije que hoy sería un perfecto caballero.
Lo pondría a la defensiva si lo presionaba más. Y, afortunadamente, tenía historias de sobra, aun cuando tuviera que dar detalles; después de todo, la ley de prescripción de algunos de sus trabajos ya había caducado.

—Está bien. Es muy emocionante. Pura adrenalina.

—Lo entiendo —dijo, sonriendo de oreja a oreja al viento—. Yo practico esquí extremo. Es sentirse al límite.

Hablaron durante un rato sobre esquí y regatas, en gran medida para que él pudiera sentirse cómodo presumiendo y soltado la lengua mientras ella escuchaba y emitía sonidos de admiración. Después de veinte minutos comenzó a acercarse más a la costa, entrando con facilidad en un pequeño puerto.

—Entre tú y yo, aún sigues haciéndolo, ¿no es así? —preguntó de pronto—. Me refiero a robar cosas.

Durante un breve segundo Lali se preguntó si él estaba llevando a cabo su propia investigación. ¿Pensaba acaso que era ella quien había matado a Bedoya-Agüero? Sin embargo, eso haría que fuera completamente inocente, y, en lo más profundo de su desconfiado ser, Lali no creía que lo fuera. Era más probable que estuviera buscando un posible chivo expiatorio en caso de que algo saliera mal. En ese caso, buscaba a la chica equivocada.

—No desde hace mucho. No es bueno para mi salud.
Él asintió, reduciendo la velocidad.

—También entiendo eso. Me rompí la pierna la última vez. Menos mal que existen otras formas de conseguir emoción. —Daniel inhaló, pellizcándose la nariz.
«¡Genial!» Aunque aquél podría ser un motivo para un robo. Lali soltó una carcajada forzada.

—Eso dicen, pero creo que robar es menos perjudicial para el bolsillo. —Miró hacia la costa—. Qué bonito. ¿Dónde estamos?

—Es mi lugar privado para almorzar y cambiar de aire.

—Mmm, hum. ¿Viniste con Pamela ya?
Daniel acarició entre los dedos un mechón de su pelo.

—Estoy aquí contigo.
Lali permitió la caricia. Imaginó que eso le daba algo más de margen para insistir.

—Quizá sea un poco indiscreta, pero asesinaron a tu padre durante un robo. Esperaba que no te excitara tanto invitar a una ladrona, aunque esté retirada, a almorzar.

—Esto tiene que ver con la atracción, no con mi padre —respondió, utilizando ahora ambas manos para jugar con su pelo.
Se inclinó y la besó. Lali también permitió aquello.

—Oye, pensé que ibas a ser un caballero —dijo, empujándole lentamente. Lograr que tal gesto pareciera evasivo precisó más control de lo esperado. Tuviera o no una bonita cara, hacía que se le pusiera la piel de gallina. Peter decía que poseía su propio sentido de dignidad, independientemente de que fuera o no convencional, y Daniel lo estaba pisoteando.

—¿Qué me dices de la atracción? Sé que la sientes.

—Puede que así sea. —Lali lo analizó con la mirada—. Pero, francamente, Daniel, necesito más que un paseo en barco para convencerme de que puedes hacer más por mí que Juan Pedro Lanzani.

Arte para los Problemas 2: De Ladrona a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora