Capítulo 101 [últimos capítulos]

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—No puedes demostrar nada de eso —dijo Laura, el color de sus mejillas se tono más intenso.
Se estaba poniendo furiosa, justo lo que Lali esperaba conseguir.

—Claro que puedo. Tengo los rubíes.
Laura cambió de posición, llevando la mano al interior de la cesta.

—Devuélveme esa manzana —murmuró.

—No. Me gustan las manzanas.
Ambas manos se introdujeron en la cesta, seguidas por el característico sonido de una pistola al ser amartillada.

—Devuélveme la manzana.
«¡Demonios! Peter tenía razón. Había sido Laura.»

—Si utilizas eso, nadie va a creer que no mataste a tu padre. Sólo te queda Daniel como carnada, Laura. No arruines todo. Si te entregas ahora, puedes declarar que te entró el pánico y que intentabas deshacerte de los rubíes para ayudar a tu hermano. Es la única familia que te queda.

—Qué bonita historia.

—Eso creo. Podrías haber salido impune, si Daniel no hubiera decidido que no podía esperar a la liquidación del seguro y que necesitaba efectivo para su problemita nasal —prosiguió—. Eso debió de haberte enojado, realizar este gran robo y aun así tener que llevarte el único Gugenthal que no había sido denunciado como robado y hacer que Augusto Pereira lo vendiera en aquella tienda de antigüedades. Todos esos artículos, y nadie que te ayudara a convertirlos en dinero contante y sonante.
Laura se levantó tranquilamente, cargándose la canasta en el codo y manteniendo la mano contraria hundida en su interior.

—Bravo, Lali. Qué lista eres. Agarra tu manzana y vamos a dar un paseo.

—Me parece bien. —Menos gente para ayudarla, pero no esperaba demasiado en ese sentido. Al menos no era tan probable que los mirones recibieran un balazo si trasladaban el campo de batalla a otro lugar.

—¿Lali? —Ambas mujeres se giraron cuando Pame se aproximó, bolso en el brazo y la irritación reflejada en todo su rostro.

—En estos momentos, estoy algo ocupada, Pame.

—Necesito hablar contigo. —Pamela lanzó una mirada furibunda a Laura—. Ahora mismo.

—Entonces, acompáñanos —la interrumpió Laura.

—Oh, eso no es p…
El cañón de la pistola salió de dentro de la canasta el tiempo suficiente para que Pame lo viera.

—Nos vamos de paseo —prosiguió Laura, sonriendo.

Pamela se puso pálida, pero se encaminó hacia los establos tal como Laura indicaba. Cómo no. Habría montones de lugares para esconderse… o para huir después de cometer un asesinato.

Enfrente de la carpa, Franco se puso de pie, pero Lali meneó la cabeza de forma negativa. En esos momentos no podían permitirse una balacera. Podía ver a Peter al fondo del campo, la atención centrada en el partido. Bien. No quería que resultara herido.

Las tres recorrieron la hilera de mesas y salieron de debajo de la carpa. Laura se quedó un poco atrás, mientas que Pame se pegaba a Lali. La ex seguramente planeaba utilizarla de escudo contra las balas.

—Sabía que relacionarme contigo era un error —susurró Pamela con brutalidad, con las mejillas cenicientas.

—Tú eras la amiguita de los hijos de Bedoya-Agüero. No me vengas con quejas.
Rodearon el primero de los establos, alejadas de la vista de los jugadores de polo y su audiencia.

—Me alegro de que estés aquí, Pamela —comentó Laura—. Ahora puedo hacer que parezca que se mataron la una a la otra.
Genial. Aquello era incluso inteligente. Lali podía imaginar la escena: Pamela salía con Daniel para conseguir acceso a la familia, luego introdujo a la ladrona para cometer un robo con homicidio, y después se volvió codiciosa con las ganancias y, tal vez, incluso con Peter, y se dispararon la una a la otra.

—¿De verdad piensas que podríamos matarnos entre nosotras con la misma pistola? —preguntó. Cualquier cosa con tal de entretener, de interponer una traba a los planes de Laura.

—Todo puede suceder durante el forcejeo.
Lali se apartó unos centímetros de Pamela, poniendo algo de espacio para moverse.

—Ni hablar. Yo le patearía el trasero en una pelea. —Sin previo aviso, se dio rápidamente la vuelta, dejando que la gravedad deslizara su bolso del codo hasta la mano. Impulsada por el movimiento, golpeó a Laura en un lado de la cabeza.
Laura se tambaleó, la canasta se le resbaló hacia el barro del suelo. Pero logró sujetar la pistola.

—¡Agáchate! —gritó Lali, empujando a Pamela hacia un lado.

Inducida en gran parte por el instinto, Lali arremetió contra Laura, agarrando con su mano la que sujetaba la pistola y empujando hacia arriba. El arma se disparó, la bala le quemó el brazo al rozarla cuando se despidió rumbo a cielo. Habiendo perdido el equilibrio, las dos cayeron al suelo Laura se sacudió hacia atrás, tratando de liberar la pistola, pero Lali se negó a soltarla.

Ambas rodaron. Durante un alarmante segundo, Laura aplastó la cara de Lali en el barro. «¡Dios!» Luchando contra el pánico, dio un empellón con la mano libre, poniendo a Laura de espaldas. Limpiándose el barro de los ojos, Lali lanzó una patada. Su zapato salió volando y golpeó contra el suelo, a su lado, con un ruido sordo. Lo agarró, sujetando a su oponente con el hombro y clavándole las rodillas en las caderas.

—¡Hey! —gritó, desplazando el taco del zapato hacia la cara de Laura—. ¿Quieres que te meta esto en el ojo? ¡Suelta la pistola!

—¡Puta!
Lali golpeó a Laura en el hombro con el taco, sabiendo que aquello le dolería.

—¡Suelta la pistola o la próxima vez te sacaré un ojo!

Otro peso aterrizó sobre sus brazos enredados, y a través del barro divisó a Castillo y a una tropa de hombres, perfectamente armados, y que hasta ese momento habían pasado desapercibidos entre la multitud. ¡Gracias a Dios!

—De acuerdo, Lali, tenemos la pistola —gruñó Castillo, levantando su cuerpo por la cintura.

—¡Agarra las manzanas! —jadeó, apartándose tambaleante e intentando recuperar el equilibrio con un zapato de menos. Lo único que le faltaba era que los caballos se comieran las pruebas.
Laura se puso de pie sin demora y fue sujetada por un par de policías.

—Yo no he hecho nada —espetó—. ¡Ella me atacó!

—Mató a su padre —acertó a decir, retirando una gruesa capa de barro de su cara y brazos—. Está en…
Daniel Bedoya-Agüero corría directamente hacia ella, a toda velocidad, con el mazo levantado por encima de la cabeza.

Arte para los Problemas 2: De Ladrona a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora