La Luna y el Sol.

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Cuarta parte de "Un lazo divino".

...


Esto sucedió hace miles de años, incluso antes de si quiera recordar.

Cuando el Sol y la Luna se encontraron por primera vez, ambos apasionados el uno por el otro dando origen a un hermoso amor.

El día que el Dios supremo crear a la tierra, este decidió que el dios Sol iluminaria el día y la diosa Luna iluminaria la noche. Dandoles por último un brillo a cada uno.

Por lo que, ambos estarían obligados a vivir separados.

Fueron invadidos por una enorme tristeza al verse separados y sabiendo que nunca más podrían verse.

La diosa Luna fue quedándose cada vez más angustiada, a pesar del brillo que el Dios supremo le había dado. Poco a poco fue tornándose solitaria.

El dios sol a su vez, había ganado el título de nobleza "Astro rey", pero eso tampoco le hizo feliz.

Dios, viendo esto, les llamo y explico a ambos:

—No deben estar tristes, ambos ahora poseen un brillo propio. Luna, tu iluminaras las noches frías y calientes, encantaras a los enamorados y serás frecuentemente protagonista de hermosas poesías. En cuanto tu, Sol, sustentaras ese título porque serás el más importante de los astros, iluminaras la tierra durante el día, proporcionaras calor al ser humano y tu simple presencia hará a las personas mas felices.

La luna entristeció aún más con el terrible destino que le esperaba y lloró amargamente. El sol al verla sufrir, decidió que no podría dejar abatirse más, ya que tendría que darle fuerzas y ayudarle a aceptar lo que Dios había decidido.

Aún así, su preocupación era tan grande que hizo un pedido especial a dios.

—Señor, la luna es más frágil que yo, no soportará la soledad. Por favor, ayúdala.

Dios, en su inmensa bondad, creo entonces las estrellas para hacerle compañía a la luna.

Desde entonces, siempre que la luna está triste recurre a las estrellas, estas hacen de todo para consolarla, pero casi nunca lo consiguen.

Hoy, siguen viviendo así, separados.

El sol finge felicidad, y la luna a veces no lo consigue, viviendo en su tristeza.

Mientras el sol arde de pasión por ella, la luna vive en las tinieblas de su añoranza. Dicen que la orden de Dios era que la Luna debería de ser siempre llena y luminosa, pero lo lo consiguió. Porque siendo mujer, ella tiene fases.

Cuando es feliz, consigue ser llena, pero cuando es infeliz es menguante y de este modo no siquiera es posible apreciar su brillo.

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