Capítulo 10

1.7K 275 84
                                    

Los mortales no pueden tocar a los dioses. No pueden verlos. Y solo los escogidos pueden escucharlos. Lo que sea que haya metido Zachcarías Losher en mi sangre fue lo suficientemente fuerte como para que yo pudiera hacer todas esas cosas.

Todavía se me erizan los pelos de la nuca cuando recuerdo las palabras del dios de las vidas robadas, cuando me dio las órdenes.

Preguntar a aquellos que puedan responder.

Y esos que pueden responder son los hijos del bosque, todas las criaturas que están conectadas al él, porque el bosque es creación de la diosa de la tierra y tiene conexión directa con ella.

—Ya hemos interrogado a varios hijos del bosque —insiste Johan—. No hay palabras, es lo que me han dicho, solo silencio, y ahora sabemos por qué.
Ningún dios mayor va a responder a sus hijos mortales.

—¿Y si lo intentas tú? —se pregunta Boyd mirándome—. Tú misma lo has dicho ya, no sigues dioses, no los tienes. Tú no eres hija de ninguno de ellos.

—Esta mujer es hija del dios de los hombres y mujeres humanos —interviene Johan ajustándose la chaqueta.

Estamos en medio de una pequeña sala, el hombre que encontré en el bosque está en una especie de camilla justo frente a nosotros, esperamos por Ivonnet, es ella quien nos abrirá un portal a la Ciudad Alada, aunque sea peligroso, viajar en auto nos tomaría días.

—No —niego—. Ningún dios. No los tengo y no creo.

—Y sin embargo puedes verlos y tocarlos, ¿no te parece estúpido negar su existencia? —ataca.

—Decir que no creo en ellos no significa que niegue su existencia. Significa que no voy a dejar mi vida en sus manos rindiéndome ante ellos cuando no han hecho nada nunca por mí —sentencio—. Deje de creer en ellos cada día y cada noche que estuve encerrada bajo tierra, aun cuando en cada libro que leía los mencionaban, sus milagros, sus riquezas, sus promesas, si servirles y cantarles hacia que ellos te acogieran, ¿Cómo es que yo seguía allí todavía?

No insisten en el tema, solo continúan alistándose. Sobre una mesa hay una cantidad variable de distintas armas, las que usan balas, arcos, ballestas, cuchillos, dagas, anillos. Tomo una de las que usa pólvora pero Johan me la arrebata, antes de que pueda protestar coloca una daga en mi mano.

—No tomes lo que no sabes usar —en sus ojos hay advertencia.

—Aprendo rápido —devuelvo la daga sonoramente a la mesa—. Y sabes que puedo usarla bastante bien.

Sé que recuerda cuando en el barco tomé el arma de Ariel y disparé, no a ellos, pero pude haberlo hecho.

El brujo mestizo no toma ninguna de esas armas, solo revisas sus collares y pulseras, tiene una expresión triste, desolada, con ojeras y labios fruncidos. Extraña a su pareja, le duele estar aquí mientras que ella está en alguna parte sufriendo su perdida.

Todos sentimos a la bruja venir, sus collares y armas suenan ante cada uno de sus pasos, sonríe cuando se asoma por la puerta, pero esa sonrisa se desvanece cuando mira al hombre en la camilla. Se acerca rápido, con rabia pura.

—Él luchó junto a nosotros contra Zachcarías Losher —dice, coloca su mano extendida sobre su cuerpo y comienza a barrerlo. Está sintiendo su magia—. La sangre que derramaste no será olvidada, no permitiremos que mueras.

Retira su mano y nos mira a todos con sus ojos ambarinos.

—Es duro —habla bajito Boyd—. Estamos aquí otra vez, cuando pensamos que había terminado.

—Nunca lo hizo —termina Johan asintiendo hacia Ivonnet.

La bruja cambia sus ojos y su magia pura exquisita es filtrada por sus manos. Johan y Boyd sujetan la camilla de Dawson, pero soy yo quien entra primero.

La sangre de los mágicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora