Capítulo 20

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No puedo evitar horrorizarme, aun cuando conozco el poder de las palabras de Zachcarías, no puedo evitar pensar en la magnitud de las consecuencias que tienen un par de palabras bien dichas. Yo no lo entendía del todo, encerrada en ese bunker nunca lo hubiera descubierto, pero ahora que puedo verlo siento frío y mi piel no se adapta de inmediato.

Estoy cubierta de sangre, tengo uno de mis brazos envolviendo mi abdomen que fue víctima de los dientes de algún mágico que terminó sin cabeza, es curioso cómo se siente, la sangre de quizás cientos en mis manos y aun así, cuando levanto la mirada siguen habiendo otros cientos más.

Son su ejército, su gente, puede que él esté muerto, pero sus palabras siguen resonando entre sus oyentes, entre sus seguidores.

—No los mataremos —niega con rotundidad uno de los soldados de Johan.

—Ustedes no, yo sí —ofrezco.

Pero el hombre de cabello azulado y orejas puntiagudas vuelve a negar. Él también está salpicado de sangre, tiene un arma de fuego duramente sujeta contra sí mismo. Ya lo había visto antes, en la carpa, es el hombre al que Johan parece detestar.

—No —me muestra sus caninos en advertencia.

En sus ojos encuentro eso que los diferencia a ellos de mí, ese reconocimiento del enemigo como un igual, casi puedo escuchar lo que piensa, es fácil adivinarlo cuando cada miembro de la manada de Johan lo tiene plasmado en el rostro. Sus enemigos, a quienes están matando, son mágicos, sus iguales, sangre mestiza, pura, toda es lo mismo. Ellos no pueden ver a los asesinos ignorantes, todo lo que ven a personas que escogieron al líder incorrecto para seguir, personas que son como ellos.

No lo discuto, no con él, ni con nadie, me encuentro cansada, ya antes les he dicho lo que debíamos hacer, pero ellos se empeñan en ser héroes, no lo entienden. Me marcho de allí, hacia una de las casas que ha tomado Johan, él está organizándolos a todos, enviando gente al mar para detener los barcos que zarparon cuando nos vieron atacar.

Hay guardias por donde sea que miro, rehenes, victimas y muerte, la casa a la que me dirijo es una grande de aspecto antiguo, sus paredes desprenden olor a humedad y a pescado, sus pisos están llenos de suciedad y peste de otro tipo. Recorro un pasillo que tiene retratos de gente con ojos malvados y papadas colgantes, en uno de ellos se lee: Alcalde Baxterie. “Pardon es una de las entradas al mundo real. Muchos lo detestan, lo evitan, lo critican. Pero eso no hace que deje de ser real”.

Entro a una sala repleta de gente, hay curanderos atendiendo soldados, guardias esperando órdenes, habitantes desesperados queriendo recuperar sus propiedades. Y veo a Johan, solo, mirándolos a todos en silencio. Dos segundos después comienza a moverse y la sala se va despejando, los guardias llevan a las personas a otra habitación, las dividen y comienzan a escucharlas, suministros son traídos de no sé dónde para los heridos que son atendidos en el suelo.

—¿Qué haces aquí? —se dirige hacia mí, casi salto de la impresión por ser descubierta absorta—. Vete a descansar.

—Puedo continuar, saldré al mar…

—No puedes, estás sangrando, tienes debilidad —voy a insultarlo, pero me empuja y me tambaleo—. Encuentra alguna habitación y metete allí, nos quedaremos aquí hasta mañana. Sé que no querrás a nadie lamiendo tus heridas —me pasa unas gazas—, atiéndete a ti misma y no causes problemas. Si necesitas alguna otra medicina busca a Boyd y no confíes en nadie, ¿bien? 

Ni siquiera le respondo cuando él ya se ha marchado para atender a otro grupo de gente, lo compadezco, si dirigir una guerra no es sencillo, hacerse cargo de lo que viene después puede resultar incluso peor. 

La sangre de los mágicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora