27.

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Había algo que no tenía sentido.

El hecho de que fuese Kijoon, de que fuese un número telefónico que podría ser reconocido era tan tonto como poco predecible.

Quién lo hubiese hecho, quién lo hubiese planeado sabía que comenzaba un juego de cacería; entre el gato y el ratón. Yoongi confesó todo lo que había visto, tan pronto como su herida sanó les informó sobre el celular, los mensajes y la manera tan peculiar en que los halló.

—Era una transferencia.

Les dijo seguro de lo que vio.

—¿Dinero?—preguntó el maestro desconcertado—¿Recibió un mensaje que trataba de dinero en un teléfono desechable?

Llegaron rápido a conclusiones, quizás porque previas eran las sospechas.

—Está haciendo algo y está siendo pagado por ello— afirmó Sowoon con la vista fija en el botiquín que aún sostenia en manos— Y...a juzgar por cómo está recibiendo el dinero, no creo que se trate de algo bueno.

—Kijoon...—agregó Yoongi— Estamos olvidándonos de él. Si su número es este—Extendió su brazo— entonces por allí debemos comenzar.

Las cabezas asintieron estando de acuerdo, pero aquel encargo quedó a manos de los jóvenes. El mayor tenía que atender otros asuntos pues había sido el primero, y quizás el único en haberse dado cuenta del inusual agujero. El receso había culminado y la clase de inglés se aproximaba, el encuentro con su compañero se aplazó finalizada la jornada, si es que lo encontraban, si es que no desaparecía.

Kijoon. Había olvidado que alguna vez fue su amigo, que junto a él vivió momentos de genuina diversión. Yoongi disfrutaba su compañía, eran variados los intereses que les unían, tanto así que podían pasar horas y horas charlando sobre eso sin aburrirse...Pero pasó el tiempo y junto con el, Heeyoon. Su amistad se desmoronó cual diente de león en una fuerte ventisca y le dolió, le dolió en el alma que la distancia que ahora les separaba hubiese sido escogida por él, por el miedo irracional que un demente le provocaba. Un demente que tenía agachadas casi todas las cabezas.

Por eso Yoongi tampoco buscó explicarse, cómo el herir al patrimonio de la escuela no le causó una expulsión inmediata, sabía que algo tramaba cuando lo vio ingresar colgando una llamada, y no le quedó de otra más que esperar por el golpe final.

Sin embargo de nada se arrepintió, sus nudillos marcaron una nueva era y se sintió tan bien al punto de querer repetirlo. Quería herirlo las mil y un veces en que fue herido, quería ser el malo y devolverle cada puñetazo, uno por cada trauma. Quería convertirse en su peor pesadilla y hacerle atravesar el infierno que ahora era su casa. Pero estaría convirtiéndose en aquello que odiaba y pensó, que dejarle solo y al descubierto sería la mejor venganza.

Las clases finalizaron para su conveniencia. Pocos eran los días en que algún maestro se ausentaba pero cada vez que sucedía era un alivio, una cuestión de suerte. Esa tarde fue un respiro para las jóvenes mentes y mientras que otros decidían ir a pasar el rato, tanto Sowoon como Yoongi tenían un compromiso que no podía darse el lujo de esperar.

Yoongi comenzó con su cacería. A penas el timbre dio aviso a la salida le persiguió con disimulo, Kijoon ni siquiera lo notó y cuando quiso darse cuenta de que algo andaba mal, sentía el impacto por detrás de unas manos iracundas.

El joven Min lo había empujado contra la parada de autobuses, la adrenalina que aún preservaba cobijó también al pobre de Kijoon. El muchacho se arropó con sus brazos hasta arriba y temeroso de levantar la vista comenzó a susurrar:

—¡N-no me lastimes porfavor! Te juró que... está vez no hice nada.

El corazón de Sowoon se arrugó ante la escena, y tomó el hombro de su acompañante para calmarle. No era la manera de hablar con alguien que, al igual que ellos, había sido herido incontables veces. Yoongi se apartó con desprecio y dejó que la bondad de Sowoon se hiciese cargo.

For 365. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora