Epílogo

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Jueves, 8:40 a.m.

Lali entró en el estacionamiento y dejó el Bentley. Por pronto que fuera, aún le dolía la parte trasera; ni siquiera había pisado su oficina en cinco días.

Se dirigió hasta el ascensor y recorrió el pasillo, sacando las llaves mientras caminaba. Dentro de la oficina todo parecía tranquilo y ordenado, todos los muebles, ahora de un elegante color verde oscuro, donde debían estar, todos los expedientes colocados en archivadores y preparados para recibir información del cliente. Pero frunció el ceño al llegar al mostrador de recepción. De repente Nicolás y ella tenían doble ranura para el correo, una señalizada como «correspondencia» y la otra señalada como «mensajes». En su segunda ranura había media docena de mensajes telefónicos tomados con letra clara; nombre detallado, hora de la llamada, número de teléfono al cual devolver la llamada y mensaje. Y todos querían coordinar una cita referente a sus servicios.

Con los mensajes en la mano, cruzó la puerta hacia el área de las oficinas, trazando el círculo del fondo. No había nadie. Nicolás se había tomado el día libre y, teniendo en cuenta que acababa de salir de la cárcel la tarde anterior, no pensaba negárselo. Él le había dado una nalgada, pero dado que también la había abrazado, sabía que su pequeño mundo oscuro seguía igual.

Unas latas de Coca Cola Light todavía estaban alineadas en la puerta de la pequeña refrigeradora en una de las salas, así que agarró una y abrió la lengüeta. Al voltearse divisó la copia de Gauguin que colgaba a un lado del corredor.

—Hola —llegó la voz de Peter desde la recepción—. ¿Podría atenderme?
Con una amplia sonrisa se dirigió hacia la entrada.

—Pensé que tenías una reunión con Dalmau.

—Me estoy tomando un descanso —respondió, inclinándose sobre el teléfono para besarla. Estiró el brazo que estaba escondido a sus espaldas y le entregó un billete nuevecito.

—Cien. Ya me estaba preguntando si pagarías la apuesta. —Lo agarró, verificando la elasticidad del billete—. Con esto voy a comprarme algo de ropa interior nueva.

—Atrevida. —Estiró el otro brazo hacia delante. Había una bonita planta en una maceta sobre su mano.

—¿Qué es esto? —preguntó mientras se la entregaba.
Peter se encogió de brazos.

—Me olvidé de hacerte un regalo de bienvenida a la oficina. Y sé que te gustan las plantas, así que, aquí tienes. —Peter se balanceó sobre los talones, con un aire de estar ridículamente satisfecho consigo mismo—. La elegí yo mismo.
Sintiendo que unas inesperadas lágrimas se amontonaban en sus ojos, Lali dejó la maceta sobre el archivador más cercano.

—Ven aquí, amor —dijo, inclinándose por encima del mostrador para agarrarlo de las solapas.

Lo besó, deleitándose con su calor y su presencia y su contacto mientras él tomaba su rostro entre sus manos y le devolvía el beso. Sabía cuál era el regalo que más le gustaría, y había salido a comprarlo para ella.

Peter deslizó los brazos hasta rodearle la cintura y la levantó, arrastrándola por encima del mostrador hasta el otro lado de la recepción donde él estaba. Se apoyó en él, fundiéndose en su profundo abrazo.

—¿Así que estás de acuerdo con mi pequeña jugada? —preguntó con voz no demasiado firme—. Hace dos semanas me presionabas con aquello del conglomerado mundial.
Él la miró fijamente durante un largo rato.

—No hay garantías de que deje de presionar, pero me parece bien todo lo que quieras hacer, Lali… siempre que yo forme parte de tu vida y que no te involucres en cosas que podrían llevarte a la cárcel.
Lali levantó la mano y acarició su mentón con las yemas de los dedos.

—Te amo, Juan Pedro Lanzani —murmuró. El techo no se derrumbó, no cayó ningún trueno y su padre no apareció por arte de magia desde el más allá para regañarla. De hecho, decirlo no le dolió en absoluto. En realidad parecía… cálido, reconfortante.
El sonrió.

—Te amo, Mariana Espósito.
Aquello parecía incluso mejor.
La puerta de la oficina se abrió de nuevo.

—Miren a quién tenemos aquí —dijo Augusto Pereira, entrando tranquilamente.
Lali inhaló una bocanada de aire.

—¿Eres tú el hada de la oficina?
El hombre sonrió abiertamente.

—Perdón, ¿cómo dices?

—¿El hada que colgó el cuadro y tomó todos los mensajes?

—Ah, si es por eso entonces sí, soy el hada de la oficina. Culpable de los cargos.
Peter se aclaró la garganta.

—¿Y usted es?

—Disculpen —medió Lali—. Juan Pedro Lanzani, te presento a Augusto Pereira. Augusto, éste es Peter.
Ambos hombres se estrecharon la mano.

—¿Es tuyo ese auto que hay estacionado en la puerta? —preguntó Augusto.
Peter asintió.

—Es una nueva adquisición. Mi Mustang del sesenta y cinco fue declarado siniestro total hace poco.

—Es llamativo. Yo tengo un Cadillac del sesenta y dos. Tardé un año, pero yo mismo reconstruí el motor.
Inclinándose lentamente mientras Augusto arreglaba el desorden que había formado en el mostrador de recepción, los labios de Peter rozaron la oreja de Lali.

—No es gay —susurró, luego se enderezó de nuevo—. Le diste una mano a Lali —dijo—. Gracias.

—Es un placer. Admiro su coraje.

—Coraje. Esa soy yo, ¡sí, señor! —Lali sacó los mensajes del bolsillo de su saco. «Peter estaba equivocado con respeto a Augusto. Seguramente.»—. Una cosa, ¿son auténticos?
Augusto asintió.

—Puedes estar segura —dijo con voz tranquila—. Prácticamente tumbaron tu puerta abajo.
Peter tomó la mano libre de Lali, y agarró su maletín con la otra.

—Lali, ¿podríamos pasar a tu oficina un segundo?
Sin esperar respuesta, comenzó a guiarla hacia el corredor. Ella no se resistió, pero volteó a mirar a la visita.

—¿Quieres un trabajo de verdad? —le preguntó.

—Señorita Lali, me contrató hace tres días —respondió Augusto—. Lo que pasa es que no hubo oportunidad de comentártelo.

—¡Buenísimo!
Peter cerró la puerta apenas estuvieron en su oficina.

—¿Lo contrataste?

—Ya lo escuchaste; lo hice.

—Lali…

—Ven aquí y bésame —le ordenó mientras cerraba las cortinas. No tenía sentido hacer que Dalmau se emocionara tan temprano.

Peter se acercó a ella, besándola suavemente en los labios. Le gustaba que Peter no armara un espectáculo por lo que ella había dicho. Después de todo, no es que hubiera aceptado casarse con él.
Justo cuando estaba a punto de derretirse, Peter retrocedió un poco.

—Por cierto —susurró—. Pensé que podría gustarte ver esto.
Ella sonrió.

—Ya lo he visto.

—No, esto no. —Metió la mano en uno de los bolsillos de su saco y le entregó un periódico doblado—. Me refiero a esto.

Lali lo cogió con el ceño fruncido, y desplegó el periódico del día anterior. En la parte superior de la sección se leía: «Ecos de sociedad». Debajo de aquello, el titular PELEA A PUÑETAZOS EN EL CAMPO DE POLO le saltó a los ojos, con una enorme fotografía en blanco y negro de ella misma y Laura peleando en el barro. Pamela aparecía detrás de ellas, o, más bien, su trasero, mientras escapaba del peligro.

—Genial —murmuró.

—Lee la parte que subrayé —le pidió, señalándole el párrafo con la punta del dedo—. En voz alta.
Lali se aclaró la garganta.

—«Cuando se le preguntó si Lanzani y ella habían fijado una fecha después de su visita a los juzgados, la respuesta de Espósito fue rotunda: No. Todavía…» —Su voz se fue apagando poco a poco.

—Termina.
«¡Caramba, ella y su bocota!»

—«Todavía intento descubrir cómo hace trampas en Scrabble.» —dijo, eludiendo más preguntas.

—¿Trampas? —repitió, volviendo a coger el periódico.

—Bueno, sí. Trampas.

—Aja. —Alejándose, recogió su maletín—. Siéntate.
Frunciendo el ceño, hizo lo que le pedía, hundiéndose en la silla tras su mesa.

—¿Qué estás haciendo?
Peter sacó un tablero de Scrabble y un saquito con letras del maletín y los dejó sobre la superficie.

—No se le llama hacer trampas cuando simplemente soy mejor que tú en este juego. Y voy a demostrarlo, chiquita.
Ella sonrió de oreja a oreja, agarrando su bebida y tomando un trago.

—Ah, esto es la guerra, bombón. ¡A jugar!

Fin


~MUCHAS GRACIAS POR LEER ESTA HERMOSA HISTORIA~
Espero que le sigan dando mucho amor💜

¡Hasta la próxima!

Arte para los Problemas 2: De Ladrona a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora