Capítulo 13

1.5K 272 73
                                    

Los hombres hacen juramentos. Los hombres rompen juramentos.

Los mágicos hacen juramentos. Los mágicos rompen juramentos.

Los mágicos hacen juramentos por su sangre. Los mágicos no rompen esos juramentos.

Todos rodeamos al Oliam, el boticario y su aprendiz mezclan sustancias, cada una de ellas entran por mi nariz y estremecen mi sistema, cuando terminan tienen un suero de color dorado en un pequeño frasco. El boticario mira a Laster, el alado, él intercambia una rápida mirada con Johan, quien solo asiente. Antes de hacer cualquier otro movimiento el boticario me mira, con sus curiosos ojos azules, me aseguro de que entienda la amenaza en que mis ojos prometen.

—Solo hágalo —ordena mascullando Tasaer. Cuando lo miro sonrío, aún cojea cuando camina. Sus ojos son helados, pero hay sorna en ellos.

La aprendiz toma la cabeza del Oliam con delicadeza, abre sus labios con sus dedos y permite que el boticario vacíe el contenido del frasco dentro de su boca, luego, con la misma delicadeza, recuesta su cabeza.

—¿Y ahora? —cuestiono con impaciencia.

Tasaer va a decir algo, pero se detiene cuando el cuerpo del Oliam se arquea y sus ojos se abren como si fueran a salirse de sus cuentas. Brillan, dorados, inexpresivos, hasta que ese color se desvanece y deja una limpia oscuridad castaña.

—Estás a salvo, Dawson —le dice Johan con suavidad—. Estamos en la Ciudad Alada.

El Oliam los mira a todos, su atención se queda en los alados. Laster se acerca y lleva su mano a los cabellos oscuros del Oliam.

—Estás en tu casa, joven alado —asegura—. Tu voz ya no nos pertenece.

La mano del Oliam fue hacia su garganta.

—Mi magia, no la siento —es lo primero que dice, intenta moverse, levantarse, el dolor no se lo permite.

—Estás aún muy mal herido —aclara uno de los curanderos—. No tienes energía, hemos usado la de tu magia para que pudieras despertar, pero ahora está consumida, debes descansar.

Me muevo, haciendo a un lado al que esté en mi camino.

—¿Quién te hizo esto? —le pregunto—, ¿Qué fue lo que te pasó?

Necesito escucharlo, necesito que este mágico frente a mí me diga que no fue él. Que Zachcarías Losher no le hizo esto. Porque si me dice lo contrario no sé cómo afrontaré eso.

—Una mujer —se queja—. Me repitió su nombre, una, mil veces, mientras lo escribía por mi cuerpo —su voz es ronca y profunda, muy profunda—. Su magia era repulsiva, era como la de…

—Zachcarías Losher —digo. El Oliam asiente, sus ojos no dejan de moverse por la habitación.

—Dijo que quería que entregara un mensaje, pero nunca dijo nada más que su nombre.

—Eso es porque el mensaje eras tú, ibas a morir, tendrías que haber muerto —aclaro en voz baja mirando a Johan.

Ella no lo necesitaba vivo para que entregara el mensaje, solo necesitaba un lienzo donde escribir. Un cuerpo para que fuera su tarjeta de presentación. Diana, ¿hija de Zachcarías Losher?, no lo creo, pero no lo descarto, qué sentido tendría para esa mujer decir algo que no es cierto, ¿infringir miedo?, si su magia es como la de Zachcarías no necesita ningún parentesco para asustarlos a todos.

—Estaba en la tierra humana —continua el Oliam—. Yo la vi con los difundidores de la palabra, la ciudad fue tomada por ellos, por Seguidores y mataron a una Frezz frente a todos —farfulla—. Ellos…—jadea—. La lanzaron a una hoguera, la quemaron viva frente a todos —los curanderos le piden que se tranquilice, pero el Oliam niega y busca a Johan—. Esa mujer va a matarlos a todos, ella no quiere jugar, es ceder o morir. Necesito llamar a mi hermano, tengo…Tengo que decirles…

La sangre de los mágicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora