Extra #3

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"Diosa"

El bastardo hablaba, hablaba y hablaba, Lilith se esforzaba por escucharlo, era lamentable que esa fuera una de sus tareas, no solo poder gruñirles y ordenarles, pero todo lo que decía o más bien pedía eran cosas tan absurdas que ella solo dejó de prestarle atención. Iba a dejarle hablar, claro, tenía derechos, pero una vez que acabara entonces ella le recordaría donde mierda estaba y lo que era.

Sus dedos tamborileaban, sus uñas haciendo ruido cada vez que golpeaban el reposa brazos, veía hacia la ventana, afuera, donde un seguidor estaba haciendo la jardinería, nutriendo las plantas y haciéndolas crecer un poco más, su piel era como la porcelana fina y era bellísimo, delgado, apenas con algo de musculo y tenía una abundante cabellera oscura.

Lilith lo había reconocido con solo mirarlo, le había dado especial atención, leyendo su historial y sus crímenes, por fortuna solo había sido un cómplice, solía servir a los soldados que pelearon contra los mágicos libres, limpiando o cocinando a veces.

¿Qué podría haber sentido Kortian al encontrarlo y descubrir lo que era?

El mestizo desapareció detrás de un árbol y ella no pudo seguir viéndolo más, aunque seguía sintiéndolo. No tenía ni la más mínima idea de lo que Kortian hubiera hecho, pero ella…Ella hubiese desatado un infierno al enterarse, se hubiese desatado a sí misma, claro que ella no podía culpar al chico, huérfano que estuvo desamparado durante mucho tiempo, cualquier muestra de aceptación, no importa de dónde viniera, iba a ser tomada sin dudarlo.

Alguien tosió cerca de ella, sus ojos se movieron sin dudarlo hacia la persona, era Herick mirándola y haciéndole gestos hacia el seguidor frente a ella. Ah, ya había terminado de hablar, finalmente.

Soltó un suspiro lleno de magia tensa y rodeo la habitación con ella, tomó al seguidor de dentro hacia afuera con ella. Sonrió ante la repentina palidez del hombre con cicatrices en su cuello, no gracias a ella, esas fueron cortesía de Zachcarías Losher.

—Creo que lo entiendo —dijo, ronroneando—, estás olvidando donde estás, ¿cierto? —el hombre comenzó a negar sacudiéndose, ella apretó su agarre deteniéndolo—. Eso fue todo lo que escuche mientras decías que necesitabas más horas de descanso y mejor comida, ¿por qué necesitas descansar?, no lo hiciste cuando quemaste casas con mágicos adentro —su voz se oscureció, de pronto hacía frío y Herick a su lado se tensó—. Me parece que no solicitaste una mejor cena cuando robabas y sometías a otros para secuestrarlos. Los matabas a sangre fría, bebías de su sangre como si fuera una recompensa y ni siquiera tienes sangre de maldito vampiro dentro de ti —siseó.

Las personas que estaban dentro del templo salieron de allí huyendo de lo que se avecinaba, en los días buenos solo temblaban ante el terror que ella les producía, en los malos se quedaban petrificados y terminaban ensuciándose con sus propios fluidos. Este día había comenzado bien, hasta que el bastardo había llegado para solicitar una reunión con ella, tenía bolas, eso sí podía atribuírselo. Entonces sus palabras solo la habían hecho comenzar a recordar todo los horrores que mucha de la gente que la rodeaba había hecho.

Se levantó del trono y caminó hacia el hombre, sus tacones altos de aguja hacían un sonido que a ella le agradaba, le hacía recordar el castañeo de dientes que tenían las personas cuando ella pasaba. El vestido rojo rubí se arrastraba por el suelo, tenía una gran cola y era de satén, sus piernas quedaban al descubierto a través de aberturas gemelas cada vez que daba un paso.

La sangre de los mágicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora