Extra #2

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"Familia"

El viento crepuscular removía las hojas sueltas de los árboles, traía consigo el olor refrescante de la magia y la vida palpitante del bosque entero. No había niebla, ni opacidades, había mucha ligereza acompañada por los colores rosados de los últimos suspiros del sol. Iba a ser una noche preciosa, un centellar de estrellas ya se podían vislumbrar.

No era lo que Evan esperaba para un funeral, al menos así quería llamarlo: “funeral”, pero cuando llegó al terreno de su familia le pareció que “funeral” era una palabra demasiado humana como para describir la despedida de un mágico.

Orbes de luz flotaban guiando todo el camino hacia la puerta de la pequeña casa que tenía sus puertas abiertas, habían unas personas en la entrada, conversaban en voz baja con pequeños vasos de bebida fluorescente y comentaban la música delicada que ronroneaba desde dentro de la casa, el sonido del violín y el piano era exquisito.

Esa era la música que Kortian disfrutaba.

El nudo en el estómago que había estado sintiendo durante todo el día se volvió insoportable, al mediodía lo había controlado gruñéndose que se pusiera un par de bolas y enfrentara la situación como un hombre. Todo se hizo añicos, él estaba hecho añicos y tuvo que detenerse con una mano presionada en su esternón.

Las personas que venían llegando tuvieron la amabilidad de no decirle nada, le ofrecieron miradas de pena y comprensión, Evan prácticamente les exigió mantenerse alejados. No podía soportar hablar con nadie, no quería hablar en lo absoluto, su voz estaba perdida, secuestrada por la quemazón en su garganta.

Se obligó a apartarse del camino para no continuar estorbándoles a quienes sí tenían las jodidas bolas de entrar allí y dar sus condolencias a la familia Rowclay y amistades cercanas. No podía apartar la mirada de la entrada y pensar en que todo en realidad estaba sucediendo.

La opresión en su pecho hizo que su cuerpo se tensara peligrosamente, la respiración se le entorpeció y estaba a punto de marcharse, no entraría allí, no vería el rostro de su madre abatido ni a su padre contenerse de mandarlo todo a la mierda por la furia de la pérdida. Evitar eso estaría bien, no tendría que fingir que estaba bien para que su pena no afectara a los demás.

Se giró hacia el bosque pensando en que no estaba haciendo nada malo, de todas formas estaba seguro que no sería el único que se ausentara, la última vez que había sabido algo de su hermano el menor había dejado claro que no participaría en esa…cosa, claro que “cosa” no era la palabra que Eduardo Rowclay había utilizado, su hermanito ahora gozaba de un vocabulario formidable de palabras insultantes y groseras adquirido —según su padre— gracias a la vampiresa que estaba pegada a él.

—¡Evan!

Esa voz aniñada lo detuvo en su segundo paso a su escapatoria.

Un cuerpo pequeño y delgado se abrazó a su pierna, entre reojo podía ver una melena rubia y unas orejas puntiagudas sobresaliendo de entre sus hebras. Su corazón respondió al efluvio que desprendía la madre de la criatura aferrada a él.

—Massy, así no se saluda, ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? —incluso molesta su voz se clavaba en su pecho.

Naturalmente él buscaría el rostro de Odett para leer sus emociones y prepararse para ella, pero en esa ocasión lo evitó concentrándose en la dulce niña pequeña, le sacudió el cabello e intentó sonreírle, una mueca extraña fue lo que surgió en su lugar. La niña arrugó sus cejas hacia él y lo miró con esos obstinados ojos grises que había heredado de su madre.  

La sangre de los mágicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora