¿Cómo le dices a alguien que hemos sido manipulados como títeres por alguien que está muerto?
Sus rostros demuestran la devastación y la ira profunda por el genuino titiritero que ha estado moviendo sus cuerdas todo este tiempo, cuando han pensado que las habían cortado. Vuelvo a mirar mis muñecas preguntándome, ¿sigue teniendo control sobre mí también?
El silencio que se desencadena entre nosotros lo encuentro terrible, me cuesta admitir que me he acostumbrado a sus voces, el sonido que producen cuando se frustran o ríen y el de sus quejas dramáticas. Es incomodo ver como rehúyen del encuentro entre sus miradas, como si no quisieran enfrentar la verdadera situación. Fuimos engañados, movidos como piezas en un tablero, pero esto aún no termina y eso es lo que ellos deben entender.
Ariel y su pareja se van con el rostro deshecho hacia dentro de su carpa, no se escucha un solo ruido después de que entran, no es raro, todas las carpas tienen guardas contra el sonido. Observo a Johan sigue organizando una mesa que ya tiene todo arreglado, su espalda desnuda está expuesta a los rayos del sol que logran colarse entre los árboles, son tan intensos como el fuego, hacen que el sudor gotee en su pecho, haciendo brillante el vello grueso de su abdomen.
—Si estás tan inquieto por qué no te fuiste con Wanda y Arnaldo.
Ellos se marcharon cuando el sol salió, fueron a recibir al batallón de soldados que vinieron a evacuar los pueblos cercanos a este lugar. Era una tarea ya organizada, sin mucha complicación, nosotros no somos necesarios allí.
—Este maldito calor me tiene con los nervios destrozados —tira alguna cosa al suelo con frustración, se aleja de la mesa y olfatea el aire con disgusto.
Sigo a Johan con la mirada antes de ponerme de pie y seguirlo, pienso que se dirige al pozo, pero cuando lo pasa de largo entiendo que irá al río. Silenciosa voy tras él, Johan sabe que lo sigo, no dice nada al respecto, solo se sacude el sudor y continúa caminando. Nos toma por lo menos 15 minutos llegar allí, el sonido del agua lo hace deseable para ambos, mucho más para Johan.
Las raíces de los árboles y el lodo resultan ser tramposos cerca de la orilla del ancho rio. El agua luce fresca, violenta y fuerte, su corriente es peligrosa, lo compruebo al lanzar una pequeña rama que en segundos es llevada con rapidez. A Johan no parece importarle eso, se planta dentro del agua sujetándose de una raíz, sus nudillos se vuelven blancos muy pronto, pero su expresión de alivio es insensata. Remoja su cabeza llevando agua hasta ella con sus manos y luego hacia su boca, bebiendo.
—La corriente es demasiado vigorosa —observo, yendo más cerca, tomando la precaución de sujetarme.
—Tenemos que cubrir más terreno —jadea Johan, entendiendo a lo que me refiero.
Diana podría no desembarcar exactamente aquí.
—No entrará aquí en un barco —descarto la absurda idea—. Tiene que hacerlo en algo más pequeño, algo que pueda manejar.
—Tiene su magia, Lilith, creo que con eso podría manejar bastante bien esta situación.
Cierro mis ojos maldiciéndome. Cuando los abro miro hacia mis manos, bajo el agua, me lleno de su viveza. Tomo un poco de ella y la llevo hasta mi boca, el trago me resulta placentero, al igual que las pequeñas gotas que salpican mi piel.
—Esa maldita magia —sopeso negando—. Tienes razón.
—No te he visto descansando —comenta en un murmullo—. Deberías hacerlo.
Me enderezo en mi lugar al encontrarme estando de acuerdo con él, definitivamente algo debe ir mal conmigo, se me escapan las cosas, Johan tiene razón en las cosas…Niego brusca y me refresco el rostro.
—Ve a tu tienda, Lilith, permanecer despiertos es inútil, no somos necesarios ahora mismo. Te despertaré si algo sucede.
No digo nada, solo me marcho.
En la tienda el ambiente es…sofocante. Lo primero de lo que me deshago es de las molestas y pesadas botas, quito los calcetines y pongo los pies desnudos sobre el suelo rustico. El cuerpo se me llena de una extraña ansiedad que termina por hacerme quitar cada pesada prenda que me había sido dada por la manada. Solo desnuda vuelvo a respirar con normalidad, me recuesto en el colchón y llevo mis rodillas hacia mi estómago.
La familiaridad de estar así no se me pasa desapercibida, miro mis piernas, las cicatrices que se extienden pálidas. Trago saliva y cierro mis ojos con fuerza.
Estoy viva.
Soy el monstruo.
Yo…soy Lilith. No soy un recipiente para él.
*****
Zachcarías está aquí, me acaricia la cabeza, él es tan grande y yo tan…insignificante.
—Eres mía —sonríe con adoración, mira mis ojos como si quisiera sumergirse en ellos.
—Yo nunca te he pertenecido —suelto con dificultad, mi voz se traba en mi garganta.
—Siempre lo has hecho —se ríe bajito, como si confesara un secreto—. Eres mía, como un esclavo a su amo responderás a mí. La vida y la muerte están hechas de lo mismo, en un mundo roto una vida trae de regreso a otra. Estoy muerto —su aliento sopla en mi oído—. Y mira al mundo, sigue estando en la palma de mi mano. Así como tú.
*****
Cuando abro mis ojos no estoy en mi tienda, siento ardor en varias partes de mi cuerpo desnudo, al principio no soy capaz de escuchar mis pensamientos, solo soy yo en mi estado más puro y entregado a mis sentidos. Todo me golpea con demasiada fuerza, los olores, la oscuridad de la noche, el sonido de los insectos y las sensaciones en mi piel.
No reconozco Johan durante los primeros segundos, él está acuclillado frente a mí, su mano extendida entre ambos, me mira con cautela, tiene la respiración acelerada.
—¿Qué pasó?
Mi voz sale dolorida le causa un evidente alivio, su mano vacila al bajar.
—Creo que estabas soñando —susurra, como si temiera levantar su voz—. Saliste corriendo de la tienda, apenas pude alcanzarte porque te caíste, comenzaste a balbucear cosas.
—¿Qué? —respiro, llevando la mirada hacia mis piernas sucias y llenas de rasguños profundos con sangre aun escurriendo—. ¿Qué dije?
—No entendí mucho, pero llorabas y mencionaste a…Zachcarías —dice, evaluando mi expresión.
Su nombre trae a mi memoria la pesadilla de vuelta, donde no tenía control de mi cuerpo, donde veía y sentía todo, pero no era yo. Era él.—Tú respiración falló —continua—, hace un momento, antes de que reaccionaras.
Sufrí un ataque, entonces. Por eso desperté.
Intento ponerme de pie, mis piernas tiemblan exageradamente, me duele la espalda y mis manos están llenas de cortadas recién curadas. Johan vuelve a extender sus manos dando un paso lento hacia mí.
—Te ayudaré —avisa, todavía susurra.
—No menciones esto a nadie —acepto apoyándome en él—. Te cortaré la lengua si te niegas.Me levanta en sus brazos, ahorrándome la vergüenza de pedírselo, reprimo una mueca de incomodidad y dolor. Me siento tan pesada, tan cansada. Tan deshecha.
—No cambiaría la forma en la que te ven —asegura—. Me has aterrorizado hoy como no lo has hecho nunca antes.
A mí también me aterroriza.
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La sangre de los mágicos
FantasíaUn héroe no terminará con esta guerra. Un monstruo sí. Nota: No es necesario haber leído ninguna historia anterior, aunque puede resultar beneficioso.