Capítulo 62

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Lyon le había dicho que se había detenido en algún punto de su ruta habitual. Eso suponía una buena sección de la ciudad, lo cual tenía lógica. Ningún tipo rico querría detenerse por diversión o para realizar una buena obra si pensaba que podrían atracarlo o robarle el auto. Pero un jueves a las diez en punto de la noche la zona era poco transitada.

Lali se metió en el estacionamiento de un McDonald's y sacó la foto que Lyon le había dado. El hombre no había estado seguro del lugar exacto donde la chica se había subido, pues en aquel momento no lo creyó demasiado significativo.

A juzgar por el ángulo de la foto, el fotógrafo se encontraba en un tercer piso. Había varias tiendas de dos pisos en cuyos techos podría haberse escondido alguien y también algunos edificios y departamentos.

Al menos sabía hacia donde se dirigía Lyon, lo cual reducía a la mitad el número de posibles ubicaciones. La posición del alumbrado de la calle las reducía todavía más. Sería más fácil hacerlo desde arriba mirando hacia abajo, pero en aquel punto no estaba ansiosa por meterse en varios lugares. Dos o tres, pasa, pero no diez o doce.

Dio una veloz pasada de este a oeste, luego dio la vuelta para hacerlo de nuevo a menor velocidad. Su vista de ladrona le permitió eliminar un par de lugares por ser demasiado visibles y unos cuantos departamentos con macetas de flores y gatos posados en las terrazas. No era que las personas con flores y gatos no pudieran tomar fotos para chantajes, pero sin duda ocupaban la parte más baja de la lista.

Se detuvo de nuevo, esta vez en un grifo e hizo un bosquejo de la parte sur de la calle hasta una extensión de cuatro bloques, luego tachó las posiciones menos factibles y las que obviamente no encajaban con la iluminación pública de la foto.

—Seis —contó en voz alta. Dos departamentos, un edificio y tres techos.

El próximo paso era conseguir los números de los departamentos y ver qué se le ocurría en Internet para dar con los nombres de sus inquilinos. Pero antes de que sus dedos pudieran realizar la tarea, necesitaba hacer algo con los pies. Estacionó y se dirigió hasta los departamentos. La puerta principal estaban cerradas y había un intercomunicador al lado. Sólo entrada permitida.

—Perfecto.
Sacó un clip y un imán del bolsillo de su short. En doce segundos había abierto la puerta y entrado al edificio.

Se paró en el tercer piso frente a la primera de las dos posibilidades. Tocó la puerta y esbozó una sonrisa levemente torcida para la mirilla.

—¿Roberto?—llamó—. ¿Hay alguien?
La puerta sonó y se abrió. Un hombre moreno de aspecto cansado, que rondaba los treinta y cinco años, la miró fijamente.

—Aquí no vive ningún Roberto —dijo.

—¿No? Estoy segura de que es el número de departamento que me dio —profundizando la sonrisa, se apoyó contra el marco de la puerta.

Detrás del hombre en la televisión se veía una canción cantada por unos muñecos bailarines. Cuando se arriesgó a mirar más allá de la sala, una versión más bajita del hombre pasó tambaleándose por delante de la puerta.

—Bueno, aún así, aquí sigue sin vivir algún Roberto.

—De acuerdo. Lamento haberlo molestado. Mejor lo voy a llamar.

Retrocedió y el hombre cerró la puerta. Uno menos, quedaba otro más en ese edificio. Y luego estaban el edificio y los techos. Contó diez puertas, se detuvo y tocó de nuevo.

—¿Hola? ¿Roberto?
Nada.
Lali esperó unos segundos, y volvió a tocar.

—¿Roberto? ¿Estás bien? Creía que habíamos quedado en vernos esta noche, bombón. —Aquello sonaba bastante inofensivo. Si uno se tropezaba con un loco o un acosador, nadie en su sano juicio abriría la puerta.

El departamento estaba completamente en silencio al otro lado de la puerta. La ventana se veía oscura desde la calle, pero eso no significaba nada. De cualquier forma, no podía irse sin dar una revisada dentro.

—Está bien, Rob —dijo en voz alta—. Espero que no estés desnudo porque voy a usar mi llave. —O un clip.

Entró en la oscura habitación familiar y cerró rápidamente la puerta. Si había alguien al acecho, no quería que se viera su silueta a contraluz desde el corredor. Durante largo rato se quedó inmóvil, escuchando, a continuación sacó un par de guantes de piel del bolso y se los puso.

A esas alturas de su carrera había desarrollado un don para tantear sus alrededores y su instinto le decía que no había nadie en la casa. Con las luces apagadas esquivó el sillón y la mesa de centro, deteniéndose para ojear la ruma de correo que había sobre ésta y notando sutilmente en el nombre del destinatario, Alonso Sanz, antes de caminar hasta la ventana.

Si aquélla hubiera sido su casa, habría puesto una docena de macetas con plantas, probablemente unos helechos y algunas orquídeas, en el ancho muro. Pero Alonso Sanz lo había dejado vacío. Bueno, no del todo vacío, se percató cuando giró la manija para abrir las persianas de madera algunos centímetros. La luz de la calle se filtró para revelar una cámara colocada en un extremo del muro.

En vez de agarrarla, tocó las persianas con los dedos y miró hacia la calle. Una pausada emoción le recorrió los huesos. El ángulo encajaba a la perfección con la fotografía de Lyon.

—¡Bingo! —susurró.

Arte para los Problemas 2: De Ladrona a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora