Capitulo 11

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—¿Qué? —Levantó la vista y esta se enfocó en la puerta de la casa. Lali se enderezó. Había un elegante Jaguar verde, que parecía completamente fuera de lugar en el viejo y descuidado barrio, estacionado junto a la vereda. No se veía al conductor, pero claramente Lali sabía a quién pertenecía. Había llegado rápido. Demasiado rápido.

—¿Quieres que dé media vuelta? —preguntó Nico en tono dudoso.

—No. De todas maneras, seguro ya oyó tu camioneta desde hace veinte cuadras.

Doblaron en el camino de entrada. Nicolás se hizo el remolón, pero no podía culparlo. Peter y ella habían peleado antes, pero esta vez no era por una cosa o por un malentendido; era por ellos mismos.

La puerta principal no estaba cerrada con llave, y la abrió de un empujón después de respirar profundamente. Tenía preparado un argumento cortante, pero cuando lo vio sentado a la mesa de fórmica de la cocina, tomando limonada de uno de los vasos con diseños de Nicolás, cambió de idea. Tampoco se molestó en expresar con palabras lo... satisfecha que se sentía de verlo, o cómo el corazón le latía velozmente cuando sus miradas se cruzaron.

—¿Hace cuánto estás acá? —preguntó.
Sus ojos verdes miraron fugazmente hacia la pared y al reloj colgado con forma de gato y ojos movedizos.

—¿En Buenos Aires? Casi dos horas. En casa de Nicolás, unos diez minutos.

—Me rompiste la cerradura —dijo Nico desde la entrada.

—Después te compro una nueva —contestó Peter, poniéndose de pie—. Me tomé la libertad de meter tu mochila en el auto.
Ella frunció el ceño.

—No puedes...
Él alzó una mano.

—Me debes una puerta de garaje y cuatro llantas. Aunque me olvidaré de todo si vuelves a Sonne Brilliant conmigo.

—¿Soborno?

—No, yo lo llamaría una pequeña negociación. Y, además, me gustaría gritarte, y detestaría tener que hacerlo aquí, delante de Nicolás.

—Tampoco a mí me gustaría eso —medió el susodicho, entrando en la cocina con un fajo de muestras de pintura que habían recopilado.

—Está bien —murmuró, no queriendo que Peter pensara que necesitaba a Nicolás como refuerzo—. Pero no esperes que me disculpe por lo de la puerta o las llantas. Ni por nada.

—Negociaremos —respondió, sacando un trozo de papel del bolsillo interior de su saco—. Llegó esto para ti.

—¿Leíste mi correspondencia?

—Estaba en el fax de mi oficina en casa.

—Pero lo leíste.

—Llegó a mi fax, chiquita.

A Lali seguía sin gustarle en lo más mínimo. Llevaba media hora en la ciudad y, a pesar de saber que ella quería que no lo hiciera, no podía resistirse a chismosear. En silencio añadió aquello a su lista de insultos. Tomó el fax, le dio a Nicolás un beso en la mejilla de camino a la puerta de la casa.

—Te veo mañana en la mañana.

—¿En la oficina?

—Obvio.

Aquello sonaba genial, tener en efecto una oficina donde poder reunirse con la gente. Con anterioridad había sido en la mesa de su cocina, en oscuros restaurantes o por medio de llamadas imposibles de rastrear.

—¿Así que te gustó la oficina que encontró Nicolás? —preguntó Peter, dándole el alcance en la vereda.

—Sí. —Silencio—. La alquilamos hace media hora.

El abrió la puerta del acompañante y le ofreció la mano para ayudarla a subir. Pero Lali esquivó sus dedos al instalarse en el asiento de cuero. Tocarlo era importante y a él le gustaba el contacto físico entre ellos.

—¿Puedo verla?

—Seguramente no.

—Mmm. —Se sentó al volante y en un instante partieron a toda velocidad—. Cuando necesité ayuda para resolver un robo, te incluí.

—No, yo te incluí a ti.

—Sí, tal vez, pero yo estuve de acuerdo con eso. El robo es tu campo de conocimiento. Los negocios son el mío. ¿Por qué no dejas que te ayude?

—Peter, basta, o la próxima vez que decida irme no podrás encontrarme.
La miró rápidamente antes de centrar de nuevo su atención en la carretera.

—No. Míralo de la forma en que yo lo hago, Lali. Es evidente que esto es importante para ti. Si me dejas afuera, entonces me perderé mucho de ti.

—¿Estás celoso de que tenga un trabajo? —preguntó con incredulidad.

—Estoy celoso de que trates de dejarme fuera de esta parte de tu vida, la parte que se emociona al intentar algo nuevo y mirar al futuro.

Bueno, no había esperado esa explicación. Y hacía que sus argumentos parecieran egoístas, aunque era probable que ésa hubiera sido su intención. Él sabía cómo lograr una oferta tentadora, después de todo. Dios, así era como se ganaba la vida. Pero no era ella quien había estado metiéndose en su última negociación.

Arte para los Problemas 2: De Ladrona a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora