Capítulo 69

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Cuando Daniel desapareció por la puerta, Lali se recostó. Teniendo en cuenta sus sospechas, había esperado que Daniel estuviera más a la defensiva y se mostrara considerablemente más arisco. Naturalmente, no había esperado que estuviera colocado; eso hacía que descubrirlo resultara más sencillo y complicado por partes iguales. Rápidamente sacó su celular y lo puso en vibrador; a pesar de que no tenía idea de si alguien podría contactar con ella allí.

Miró hacia la entrada. Probablemente estaría apostando a más en ese preciso momento, cosa que podría explicar su apremiante necesidad de dinero y su seguridad de que saldría impune del asesinato. ¿Bartolomé lo había idolatrado tal como Peter decía? Sería complicado de demostrar. Las familias, sobre todo las de dinero, no eran de ventilar sus problemas internos. Necesitaba darle un vistazo a los documentos legales de Bartolomé para ver si los fondos de Daniel habían sido restringidos por algún motivo.

Debido a la emoción le sobrevino un rápido y fuerte calor. Lo único que necesitaba era una pequeña prueba, y podría ir a hablar con Castillo. Y lo mejor de todo, entregar a Daniel sería completamente distinto a entregar a uno de sus ex compañeros. Sin división de lealtades, sin riesgo a represalias.

Claro que todavía tenía que volver a la orilla y luego buscar de analizar esos documentos. Y encontrar las pinturas y los rubíes sin duda resultaría útil. Lali suspiró. Por lo visto de nuevo iba a tener que ser amable con Gastón Dalmau.

Cuando Daniel salió otra vez a la luz del sol su sonrisa era todavía más amplia… y en efecto tenía restos de polvo sobre el labio superior. O Daniel Bedoya-Agüero era verdaderamente inteligente o realmente era arrogante y estúpido.

—Te manchaste —apuntó, señalando hacia su labio superior.
Con una risita tonta, agachó la cabeza para limpiarse la nariz.

—¿Bueno, por dónde nos quedamos?

—Estabas a punto de decir que habías hecho algunas cosas malas en tu vida y que me invitarías a unirme a ti en la próxima.

—Claro —convino, asintiendo mientras estiraba el brazo para agarrar la botella de vino—. Podríamos ser una buena dupla. Seríamos una pareja muy atractiva.

—Seguro que sí. Me has hecho una interesante proposición.— Le entregó un vaso de vino a Lali y tomó otro para sí.

—Brindo por las proposiciones interesantes.
Ella tomó un trago. «Y por las conclusiones interesantes.»

—Cuéntame cómo aprendiste a timonear yates.

Peter estacionó en el pequeño estacionamiento fuera de la inmobiliaria cinco minutos antes de las diez. Laura tanía un BMW, y todavía no había rastro de éste, así que apagó el su auto y llamó a Gastón.

—¿Aló? —respondió el abogado al primer tono.

—Gastón, ¿recibiste el correo electrónico que te mandé?

—Peter. —Silencio—. Claro, lo tengo aquí mismo. ¿Vas a venir hoy?

—Esta tarde. Antes tengo que encargarme de algo.

—Muy bien. No hay problema. Tenemos ya listas las páginas actualizadas.
Juan Pedro se alejó el teléfono de la oreja y lo miró.

—Recuerda que la junta llega con anticipación —dijo tras un momento. Con lo que Gastón se obsesionaba por los detalles, debería estar al borde de un ataque de histeria en ese momento.

—Hace sólo una hora que me llamaste. Estaremos preparados. Hablaré contigo más tard…

—¿Qué pasa, Gastón? —lo interrumpió.

—No, nada. Lo que pasa es que estamos ocupados.

—¿Te preocupa algo? Te dije que estaría preparado para esto.

—Lo sé. —Más silencio.

—Adiós.

La línea se cortó. No cabía duda de que algo pasaba. De hecho, no recordaba la última vez que Gastón le había colgado el teléfono. Se dispuso a llamarlo de nuevo, pero un reluciente BMW plateado se detuvo a su lado. Bueno, después se encargaría de descubrir qué era lo que le preocupaba a Gastón. No era que ese día no tuviera nada más que hacer.

—Laura —dijo, bajando del auto para abrirle la puerta—. Gracias por devolverme la llamada. Sé que te aviso con poco tiempo.

—No te preocupes; me encargaré de que me pagues más adelante. —Le estrechó la mano, sosteniéndola más que sacudiéndola—. Vamos en mi auto. Tengo todos los mapas y planos.

Asintió con la cabeza y rodeó el vehículo hasta la puerta del pasajero para subirse en él. Hubiera preferido manejar, pero si eso hacía que la mujer se sintiese dueña de la situación, no había problema por su parte. Sobre todo debido a que tenía otras cosas en la cabeza aparte de la inmobiliaria.

—Así que, Peter… ¿no te importa que te llame Peter, no?

—Para nada.

—¿Y bien, Peter, por qué no te acercaste anteayer para concertar una visita?

—Parecías tener ya demasiado. No te habría molestado por una cuestión de trabajo.

—Los negocios son los negocios —dijo mientras ingresaba en la autopista—. Siempre hay tiempo para ellos.

Ése solía ser su lema, hasta que conoció a Lali. Su ética laboral había pasado paulatinamente a una posición secundaria, pero no se había dado cuenta hasta hacía poco. Y ni mucho menos le molestaba tanto como había esperado, o no tanto como le hubiera molestado un año atrás.

Juan Pedro miró de reojo a Laura mientras esta comprobaba el espejo retrovisor. Sabía cómo utilizar a la gente, cómo manipularlos para que vieran las cosas según su punto de vista, y tal cosa nunca le había quitado el sueño. Lo hacía del mismo modo en que algunos eran médicos y otros mecánicos. Y resultaba que era bueno haciéndolo. Hoy pretendía emplear tales habilidades tanto si Laura Bedoya-Agüero tenía que ver con la muerte de su padre como si no. Había sido criado en el círculo de élite del que ella formaba parte. Esa gente utilizaba el dinero como un arma. Él poseía muchísima munición.

La cuestión era cuánto presionar. Sus propios padres habían muerto siendo él todavía adolescente, pero incluso en un colegio pupilo, a un continente de distancia y sin haberlos visto durante un año, no se sintió en condiciones de realizar ningún tipo de tarea durante varias semanas. El hecho de que Laura estuviera haciendo negocios inmobiliarios esa misma mañana no la convertía en culpable, pero a él sí lo hacía sospechar.

Arte para los Problemas 2: De Ladrona a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora