Capítulo 59

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Miércoles, 7:18 a.m.

El gran tiburón blanco emergió bruscamente sobre la superficie del agua turbia, directamente hacia ella. Los ojos de Lali se abrieron de golpe y se incorporó, un grito formaba en su garganta. Al escuchar la banda sonora de Tiburón sonando en la mesilla de noche, reprimió el chillido y agarró el teléfono.

—¡La pelotita! —murmuró, contestando—. ¿Sabes qué hora es?

—¿Querías o no que hiciera algunas preguntas por ti, linda?
Respondió la voz de Antonio. Se sacó el pelo revuelto de los ojos, mirando a su alrededor en busca de Peter aunque probablemente éste ya estuviera trabajando en su escritorio.

—¿Qué has averiguado?

—Lo primero es lo primero, Espósito. Esto tiene un precio.

—Te dije que pagaría cien.

—Aja. El amorcito de Lanzani puede pagar mil por lo que yo tengo.
Lali exhaló. Maldito codicioso. Con todo, ya había jugado antes a ese juego.

—Doscientos, o véndeselo a otro.
Él hombre vaciló. Lali podía prácticamente escuchar las tuercas girar en su cerebro.

—Quiero el dinero por adelantado.
Bueno, la cosa no iba a ponerse mejor.

—¿Estás en la tienda?

—Sí. Algunos trabajamos temprano.

—Y algunos trabajamos hasta tarde. Estaré allí en media hora.

—Usa la puerta de atrás. No abro hasta las diez.

Lali colgó y buscó algo de ropa en el closet. Cualquiera fuera la información, ya era hora de que saliera algo bien. Con sospechas o sin ellas, necesitaba esa prueba con la que Castillo no paraba de darle manija.
Se cepilló los dientes y se recogió el pelo en un rodete, luego recorrió el pasillo hasta la oficina de Peter.

—Buenos días —dijo, asomándose.
Él apartó la mirada de la computadora.

—¿Es más tarde de lo que pienso o algo anda muy mal? —preguntó, viendo su reloj.

—No pasa nada —dijo, acercándose para dejarle un beso en la frente —. Tengo que hacer el seguimiento de una cosa.

—¿Una pista?

—Tal vez. Seguramente también vaya a la oficina, así que te veré más tarde.
Peter le agarró la mano cuando pasaba por su lado.

—¿Necesitas un ayudante?

—No. Sólo es cuestión de conversar. —Genial. Peter le preguntaba en vez de exigirle. El corazón le dio un divertido vuelco. Segura como estaba sobre sus sentimientos, el hecho de que hubiera comenzado a hacer concesiones a su extraño modo de vida parecía algo… bueno. Lo besó de nuevo, esta vez en su boca—. Te llamo luego para que sepas que sigo viva.
Con una veloz sonrisa Peter regresó a la computadora.

—Eso sería genial. Llévate la camioneta.

Lali estacionó en el área de carga en la parte trasera de algún negocio. La camioneta no era el vehículo más discreto del mundo, pero no tenía pensado quedarse mucho tiempo.

Tocó suavemente a la puerta blanca de metal. Teniendo en cuenta que Antonio tendría que pararse para atenderla, no le sorprendió tener que esperar casi tres minutos antes de que la manija se moviera y la abriera.

—Muy bien, ¿qué tienes? —preguntó, filtrándose en la trastienda y poniendo un par de pasos de distancia entre el perista y su persona.

Jadeando, éste cerró la puerta y se apoyó contra ella. A Lali le incomodó ese gesto; su sola corpulencia hacía de él un muro temible. Las ventanas y la puerta de adelante estaban bloqueadas, pero en caso de emergencia seguramente podría lanzar un televisor y salir. Jamás la atraparía en la calle.

—¿Dónde está lo mío? —preguntó.
Sacando el dinero de su casaca, lo dejó sobre un mueble.

—Aquí mismo. Pero no te lo quedarás si no me gusta lo que tienes que decir.

—Ah, claro que te gustará. Estás buscando un Van Gogh auténtico, ¿no? ¿Nenúfares azules?
«El mismo.»

—¿Dónde lo viste?

—No lo he visto. Me llamaron. Un tipo con una de esas voces alteradas tipo Darth Vader buscaba nombres de peristas que pudieran manejar esa clase de mercadería.

—¿Y qué le dijiste?
Él extendió una rolliza mano.

—La plata primero.

Dado que había identificado el Van Gogh, su información era probablemente valiosa. Se lo entregó con el ceño fruncido, esquivando sus dedos cuando él trató de agarrarle la mano.

—Habla, Antonio.

—Ya sabes, estaba pensado. Lanzani tiene un montón de objetos de valor. Podríamos pensar en algo para recolocarlos. Sería pan comido. Y tú seguramente podrías vaciar media casa antes de que él se diera cuenta.
Lali cruzó los brazos a la altura del pecho.

—Mira, el dinero era por la información, pero golpearte es gratis.

—Está bien. Le dije que posiblemente podría ayudarlo si pasaba por aquí antes de las nueve.
Miró su reloj. Eran casi las ocho en punto.

—Genial. No te importa que me quede por aquí, ¿no?

—Claro que sí. No eres buena para el negocio, Espósito. Los tipos con los que me muevo saben que te has pasado al otro lado. Escóndete donde quieras, siempre y cuando nadie te vea. No quiero que te vean.

—Ok. ¿Va a venir por la puerta trasera o por la principal?
El se encogió de hombros.

—Yo qué sé. Lárgate.

—Sal de mi camino.

Con un gruñido divertido Antonio se movió pesadamente a un lado. Lali abrió antes de que éste pudiera cambiar de opinión.

—Resulta extraño, ¿no? —dijo Antonio a sus espaldas.

Arte para los Problemas 2: De Ladrona a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora