Min Yoon Gi.

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Desactivó la alarma antes de que sonase. Y cerró sus ojos sólo cinco segundos, ese fue el descanso que creyó suficiente, después de una larga noche de insomnio.

Cinco de la mañana. Era un récord estar despierto hasta esa hora, pero nadie iba a reconocerlo ni a darle un premio por eso. Volcó sus sábanas y sin ponerse las pantuflas, recibió el escalofrío del suelo en su pie desnudo.

Abrió la puerta de su habitación, y lo abrazo la sensación de inseguridad que ya no le era ajena. Cruzó por la sala y se tropezó con varias botellas que brindaron entre sí, removiendo al cuerpo que se encontraba tumbado en el sofá.

Yoongi lo observó por un momento, ¿quién era ese hombre? ¿Realmente alguien que merecía dormir tan plácidamente? La vista le revolvió el estómago y tuvo agallas para tomar una de las tantas botellas, pero no para lanzarla. Sacudió su cabeza y se alejó del panorama, encerrándose en el baño.

En el diminuto y asqueroso baño que limpiaba por gusto, se lavo la cara dejándola secar al aire, porque ni toalla ni papel abundaban. Cepilló sus dientes y se vio en el sucio espejo, las ojeras contrastaban con sus labios, morados, resecos, reflejaban tristeza, miseria y agonía. ¿Cuándo fue su última sonrisa? Tal vez cuando era bebé y oyó la voz de su madre, o tal vez en su cumpleaños, cuando su padre le llevaba el pastel para que soplara sus cuatro años. Sabía que eran así de lejanos, los únicos recuerdos de haber vivido una agradable vida.

Y le gustaba divagar de vez en cuando, para encontrar pocos de estos y archivarlos en una carpeta exclusiva, dónde buscaba consuelo cuando los escupitajos le nublaban la vista, y los golpes paralizaban su cuerpo.

—¡Abre la puerta! 

Pensó que tan temprano en la mañana podría librarse de él, pero era casi que un privilegio conseguir un poco de privacidad. Abrió la puerta y lo encontró tumbado en el piso, llevado por los tragos y la droga que combinaba cada noche. Yoongi solo esperaba pacientemente, el día en que lo encontrase muerto de una sobredosis.

Le pasó por encima y volvió a guardarse en su escondite, quería permanecer allí lo que restaba de su día, pero no aguantaba ni un segundo más a su lamentable hermano. Le echó un vistazo al calendario en su pared, hoy era el día marcado en rojo, un gran círculo rojo para que no se le olvidase.

Tomó unos cuántos pañitos húmedos y los repasó en todo su cuerpo, había tomado un baño la noche anterior previniendo justamente este hecho; su hermano se adueñaba del lavabo para que no le viera consumir sus porquerías. Pero aún así sudo toda la noche y no soportó su piel pegajosa.

—Solo este día. Aguanta solo este día.

Se decía a sí mismo mientras desechaba los pañuelos.

—Han sido peores. Un día más, solo uno más.

Buscó el uniforme y se lo midió. La secundaria Jeongdae quedaría marcada como la peor etapa de su vida. Los maestros le decían, con ese vano entusiasmo, que la universidad sería diferente a la vida en que fue acostumbrado, que lo mantendría ocupado, sin tiempo para "tonterías", sin tiempo para "juegos".

Pero (des)afortunadamente a este ritmo, no viviría lo suficiente para probarlo.

Agarró su vieja mochila y se la echó al hombro. No le importó que libros llevaba, si eran los correctos o los que ya no utilizaba, hoy, estaba seguro de que se mantendría intacta. Arrancó la hoja del calendario y la guardó en su bolsillo. Así atravesó la sala y agradeció no encontrarlo, porque no quería despedirse de él...y no sabía cómo.

Tomó su bicicleta y pareció huir de ahí, manejó tan rápido que casi se lleva a una anciana por delante, pero así como andaba, quería que el tiempo transcurriera. Aparcó su transporte y se bajó de el, pocos eran los que transitaban porque temprano era la hora. Aún así entró con ellos, dándose el tiempo para observar todo lo que nunca hizo antes.

For 365. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora