Capítulo 12

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En la Ciudad Alada existen pasajes bajo tierra que se inundan con aguas calientes durante las noches, es un lugar considerado sagrado por los hijos del bosque que aquí habitan, una de las razones por las que me llamó la atención fue porque una criatura mestiza me dijo que los alados no podían ir allí, lo tenían prohibido. Dicen, en su propia lengua, que aquellos que poseen alas no tienen lugar bajo tierra, que es un insulto para sus dioses.

Cuando llegué a los pasajes estaban llenos de hijos del bosque, se bañaban, reían o jugaban, pero en cuanto me notaron todos se fueron. Me tienen miedo, es obvio, lo noté en sus rostros volviéndose pálidos y como sus ojos vacilaban. No me importó y no me importa, he estado sola la mayor parte de mi vida y he descubierto que lo prefiero así.

El agua es como me lo habían prometido, caliente, vaporosa y viva. Hay mucha energía corriendo por este canal. El techo es bajo y los pasajes demasiado estrechos, podría incomodarme, pero no es así. Lo disfruto, la sensación del agua contra mi piel desnuda, el sonido de las goteras y el arder de las antorchas. Había pensado que nunca jamás permitiría que me metieran bajo tierra. Y aquí estoy, un lugar donde yo misma me metí.

Dejo que mi cuerpo flote y suspiro, mis piernas salen a la superficie y como si fuera un chiste, el fuego hace que mis cicatrices se vean más brutales. Llevo mis dedos allí, por mis muslos y miro hacia el techo. Siento las deformaciones y casi lo escucho en mi oído.

… porque aquellos con mi marca son quienes me pertenecen”.

Pertenecer”, desde el momento en el que aprendí el significado de esa palabra la repudié. Yo no le pertenecía, ni a él, ni a mis padres. Ninguno de ellos podía escoger por mí, pero yo…era tan pequeña para entenderlo y había tenido tanto, tanto miedo.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Aflojo mi mandíbula.

Escucho sus pasos, pero no me interesa voltear y mirarlo.

—¿Qué quieres? ¿Necesitas que le corte el cuello a alguien? —contesto. Llevo mis pies hasta que tocan el fondo y me giro, Johan no está mirándome, está volteado hacia la pared, observa el agua.

—No, solo quería ver que había aquí.

—Gente desnuda sin inhibiciones, más que todo, no parece tu tipo de lugar, dado que te perturba tanto verme.

—Yo no veo gente, solo estás tú —argumenta.

—No eres el único que se perturba con mi presencia —revelo volviendo a mi posición inicial.

No lo escucho marcharse.

—No debiste hacer ese trato con Laster, se supone que debemos mantenerte en secreto —arrastra la voz con cansancio.

Giro mi rostro y lo veo sentándose en el suelo, aún de espaldas a mí. Ruedo mis ojos.

—Puedo mantenerme oculta, pero cuando tengo a un bastardo mirándome a los ojos no voy a esconderme. Sé que ustedes sobreviven así, fingiendo, pretendiendo ser alguien que no son —endurezco mi voz—. Pero yo no soy una mestiza, no soy una de ustedes y no pertenezco aquí. Yo no voy a fingir y tú tampoco deberías hacerlo, te ves patético.

—¿Sobre qué mierda estoy fingiendo ahora?

Muevo mis pies chapoteando en el agua.

—Finges venir aquí y encontrarme por pura casualidad, cuando sigues cada uno de mis pasos desde que mataron a tu mitad. Finges que lo superaste, cuando no han pasado ni dos días. Finges estar hablando conmigo por un propósito oficial, cuando en realidad todo lo que buscas es una distracción.

La sangre de los mágicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora