Im So Woon.

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Cabeceaba en el mostrador mientras la música en su celular le arrullaba, sostenía su cabeza con la palma de su mano derecha, mientras que con la izquierda deslizaba repetidamente un producto, para que el pitido del precio la mantuviera alerta.

Cinco de la mañana. ¿Y aún seguía en el trabajo? Si, porque esto era recompensado con billetes.

La campanita sonó y su sexto sentido falló al escucharla. Alguien detuvo el movimiento de su mano que ya era involuntario, y tosió para hacerse notar.

—Ah...— la somnolienta empleada abrió sus ojos.

—So Woon, ¿Cuántas veces le revisaras el precio a este yogurt?

—¡Jefe! ¡Oh, lo siento tanto! No, no me fije en lo que hacía.

—Con los ojos cerrados, ¿quién podría hacerlo?

La joven se despegó de su relajada posición, pausando la música de un manotazo. Sonrío tímidamente ante el rostro serio frente a ella y agachó su cabeza, avergonzada.

Ya era la cuarta vez que la encontraba dormida en su jornada.

Y no tenía ninguna excusa, más que se moría de sueño.

—Doble tu turno porque lo pediste, Sowoon. Pero si es muy pesado para ti, no habrá problema en abrir una vacante.

—No, no, no— negó rápidamente— Está bien, no volverá a pasar, se lo prometo.

Su jefe asintió con la cabeza satisfecho con su respuesta. ¿Cómo iba abrir otra vacante? Si es que el sacrificio de Sowoon le beneficiaba. Rodeó el mostrador para ingresar a la bodega, pero Soowon se mantuvo de pie en su lugar, queriendo que tan sólo su presencia hablara por ella.

—Ya puedes irte. ¿Qué es lo que esperas?

—Señor...yo, pensé que hoy me daría...

—Lo haré mañana, no te preocupes.

—Pero...

El hombre levantó una ceja, interesado por su querella.

—Nada— Sowoon añadió— No pasa nada, esperaré.

Se quitó el chaleco azul y lo entregó. Se despidió de su jefe, tomando el yogurt caducado para ponerlo en su lugar, pero lo escondió debajo de su blusa sin que se diese cuenta. Espero a que ingresara a la bodega, y de su escondite maestro sacó la bolsa que había llenado con productos vencidos. Corrió hacia la puerta despidiéndose vivazmente y salió de su laburo.

Sabía que lo que ganaba era una miseria, pero esa miseria funcionaba como un escudo protector. Hoy, ese escudo le había dejado abandonada a merced de su precario ingenio.

Recorrió los senderos más largos para llegar a casa, se los sabía de memoria, tanto así que predecía lo que iba a suceder. Se encontraba con la misma rutina cada mañana y ese era su juego favorito.

—La señora Cha bajará con su carrito de abarrotes para venderlos en el mercado. El perro le ladrará al motociclista que probablemente vaya hacia su trabajo. El restaurante de sopa de cerdo abrirá...ahora.

Sonrió cuándo cada palabra se cumplió y sin darse cuenta apuró su paso, contenta por ese simple hecho. Al caminar tan rápido, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró frente a frente con su puerta y una ráfaga de viento se llevó con ella la sonrisa. La madera podrida era el primer aviso, de lo que se aproximaba si se atrevía a dar un sólo paso.

Una de las razones por las que dobló su turno, fue porque cualquier lugar era mejor que estar en "casa".

Tragó saliva y empuñó sus manos. Abrió la puerta y su corazón soltó el peso que lo oprimía. Su pesadilla no se encontraba, así que su infierno se mantuvo calmo.

For 365. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora