Extra #1

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"Haz que arda, mi amor"

Todo el lugar apestaba a gasolina y nicotina, el cigarrillo encendido entre sus dedos sin duda alguna tentaba su suerte, pero eso era lo que les gustaba a ellos. Eduardo observaba a su reina infestando todo el lugar con el combustible, ella solía hacerlo rápido, ambos odiaban el olor, pero esta vez era diferente, ella se estaba tomando su tiempo, su rostros se conmocionaba con satisfacción cada vez que vaciaba una de las pimpinas que había llevado.

—Nunca me aburriré de esto —siseo la vampiresa.

—Yo tampoco —sonrió Eduardo, correspondiendo el deleite en su voz mientras observaba las piernas desnudas de su compañera.

Su piel oscura lo llamaba todo el tiempo, era preciosa, magnifica. En la tierra humana todo la atenuaba más, no había nadie que se resistiera a mirarla, se sentían atraídos por ella y esos ojos embaucadores. Con él, la cosa no era diferente. Los humanos los observaban, eran dos criaturas preciosas en un mundo gris y frío, debía ser así, para que ella pudiera estar segura. Él quería llevarla a Los Ángeles, pero no podían ir demasiado lejos, ni siquiera de noche, no podían arriesgarse a que algo los retrasara y el sol se alzara. Era por eso que siempre eran enviados a lugares grises para infiltrarse, ese se volvió su trabajo cuando ambos se descubrieron buenos para engañar a los humanos.

Peor que eso, engañar Seguidores humanos.

Eduardo llevó el cigarrillo y lo colocó entre sus labios, aspiró.  

—Si terminamos esto antes de las seis, podríamos llegar a Gardeen a tiempo para…

—No —cortó él, no le gustaba hablarle de esa forma, pero no podía escatimar en rudeza cuando ella lo presionaba—. Nos quedamos aquí, todavía no me quiero ir.

Nacary Bratteli detuvo lo que hacía y con la gracia de una cruel reina lo miró. Eduardo escapó de su mirada acomodándose en la Harley-Davidson que siempre había deseado tener, el aire se agitó y Nacary estuvo allí frente a él, le sujetó la mandíbula y levantó su mirada. Se negó a mirarle el rostro, miró su cuerpo en cambio, tenía una camisa grande de cuadros, estaba abierta y revelaba un top blanco que dejaba su ombligo al descubierto, el short de mezclilla hacia juego con su propia chaqueta, a él le encantaba ese detalle y le encantaba mucho más esa prenda tan corta con los bordes deshilachados que acariciaban la piel de sus muslos.

—Eddy.

Lo hacía apropósito, sabía que no le gustaba ser llamado así por ella.

—No me llames así —espetó mordaz.

Sus dedos fríos se clavaron en su piel caliente.

—¿Por qué no quieres ir? Él era importante para ti, para toda tu familia —inquirió necia.

Eduardo le gruñó, sus manos intentando apartar las de ella. Nacary le arrebató el cigarrillo y le dio una calada antes de tirarlo en dirección contraria a donde había estado vaciando la gasolina. Ella se alejó un par de pasos estudiando su comportamiento.

—Está muerto. Lo enterramos hace meses. No veo la razón por la cual continuar con esto, ya no está —soltó en voz más baja, la voz sintiéndose pesada como su pecho.

—No lo despidieron de forma adecuada. No se despidieron en lo absoluto —argumentó ella.

—Es una estupidez —se cruzó de brazos bufando—. Kort ya no está —insistió.

La sangre de los mágicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora