Capítulo 27

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El sabor metálico de la sangre inunda mi boca, es mi sangre, puedo saborear el veneno en ella. Toso, escupiendo sobre el suelo, manchándolo de rojo ardiente. Parpadeo y mis oídos pitan, observo a los mágicos peleando y las cenizas esparciéndose en el aire, mi visión se torna opaca.

—Lo mataste —dice alguien, un hombre, un mestizo—. Mataste a uno de los cinco.

Está parado a tan solo dos metros de mí, sus ojos son tan azules como las cuencas del collar que cuelga de su cuello, tiene el rostro descubierto y lleno de cicatrices, me sonríe mostrándome un par de finos colmillos. Luego de un parpadeo aparece otro como él, no parecido físicamente, pero con la misma maldita vestimenta de los Seguidores.

Siguiendo los latidos de mi corazón aparecen dos hombres más.

Todos con la misma expresión burlona.

Busco mi voz, pero mi lengua pesa y nada en la sangre que sigue saliendo de mí. Ellos comienzan a caminar hacia mí, sincronizados, mis brazos tiemblan por el esfuerzo que me lleva sostener mi cuerpo.

—Te prenderemos fuego y te convertiremos en cenizas —susurro uno, acuclillándose—. Pagaras la vida de nuestro hermano.

Extiende su mano, directo hacia mi rostro, su toque es frío contra mi mejilla sucia, miro sus ojos antes de girar mi rostro y atrapar sus dedos entre mis dientes. El hombre gruñe feroz por el dolor, pero no lo suelto, lo muerdo tan duro hasta arrancar sus dedos de su mano.

Un puñetazo vapulea mi rostro y por un momento mi visión se vuelve oscura, como si mis ojos se hubiesen volteado para ver dentro de mí. Nada. Oscuridad. Y yo grito, porque están jalando la lanza de mi tobillo. Otro puñetazo llega y este en lugar de terminar de apagarme, hace que mi visión regrese, los cuatro hombres están sobre mí, deteniendo mis extremidades, golpeando mis heridas.

Cuando pienso que me ahogaré con mi propia sangre escucho un graznido, poderoso, seguido por un aleteo. Aspiro con esfuerzo y el viento trae consigo el olor.

Escupo mi sangre en la cara del hombre que tengo frente a mí.

—¡Oliam! —grito, obligando a mi cuerpo a responder ante mí.

Una daga penetra en mi pecho robando mi respiración, los hombres están sonriendo. Dejo de percibir las cosas con intensidad. No escucho, no siento, solo veo. Como en una ilusión, veo garras curvadas de patas como huesos arrancar a los hombres de mí, unos ojos de extraño color mirar hacia los míos y un pico alargado con un filo mortal.

No cierro mis ojos, pero dejo de verlo también. No quiero que esto se acabe, no quiero que termine, tengo que seguir luchando, tengo que sobrevivir. Yo y solo yo seré capaz de detener esto, los mágicos no lo harán, ellos no tienen la visión que se necesita para detener esto con un solo corte. No lo entienden porque su naturaleza no es la muerte, no lo harán porque saben lo que es amar antes que odiar.

No ganarán, porque prefieren morir como héroes antes que vencer como monstruos.

*****

Todo mi cuerpo arde, se quema, debo estar en una hoguera, ellos debieron ganar y están viendo como mi cuerpo es consumido por las llamas.

—Es el veneno.

Escucho voces que lastiman mis oídos.

—Ella no puede morir, se supone que…

—Ella sigue teniendo un corazón, Johan. Cuando deje de latir todo acabará.

—¿Morirá? ¿No puedes hacer nada?

Morir.

¿Es que no pueden ver el fuego? Me estoy consumiendo, cada trozo de mí y ellos no paran de hablar, balbucear, mientras que yo sigo sintiendo como la muerte me rasguña los tobillos. Intento mostrarle mis dientes, advertirle que yo no soy un mortal que se puede llevar, soy como ella, soy lo mismo.

La sangre de los mágicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora