Capitulo 10

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—Dios, ¿cuánto cuesta? —respondió dubitativa. Su fondo de jubilación de Milán, como Nico y ella lo llamaban, no era moco de pavo, pero claro, siempre había tenido planes de retirarse algún día y de utilizarlo para mantenerse con suma tranquilidad durante el resto de su vida. Su jubilación había llegado antes de lo pensado, y aunque todavía podría costear Milán, si le iba mal en el mundo de los negocios, alteraría sus planes de vivir en una casita en Bariloche.

—Dejaré que la corredora te diga el precio. Se llama Gimena.

El recepción contaba con un portero, un par de ascensores y un piso de mármol que imitaba el color y el dibujo de la arena de la playa. Dios, tenía mucha clase... que era, precisamente, lo que le había pedido a Nico que buscara. Subieron al piso tres, que estaba cubierto por una alfombra color marfil con motas marrones y verdes. Una serie de cuadros con lagos y jardines en ellos, adornaban el camino que llevaba al pasillo norte.

—Monet —señaló automáticamente—. Grabados, pero los marcos son bonitos.

—Si fueran originales, te pagaría para que los robaras.
Una puerta al fondo del pasillo se abrió.

—Cállate la boca —murmuró Lali, sonriendo y colocando su cartera Gucci debajo del brazo izquierdo cuando se acercó una morocha de mediana estatura, vestida con un sastre azul de falda—. Tú debes de ser Gimena. Soy Mariana. Gracias por reunirte con nosotros tan tarde.
La corredora le dedicó una sonrisa y un firme apretón de manos.

—Walter y yo hemos visitado diecisiete oficinas distintas en esta zona. Me alegra que le guste tanto ésta como para enseñártela.

—Vamos a verla, ¿le parece? —respondió Lali, indicándole de nuevo la puerta con un ademán—. ¿Diecisiete visitas, Nico?
Su ex perista le dio una palmada en el culo al pasar por su lado.

—Eso es suficiente para al menos tener dos citas —murmuró—. Sabes que soy irresistible.

—Sí, claro. Mejor vamos a ver la oficina, Ni... —Su voz se fue apagando cuando entró en la oficina. Lo primero en darles la bienvenida fue una enorme área de recepción, con un mostrador para la recepcionista y una puerta a cada lado que llevaba a las oficina en sí. Eran cinco en total. Todas sumamente espaciosos y surgían de un recibidor de planta cuadrada con forma de «U», que iba de una puerta de la recepción a la otra. La oficina del rincón tenía una linda vista desde una ventana que ocupaba toda la pared, mientras que la otra daba a las oficinas del estudio de Dalmau, Rivas & Asociados al otro lado.

Mientras Gimena detallaba las instalaciones como aire acondicionado centralizado y baños de mármol compartidos tan sólo por otros dos grupos de oficinas, Lali miraba por la ventana. Tres meses después de conocer a Juan Pedro Lanzani se preparaba para poner su propia empresa a cuarenta y cinco metros de distancia del de la oficina de su abogado. Gastón iba a hacerse en los pantalones cuando lo descubriera.

—¿Tiene alguna pregunta? —consultó Gimena.

—¿Cuánto? —respondió Lali, alejándose de la ventana.

—Once mil ciento doce al mes. El teléfono o la luz no van incluidos, pero cubre el sueldo del portero, seguridad del edificio, mantenimiento de ascensores, agua, seguro de responsabilidad y mantenimiento de zonas comunitarias.

—¿Cuándo podemos instalarnos?

—Tan pronto como firme los papales —dijo Gimena, dando una palmadita a su maletín—. El comité del edificio me ha informado que hay cuatro interesados más, pero teniendo en cuenta sus contactos, decidieron postergarlo hasta la medianoche de hoy.
Lali deshizo de inmediato su ceño fruncido.

—¿A qué contactos se refiere?
La sonrisa de Gimena tembló.

—Nicolás mencionó que usted vivía en Sonne Brilliant. Es la propiedad de Juan Pedro Lanzani. Y siempre me mantengo al día de las noticias de sociedad. Es importante para mi trabajo. Así que, naturalmente sé que hay una Mariana Espósito que sale con el señor Lanzani. Que es usted, supongo.
Lanzándole una mirada furibunda a Vázquez, Lali tomó aire. Alfred, el mayordomo, jamás exponía la identidad secreta de Bruce Wayne (Batman).

—Sí, soy yo. Espero que el comité del edificio y usted sean conscientes de que estas oficinas no formarán parte de las empresas de Juan Pedro Lanzani.

—Por supuesto —reconoció la corredora, aunque, a juzgar por su expresión, no había estado al tanto de ese detalle.

—Entonces, firmemos esos papeles.

—En serio estás preparada para gastar tanta plata en mobiliario de oficina —dijo Nico por cuarta vez con la mirada fija en la carretera.
Lali iba acomodada a su lado, los hombros encorvados, los pies en alto sobre el tablero mientras creaba un anuncio para recepcionista.

—Somos ostentosos, ¿recuerdas? —respondió, mirándolo—. Me pasé la mayor parte de mi vida codeándome con objetivos ricos, Nicolás. Confía en mí, sé lo que esperan, y sé cómo hacer que se sientan cómodos. ¿Está bien si uso tu número de fax hasta que instalen uno en la oficina?

—Claro. Pero ¿no te parece gracioso que si dejaras de gastar tu fondo de jubilación de Milán para hacer que todos crean que eres rica, serías rica? Puedes codearte con ellos sin fingir, nena.

—No finjo. Estoy creando un... ambiente. Es bueno para el negocio.

—De acuerdo. Si antes no me da un infarto. —Ella se echó a reír—. Y pensar que creíamos que el robo era peligroso. —Nico se rió por lo bajo—. Tu padre se enojaría mucho contigo, gastar tu dinero para hacerte honrada.

—Lo sé. —Lali se encogió de hombros, tachando una frase—. Yo no soy mi papá.

—Me doy cuenta. Dame un par de días para investigar estilos de muebles de oficina y toda eso.

—¿Con Gimena para que te aconseje?
Vázquez sonrió ampliamente.

—Ésa es una buena idea, enana.

—Está bien. Yo puedo dedicarme a conseguir clientes y tú puedes darme un par de ideas sobre decoración.

—Por mí, perfecto. Sigue sin ser tan divertido como estar en Venecia, pero... ¿qué se le hace?.

—¿Qué?

Arte para los Problemas 2: De Ladrona a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora