Capítulo 23

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La vegetación que nos rodea no es muy distinta a la de Gardeen, pero la sensación es un golpe a nuestros sentidos, hay muchos aromas interesantes y la humedad te penetra la piel, es poco más de medianoche, acabamos de llegar y el calor nos acobija como si fuera una segunda piel. Mis poros se adaptan, al principio una capa de sudor se resbala por mi piel al igual que los demás, pero entonces el sudor se seca y ya no siento más. No me sofoco, mi respiración no se vuelve pesada ni cansada.

—Había olvidado esto —jadea Arnaldo, el acompañante de Wanda—. El calor.

—En el día es mucho peor —masculla Ariel, varios pasos más atrás, tiene sus manos sobre su arma y su visión en los árboles.

—Acostúmbrense —habla en voz baja y ronca Johan, él camina al frente, junto a mí, dirigiendo al equipo—, estaremos aquí un rato.

El terreno está lleno de obstáculos con los que no habíamos contado, rocas, troncos, espesa vegetación y tierra lodosa, sin mencionar los irritantes insectos. No había estado en un lugar como esté antes y no quería volver, me he dado cuenta que tengo inclinación por los climas más suaves, como el de Telasia, Ciudad Alada o Kaptan.

Salto y caigo acuclillada sobre la tierra fría que empapa mis manos, me pongo de pie con una mueca, las sacudo con exagerada fuerza y mucha de esa tierra termina en el rostro de Johan. Con disgusto se limpia con el dorso de su mano y me dirige una mirada displicente. 

—Aquí —habla el brujo mestizo, Boyd se interpone entre nuestras miradas y señala algo—. Justo aquí.

Mis ojos siguen la dirección de su mano hacia una construcción circular, los bloques son de piedra rectangular grande y gris, advierten de algo, rodean algo. Me adelanto para investigarlo, mis pasos no vacilan, pero me tambaleo un poco por el suelo baboso. Boyd me alcanza con una linterna, señala la escritura en la piedra.

Pozo de los destinos.

Justo abajo, en letras más pequeñas reza: Allí donde los destinos se cosen.

—Escaleras —medito—. Bajo tierra.

Las escaleras y todo lo que las rodea está lleno de verde por el musgo, hay mucha oscuridad y poca luz, bajo un escalón arrebatándole la linterna a Boyd, pero no logro ver el final, parecen infinitas, hacia el infierno.

—Es aquí —suspira Ariel—. Es hora de la verdad —relame sus labios secos iniciando el descenso, Wanda la sigue, con su mirada inescrutable, va sujeta del hombre del bosque con inquietud.

Llevo una de mis manos a mi pecho, siento mi corazón, late mucho, incomodo. Trago saliva, pero tengo la boca tan seca que nada pasa por mi garganta. Miro mis manos, pálidas, mis uñas están rotas hay suciedad y sangre seca entre ellas, observo las pequeñas y casi imperceptibles cicatrices, miro mis muñecas, libres, sin grilletes ni cadenas.

—Lilith —me llama Johan.

Él está un escalón más abajo, yo no me he movido, mis pies no quieren hacerlo. No lo entiendo, en Ciudad Alada pude hacerlo, fui bajo tierra y lo disfruté, ni siquiera pestañé al hacerlo, pero ahora…es como…se siente diferente. No me gusta y me maldigo por ello.

—¿Recuerdas nuestro trato?

Levanto la mirada con una ceja enarcada hacia el alfa frente a mí.

—¿Qué trato? —balbuceo.

Sus ojos se vuelven severos, siempre lo son y aun así consigue entonarlos más.

—Cumple tus palabras y veré que nunca jamás te pongan tras una jaula de nuevo —cada palabra sale lenta y clara de su boca.

La sangre de los mágicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora