Capítulo 63

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Lali cogió la cámara. Funcionaba con rollo de 35 milímetros en vez de digital y eso la sorprendió. Pero probablemente carecía de importancia la facilidad con la que el fotógrafo podría publicar fotografías digitales en Internet, si tan sólo le preocupaba conseguir un cheque. Por supuesto, el tipo podía tener fobia a la tecnología, pero los motivos no venían al caso.

Lo único relevante en ese momento era que el rollo significaba un número finito de copias y un juego de negativos. Dejó la cámara y se dispuso a registrar.

Era un espacio bastante reducido y la búsqueda tan sólo le llevó unos minutos. Hiciera lo que hiciese el tipo para ganarse la vida durante el día, mantenía organizado el material para su trabajo nocturno. El archivador de dos cajones en la habitación estaba cerrado, pero no tardó más que un segundo en abrirlo. Unos cincuenta archivos, pulcramente ordenados alfabéticamente, cada uno de ellos con un número diferente de fotografías y negativos, llenaban ambos cajones.

Obviamente el fotógrafo iba a una tienda de revelado en una hora y hacía copias dobles o triples. Lyon había estado en lo correcto: algunos de los archivos contenían anotaciones de tres, cuatro e incluso cinco pagos distintos. Por lo visto Alonso Sanz se limitaba a enviar pedidos regulares hasta que una víctima se cansaba de pagar. Ignoraba si la esposa de la víctima entraba o no en el juego después de eso.

Aunque no le significaba ningún problema que un tipo fuera estafado por engañar a su ser amado, al menos la mitad de las fotografías que veía fácilmente podrían haber sido un montaje como la de Lyon. Y tanto si Sanz llevaba a cabo sus amenazas como si no, sería prácticamente imposible para la víctima negar haber tonteado con otra mujer y que alguien le creyera.
Lali frunció los labios.

—¡Qué diablos! —decidió, y comenzó a vaciar todos los archivos en uno. Ahora ella estaba del lado de los buenos. Y, además, aquello era simplemente vil.

Terminado el trámite, cerró de nuevo el cajón con llave, tomó la abultada carpeta que había sacado y se encaminó hacia la puerta. Lali dio un pequeño paso atrás, esbozando una sonrisa cuando salió del ascensor un alto y bronceado hombre jugando a ser Ken.

—Hola, hermosa —susurró, fijándose en sus pechos al pasar por su lado.

—Hola —respondió tímidamente, desviándose a un lado hacia el ascensor para proteger parcialmente la carpeta de la mirada del hombre. A menos que todos sus instintos estuvieran equivocados, aquél era Alonso Sanz. ¡Uy! ¿Quién iba a pensar que el Increíble Hulk era real?

Normalmente no se tropezaba con sus víctimas al salir de sus casas. El encuentro hizo que su adrenalina se disparara mientras corría de nuevo hacia el auto.

Todo el trabajo había resultado demasiado fácil. Había pensado en tener que vigilar el código postal y realizar algo más de trabajo detectivesco para encontrar el archivo de fotos en formato jpg o el negativo.

Dejó la carpeta en el asiento del pasajero a su lado y arrancó el Mustang. Lyon iba a ponerse contento; y ella acababa de ganar diez de los grandes.
No estaba mal para una noche de trabajo, según su opinión.

A las once y cuarenta y dos minutos Peter se sentó en el borde de la cama para ponerse sus zapatillas. «Al norte del centro» era bastante vago, pero le daba un lugar por donde comenzar a buscar.

Ben decía que se había ido en el Mustang, lo cual significaba que no se había dirigido a algún lugar particularmente elegante y discreto. Además, estaba con un short y una blusa. Aquello dejaba aún gran cantidad de lugares para alguien con sus habilidades.

Haciendo un alto en su escritorio, abrió el closet del fondo y sacó una pistola de treinta milímetros que se guardó en el bolsillo de la casaca. Estuviera donde estuviese, iría preparado para rescatarla. Para el común de los mortales, llegar doce minutos tarde era probablemente normal. Mariana Espósito trabajaba en lapsos de un segundo y, en su trabajo, pasado o no, cualquiera de esos segundos podía matarla.

Ya la había llamado tres veces al celular, pero volvió a intentar de nuevo mientras se dirigía a la planta baja. Un segundo después se escuchó el eco de la melodía de James Bond desde la cocina y la puerta del garaje.
El sonido cesó.

—Hola —respondió su voz en el teléfono—. Sólo llego diez minutos tarde.

Apareció en la entrada por debajo de él todavía con el teléfono en la oreja. Peter guardó el celular cuando terminó de bajar y un profundo alivio se apoderó de su pecho. Deseaba abrazarla, pero ella se ofendería por su falta de fe en sus habilidades.

—¿La canción de James Bond? —dijo, en cambio.

—Me pareció perfecta. —Lali lo miró de arriba abajo, parándose justo delante de él—. ¿Ibas a salir?

Arte para los Problemas 2: De Ladrona a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora