Capítulo 90

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—Ro, con esto me queda claro tu punto y advertencia. Espero que me dejes el resto a mí.

Reinaldo y otro empleado, aparecieron con una fuente de ensalada de pasta y una bandeja con diferentes aliños. Juan Pedro exhaló una bocanada de aire.

—Buenísimo, se queman las hamburguesas —gritó, levantándose.

Se sentaron alrededor de tres mesas, muy cercanas unas a otras, pasándose ketchup y mostaza. Siempre había disfrutado con la visita de los Dalmau, pero con Lali ahí, y aun teniendo en cuenta la inesperada visita de Franco Castillo, no encontraba una palabra para describir la profunda sensación de satisfacción que el momento le daba. Probablemente era la primera vez que Sonne Brilliant parecía realmente un… hogar.

—¿Por qué sonríes? —preguntó Lali, sirviéndose un poco de ensalada—. Creí que esta noche estabas enojado.

—Eso queda para después —respondió—. ¿Alguna otra idea de cómo vas a remodelar el jardín de aquí?

—Estoy pensando en gnomos de jardín. Podrían cuidar todos los helechos y demás.
Gracias a Dios que ya iba por la segunda cerveza. El efecto del alcohol le permitió gesticular tranquilamente con la cabeza.

—Tal vez los Siete Enanitos y Blanca Nieves.

—Eso está genial. Yo pensaba más en duendes, pero me gusta toda esa historia del bosque encantado.
Al lado de Lali, Olivia de ocho años, con su ropa de baño rosa y un par de colitas rubias, se estaba riendo.

—Están locos.

—Deberías crear una especie de jardín japonés —ayudó Daniel.

—Genial, mocoso —dijo Cristóbal desde la mesa contigua—. Eso encajaría bien con el estilo español de la casa.

—Ah, porque el bosque encantado va con todo.

—Lali estaba bromeando. —El mayor de los Dalmau miró a Lali—. ¿no?
Ella se encogió de hombros, sonriendo todavía de oreja a oreja.

—¿Quién sabe? Estoy segurísima de que los gnomos van con todo.

—Dani podría prestarte sus muñecos de La guerra de las galaxias —ofreció Olivia.

—No puedo. Tú puedes prestarle tu colección de muñecas.

—Yo tengo una tortuga de piedra que me hizo mi tío —intervino Castillo inesperadamente—. Estaría feliz de dárselas. Es azul iridiscente.

—¿Una tortuga azul? —exclamó Olivia entre risas.
Franco asintió.

—Creo que mi tío era un hombre muy divertido.

—Eso sí encajaría bien aquí. —Con una carcajada, Rocío pasó la mostaza.

El celular de Lali no sonó. Nada los interrumpió mientras cenaban, comían helado de chocolate como postre, sentados junto a la piscina, y Lali y los niños se bañaban en la piscina.
Finalmente los Dalmau recogieron sus cosas.

—Estuvo muy divertida la cena, tío Peter —dijo Livia, dándole un beso en la mejilla.

—Sí, gracias, Peter —agregó Daniel cuando su madre le daba un codazo para que no se detuviera.
Cristóbal le tendió la mano.

—Que te vaya bien en el ciclo que viene  —dijo Peter, estrechándosela.

—Gracias. La voy a necesitar. —Después de dudar, el veinteañero tomó la mano de Lali—. Ha sido genial conocerte, Lali.
Ella sonrió ampliamente.

—Lo mismo digo, Cris. Eres mucho más divertido que tu padre.
El comenzó a reír, sonrojándose.

—Gracias.

—Sí, muchas gracias —dijo Gastón—. Nos vemos el lunes en el estudio a primera hora, ¿no?

—Correcto —acordó Peter. Sería para la reunión sobre Nicolás, y sobre cómo asegurarse de que saliera de la cárcel bajo fianza—. Lali y yo estaremos allí a las ocho.
El abogado asintió.

—Trae la chequera.

—Lo haré.

—Será mejor que yo también me vaya —dijo Castillo, tendiéndoles la mano.

—Gracias por quedarte —le dijo Lali, agarrándose del brazo de Juan Pedro, seguramente para no tener que estrecharle la mano al detective. Lali había progresado, pero no tanto.

—Llámame apenas sepas algo —dijo Franco—. No estoy bromeando.

—Lo entiendo —asintió ella.

No es que hubiera dicho que lo llamaría, pero Juan Pedro dejó pasar ese hecho. Estaba feliz de disfrutar del resto de la noche a solas con ella.
Lali chequeó su celular una vez más y se lo guardó en el bolsillo de la chompa que se había puesto.

—Técnicamente, tiene tiempo hasta mañana a la tarde para devolverme la llamada, si es que lo hace.

—He visto la guía de cable para esta noche —dijo, acompañándola por las escaleras de la zona de la piscina hasta la terraza de su habitación—. Y en quince minutos van a pasar King Kong contra Godzilla.

—No engañarías a una chica con algo así, ¿no?

—Nunca.

Sí, ésa era su Lali; la mejor ladrona de guante blanco del mundo, ahora casi retirada, y fanática de Godzilla. Y encargada de conseguir que se hiciera justicia por el asesinato de un millonario al que no había conocido más que unos minutos, a pesar del coste que representaba para ella y su reducido círculo de amigos. Aun teniendo en cuenta lo que había sucedido, Bartolomé era afortunado de tenerla de su lado.

Juan Pedro frunció el ceño. Lali había dicho que Bartolomé se mostraba inquieto aquella noche. ¿Sabría que alguien iba a matarlo? ¿Había sido ese el motivo por el cual buscó a Lali? Eso la convertía en una especie de ángel vengador, supuso. Era buena en lo que hacía y, a decir verdad, no podía imaginársela sólo a cargo de plantar jardines de gnomos. ¿Qué haría si su próximo cliente no necesitara más que un simple sistema de seguridad?

Arte para los Problemas 2: De Ladrona a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora