Capitulo 20

141 9 2
                                    

—¿No me vas a decir nada, Juan Pedro? Me estoy divorciando de Martín.

—¿Por qué?

—«¿Por qué?» Está en la cárcel, procesado por el asesinato de dos personas, por contratar a otro asesino y por contrabando y robo. ¿No es motivo suficiente?

—¡Qué sé yo, Pamela!. No estoy familiarizado con el funcionamiento de tu criterio moral.

—Juan Pedro, no hagas esto.
El tomó aliento.

—Lo que pasa es que se me hace muy raro que vengas a Buenos Aires con el solo propósito de confirmarme que has cometido un error de juicio más.

—No sabía que estabas aquí —le respondió. Su mandíbula palpitaba nerviosamente, tomó el tarro de mermelada de fresa y comenzó a untarla en la tostada—. Pero me alegro de verte.

—Yo, por mi parte, prefiero guardar mi opinión.

—Fuiste mi primer amor, Peter. Nada ni nadie cambia eso. Y los primeros ocho meses de nuestro matrimonio fueron... —Se abanicó la cara con la mano—... maravillosos. —Pamela siguió con la mirada las manos de Peter mientras cortaba un pedazo de melón y se lo llevaba a la boca—. ¿No va a unirse a nosotros tu amiga?

Juan Pedro entrecerró los ojos. Una cosa eran los errores pasados, las heridas pasadas y un mal error de juicio, pero ahora había sacado a relucir la parte más importante de su presente y, a menos que aquello terminara con él, su futuro.

—Lali tiene una reunión.

—He oído que está empezando una empresa de seguridad. ¿Qué te parece que trabaje cuando... ?

—Pamela, ¿para qué viniste? —la interrumpió, permitiendo finalmente que parte de su irritación saliera a la luz—. Y no me vengas con todas esas estupideces sobre el tiempo.

—Está bien. —Bajó la mirada, aplastando bruscamente los huevos demasiado blandos con el tenedor—. Sabes que no me pusiste las cosas fáciles, ni antes ni después de terminar con nuestro matrimonio.

—Lo sé. Antes fue mi culpa. Después fue solamente tuya. Prefiero dejar los gestos generosos para el Papa.

—Tú... —Se detuvo, dándose cuenta sin duda de que si comenzaba a insultar, acabaría sentada en el camino de la entrada—. Me hospedo en un hotel en Buenos Aires. Tuve que abandonar Londres, y todos los recuerdos de Martín y a aquella gente, mis ex amigos, a los que había mentido. Y quiero tu ayuda para empezar de nuevo. Esta vez, quiero hacer las cosas bien. Vivo regida a un presupuesto, tratando de organizar mis prioridades, intentado ser independiente por primera vez.

—Si estás siendo independiente, ¿por qué quieres mi ayuda? —respondió, apenas entendiendo lo que ella trataba de decirle.

—Bueno, estoy siguiendo tu ejemplo —dijo, con un inconfundible bufido—. Quiero decir que, mírate. Tú saliste bien parado, has rehecho tu vida, tienes una nueva... amiga y no cabe duda de que no te quiere por el dinero. Necesito tu asesoramiento, Juan Pedro. Y tu ayuda y comprensión. Entonces podré ser fuerte e independiente.

Colocó la mano sobre la de él, y Peter no pudo evitar notar que le temblaban los dedos. La conocía lo bastante bien como para estar muy seguro de que por muy hábil que fuera manipulando a las personas, su demostración de impotencia no era una pose.

—¿Qué clase de ayuda quieres? —preguntó de mala gana.

—Yo... pensé que podrías dejarme hablar con uno de los abogados de Gastón para obtener una perspectiva de lo que puedo hacer en el divorcio cuando la mitad de los ingresos de Martín, de nuestros ingresos, al parecer provenían de la venta de objetos robados. Y me gustaría alquilar o comprar una pequeña casa aquí en Buenos Aires, pero necesito que alguien se encargue de los trámites. Esto...

—¿Esperas que te ayude a mudarte acá? —interrumpió.
Ella cerró la boca de golpe, con los ojos excesivamente abiertos y llenos de dolor.

—Empleé... empleé todo lo que tengo para poder venir a verte. —Una oportuna lágrima rodó por su mejilla—. Dime qué se supone que tengo que hacer. No puedo quedarme en Londres. Necesito tu ayuda, Peter. Por favor.

—Voy a pensarlo —dijo, dejando el tenedor con un sonido metálico y poniéndose en pie—. Ahora, si me disculpas, tengo que juntarme con Lali. Reinaldo te acompañará hasta la puerta.

—Pero...

—Me parece que ya pediste suficiente por un día.

—No solías dejar tus cosas para juntarte conmigo durante el día —murmuró, lo bastante alto para que él lo oyera. Peter no respondió; no estaba seguro de cómo hacerlo, sobre todo porque era cierto. Nunca había dejado sus cosas a un lado, alejándose de su rutina, para acoplarse a los planes de Pamela. Jamás le pareció necesario. Había sido su esposa, y su agenda había estado diseñada para acomodarse a la de él. Lali, por otra parte, era una pasión absorbente.

—Déjale la información de tu hotel a Reinaldo —dijo por encima del hombro, abriendo la puerta del comedor—. Haré que Gastón o alguien de su estudio te llame.

—Gracias, Juan Pedro. No te imaginas cuánto significa esto para mí. Muchísimas grac...

Él cerró la puerta a su falsa gratitud y se fue a recoger su auto. Algo con lo que se podía contar con respecto a Pamela era con que jamás cambiaba. Su aparente encanto y competencia habían sido, precisamente, lo que había deseado en una esposa... o eso había pensado. Cuando comenzó a asumir que el interior era un reflejo de la apariencia, y que ni lo uno ni lo otro le resultaba particularmente interesante, se había ido distanciando de ella... hasta que ésta había dado el paso definitivo saltando a la cama de Martín.

Tres meses atrás también él había dado un salto, y no estaba seguro de que sus pies hubieran tocado suelo aún. Juan Pedro se subió a su Mercedes SLR plateado. Cuando finalmente aterrizara, sabía dónde quería estar. E iba a verla en ese preciso momento.

Arte para los Problemas 2: De Ladrona a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora