Capítulo 4

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Siento mi piel arder, no por calor…sino por frío. Nunca lo había sentido como ahora, me quema el rostro, las manos, mis dedos. Pasan varios segundos antes de que mi cuerpo se acostumbre a mi nuevo entorno, rodeado de agua.

Recuerdo que no sé nadar, pero por alguna razón no siento miedo mientras me hundo. Abajo algo estremece el agua, es como electricidad, como palpitaciones. Puedo sentirlas hasta mis huesos, apenas puedo ver cualquier cosa y mis pulmones comienzan a molestarme.

Me gusta cómo se siente aquí, la vida incomprendida, escondida, letal. Mientras más me hundo, más infinito parece. De pronto, hay luz, no muy brillante, más bien opaca y una enorme bola oscura se mueve en ella. La bola es mucho más grande que yo, pero no más grande que el espacio de luz descubierto. Siento movimiento viniendo de arriba, brusco y ajeno a la naturaleza del infierno que me aclama, garras por la asfixia torturan mis pulmones pero yo no puedo moverme ni apartar la vista de lo que hay bajo mis pies.

Como si de una cortina se tratara, lentamente todo vuelve a quedar a oscuras, algo me sujeta de la cintura, un pesado brazo que me jala hacia arriba. Ya no puedo seguir aguantando, mi boca se abre y trago cantidades de agua que matarían a cualquier persona.

Pasaron segundo, minutos, horas, días, no lo sé, no fui muy consciente de lo que sucedió cuando el agua entro por mi garganta y me ahogó. Para cuando mis ojos volvieron a abrirse, lo que pude ver primero fue el cielo nocturno y unos ojos del color de las esmeraldas.

Toso con fuerza y voltean mi cuerpo sin ningún tipo de delicadeza para que no vuelva a tragar el agua.

—Ser estúpido y desgraciado.

Escupo antes de decir: —Coincidimos en que lo eres.

La voz se me atora en la garganta, me duele al hablar. Cierro mis ojos absolutamente cansada, dentro de mí la magia está inquieta, se mueve por todo mi cuerpo buscando las heridas. Me agota.

—Llévensela, que un curandero la revise y más les vale no perderla de vista —Johan dicta ordenes como si fuera el dueño del barco, quizás lo es, no lo sé, de todas formas no me importa—. Ariel, acompáñala tú, asegúrate que no haga nada estúpido.

Rodean mi cintura y sujetan mis brazos para ponerme de pie, el movimiento me marea, pero estoy lo suficientemente consciente como para saber a dónde me están llevando. Cuando pretenden meterme por el pasillo salto colocando mis pies contra el marco de la puerta, gruño empujando hacia atrás a los dos hombres que me sujetan.

—No, no voy a ninguna habitación —espeto—. Me quedo aquí.

—Lilith, no pasa nada, no vamos a encerrarte, solo queremos saber si estás bien, necesitas cambiarte de ropa.

Allí está esa chica, la de los ojos azules, la misma que me atacó en “el bunker”, la misma que me disparó sedantes y que me amarro como si fuera algo que debía ser contenido. Sí lo soy, pero al menos no pretendo ser algo diferente, como ella, con su mirada inofensiva como si no me hubiera amenazado nunca antes.

—¿Y si no quiero? ¿Me dispararas, Ariel? —insinuó riendo.

Ella sostiene el arma contra su pecho, actúa como si mis palabras la afectaran de alguna forma. De reojo observo a quienes mantienen su agarre fijo en mí, me escapo de ellos y los pateo con la suficiente fuerza como para estamparlos contra la pared.

—¡Deténganse! —advierte Ariel, no hacia mí, sino hacia los otros que pretendían venir a sujetarme—. Déjenla —me mira.

—Pero Johan…

—Soy una agente honoraria del departamento de Inteligencia —levanta su mano dejando ver un anillo brillante en uno de sus dedos—. No cuestiones mi autoridad, váyanse.

La sangre de los mágicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora