Capitulo 2

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—Qué interesante —dijo con cansancio una fría voz masculina con un leve acento.
Ella hundió los hombros.

—¿Qué demonios haces aquí? —preguntó, volviendo al centro de la habitación y tratando disimular que no había estado a punto de mearse en los pantalones. A pesar de su casi acertada información de primera mano, resultaba obvio que el propietario «no estaba» en Londres.
Él se alejó del interruptor de la luz.

—Vivo aquí. ¿Perdiste tu llave?

Lali se le quedó mirando durante un momento. Alto, corpulento y maravilloso, Juan Pedro Lanzani, vestido incluso con un jean gastado y un polo, era la encarnación de los sueños de cualquier joven. Y eso sin contar el hecho de que fuera multimillonario, o que como diversión practicara deportes como el esquí, rugby o polo.

—Estaba entrenando —contestó, soltando el aliento—. ¿Cómo sabías que iba a entrar por aquí?

—Llevo media hora mirándote por las ventanas. Eres muy sigilosa.

—Ahora estás siendo un vivo.
Él asintió, sonriendo ampliamente.

—Seguramente.

—Y no llevas media hora aquí, porque me pasé cuarenta minutos escondida junto a la reja de entrada mientras algún tonto fingía tener una llanta baja.

—¿Cómo sabes que fingía?

—Porque llevaba una cámara con un enorme lente en su caja de herramientas. —Ladeó la cabeza, evaluando su expresión. Peter era difícil de descifrar; se ganaba la vida ocultando sus emociones—. Apuesto a que llegaste aquí hace cinco minutos, mientras trepaba el muro de la cocina.
Peter se aclaró la garganta.

—Independientemente de cuándo llegara, es la segunda vez que te descubro allanando una de mis propiedades, Lali.

«Así que había estado en lo cierto acerca del momento de su llegada.» Por mucho que le molestaba haber sido atrapada, debía reconocer cierta satisfacción porque en esos momentos el sueño y deseo de este multimillonario le perteneciera.

—En este caso, no pretendía robarte nada. No te empeñes en perder las formas.

—No me empeño en nada. Sin embargo, me gustaría una explicación.
Encogió un hombro al pasar por su lado, cruzando por mitad de la enorme biblioteca hacia la puerta que daba al pasillo.

—He pasado tres horas oyendo a Paul Holton quejarse sobre los perversos e inútiles que quieren robar su colección de arte —bufó—. Como si cualquier ladrón que se valore quisiera sus caóticas miniaturas rusas. Al menos solía coleccionar crucifijos de plata.
Unos pies descalzos sonaron a su espalda.

—Corrígeme si me equivoco, Lali, pero creí que ibas a dedicarte a ayudar a la gente a proteger sus objetos de valor. Después de todo, por lo que recuerdo, tu último robo tuvo como resultado una enorme explosión y casi la muerte del dueño de la casa y la tuya propia.

—Ya sé, ya sé. Por eso me retiré del oficio de ladrona, ¿te acuerdas? Y fue así como nos conocimos, don Dueño.

—Me acuerdo, mi amor. Y se me ocurrió que te interesaría tener a Holton como cliente.
También lo había pensado ella. Por lo visto era más aspaviento de lo que ninguno de los dos había previsto.

—La parte de evitar allanamientos está bien. Es hablar con los objetivos lo que me hace...

—Clientes —la interrumpió.

—¿Qué?

—Has dicho «objetivos». Ahora son tus clientes.

—Bueno, Holton fue un objetivo en una ocasión. Y es un estúpido y aburrido, no un cliente. Jamás habría hablado con él si tú no me lo hubieras pedido.
Lali escuchó su pausada inhalación.

—Genial. Podrías haberme dicho que le habías robado antes de que me tomara la molestia de presentártelo.

—Quería conocerlo.

—¿Hablar con tus objetivos te produce una descarga de adrenalina?
Lali se encogió de hombros.

—No es para tanto, pero algo de adrenalina me genera.

—Eso dices tú. —Bajó la mano por su columna—. ¿Por qué nunca trataste de robarme hasta aquella noche en Buenos Aires?
Ella esbozó una amplia sonrisa.

—¿Por qué? ¿Acaso te sientes ignorado?

—De cierta forma, supongo que así es. Ya me dijiste que sólo ibas por lo mejor.
Había una docena de rápidos argumentos que podía responder, pero, con toda franqueza, aquélla era una pregunta que se había hecho a sí misma.

—Imagino que es porque tu colección y tú eran —son— superiores. Todo el mundo conoce lo que tienes, así que, si alguien apareciera con algo...

—¿Así que lo único que me salvó de ti fue mi asombrosa fama?

—Exacto. Pero antes de que empieces a ponerte en plan santurrón conmigo, ¿qué estás haciendo aquí? Se suponía que estabas en Londres hasta mañana.

—La reunión terminó rápido. Entonces, decidí manejar hasta casa... a tiempo, debo agregar, de demostrar que sigues sin poder superarme. Tal vez ésa sea la verdadera razón por la cual jamás me robaste, cariño.
Su espalda se puso rígida y se detuvo, girándose de cara a él cuando llegaron a la puerta que daba al corredor.

—¿Qué?
Él asintió.

—Te descubrí en Bueno Aires, hace tres meses, con las manos en la masa, y ahora aquí, en Devon. Puede que sea buena idea que te hayas retirado del negocio del fraude.

Ah, suficiente de tanta superioridad británica. Lali se estiró para besarlo, sintiendo la sorpresa en su boca y luego sus brazos la rodearon al tiempo que relajaba el cuerpo. Descolgó la cuerda de su brazo y le ató las manos con ella, agachándose para escapar de su abrazo.

—Lali...

Arte para los Problemas 2: De Ladrona a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora