Capítulo 8

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Sigo un rastro en el bosque, me he encontrado incapaz de ignorarlo, había estado queriendo espiar a los dos representantes de Inteligencia que enviaron, ambos mestizos, una mujer y un hombre, pero Johan me volvió a advertir lo mismo y aunque hiriera mi orgullo, hice lo que me pidieron. Principalmente porque también lo preferí así, ahora mismo prefiero que mi identidad no sea expuesta, no es que sean ellos los que me preocupen, pero considero una buena jugada mantenerme oculta hasta saber si Zachcarías anda por allí o si su poder fue robado, en cualquiera de las dos situaciones, yo seré el puñal que acabe con él en definitiva.

Hay mucha humedad y desde que llegó esa bestia congelada hay frío, el bosque se siente palpitante, tranquilo, el sonido de mis pasos y de mi respiración es lo único que lo llena. Lo que estoy buscado me tiene con los vellos de punta, huelo sangre y no es de las criaturas que he conocido.

Cuando estoy más cerca, siento algo que no había allí antes, es algo muy perceptible, como una marca, un aviso. Es como si su función fuera vociferar “Estoy aquí”, un metro más adelante lo veo, casi imperceptible por el tronco de un árbol caído.

Es un hombre.

Voy hacia él fijándome y buscando si hay alguien más, pero no encuentro nada, solo somos él y yo. Y él está casi muerto.

Tiene la ropa puesta, pero esta manchada de sangre que sale de él, le quito el abrigo y la camiseta blanca.

Caigo hacia atrás sintiendo una nube espesa salir de él, es una firma, como un guiño ante su trabajo. Por todo el torso del hombre está escrito un nombre.

Diana. Diana. Diana. Diana. Se repite una y otra vez, de distintos tamaños, pero hecho por la misma persona y con el mismo objeto.

—Maldición, no te mueras —suelto entre dientes intentando recoger al hombre sin lastimarlo más. Es pesado—. Maldición.

Gruño tocando con mi puño el tronco de un árbol, pienso: Ayúdenme.

Paso mis manos por debajo de las axilas del hombre y logro atraerlo hacia mí, por lo menos lo suficiente como para utilizar toda la fuerza de mi cuerpo y ponernos de pie. Lo arrastro, porque si lo cargara temo que podría empeorar sus daños internos, voy tocando cada tronco de árbol pidiendo ayuda.

Cuando me he movido por lo menos quince metros siento una presencia, por su olor sé que mis llamados han sido escuchados. Entre los arboles veo a una mujer de cabellos color oro, va vestida de la misma forma que yo, con un uniforme de la manada.

—¡Esta herido, necesita ayuda! —llamo su atención cuando noto que está demasiado confundida y no sabe qué hacer.

Reacciona con desconfianza, tiene un rostro hermoso y ojos grises como la niebla que nos rodea.

—Por los dioses —lleva las manos a su boca—, ¿Qué le ocurrió?

—No lo sé —digo—. Ayúdalo, necesito que despierte…

Necesito que viva lo suficiente como para que me diga quien le hizo esto, porque algo es claro, siento a Zachcarías Losher en él como lo llevo yo misma grabado en mi piel.

—Ponlo en el suelo —ordena, con una voz dura, ella no me quita los ojos de encima, sigue cada uno de mis movimientos—. ¿Quién eres tú? No te he visto antes por aquí.

—Podría decir lo mismo —es lo que respondo—. No hay ninguno como tú en este lugar.

—Podría decir lo mismo —me reta acuclillándose junto al cuerpo del hombre—. Esta magia es extraña, muy…macabra, ¿Quién podría haberle hecho tanto daño? —la veo tomar un puñado de tierra y comenzar a esparcirlo por las heridas abiertas frente a ella—. Lo mantendré vivo —dice levantando la mirada, detengo mis pasos, había estado caminando inquieta—, ve por ayuda.

La sangre de los mágicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora