Prólogo

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Nací siendo humana y a la edad de cuatro años mis padres me entregaron a Zachcarías Losher. Ellos eran humanos también, vivíamos en un pueblo pequeño, allí había un lugar de adoración a la salvación que ofrecía Zachcarías, según él, había un horrible lugar donde los “malos”- según las reglas que había dictado- serían castigados. En cambio, los que aceptaran y obedecieran ciegamente podrían ascender a un paraíso inigualable.

Mis padre fueron de los que se arrodillaron ante él fascinados por lo que les ofrecía, Zachcarías los recompensaba con palmadas en sus cabezas y más discursos de obediencia. Más tarde, mucho más tarde, me di cuenta de lo que ellos siempre habían sido para él, nada más que borregos para manejar. Perros a los que premiar.

Cuando me entregaron a él lloraron, no por mí, sino porque los había convencido de que si me entregaban, las puertas de su cielo estarían abiertas para ellos cuando llegara el final. No recuerdo mucho de la despedida, me gustaría también olvidar sus rostros, pero Zachcarías pegó una foto de ellos en la pared frente a mi jaula, para que recordara siempre quien -con mucho gusto- me había dejado en sus crueles manos.

Él me llevó a un lugar que estaba bajo tierra, no había nadie más allí, solo nosotros, me llamaba “su secreto”. Entramos a una habitación, la maldita habitación donde he estado encerrada desde entonces, por más de veinte años. Recuerdo el terror, aun es capaz de erizarme la piel, el pánico, cuando una de las cosas que vi fue una jaula. Él me metió allí y durante los primero ocho años fue eso todo el espacio que obtuve. 

Era pequeña y él me alimentaba con carne cruda, jugos extraños y una dosis infaltable de inyecciones. Esas inyecciones me enfermaban, no sabía lo que eran, él nunca habló directamente conmigo sino años después. Pero dejaba un televisor encendido para que yo oyera sus discursos y como sus seguidores los repartían con orgullo por el mundo.

Cuando tuve la edad suficiente, comenzó a educarme, me enseñó a leer pero no a escribir, me hacía leer libros de historias donde se mencionaba a seres “mágicos”, “criaturas feroces” y “bestias salvajes”. Al cumplir once años, me dijo lo que esperaba de mí, yo estaba creciendo y tarde o temprano tenía que empezar a cumplir con mi destino.

Él me quería para que fuera su arma, su protectora, que aprendiera de todas las criaturas mágicas para que cuando tuviera que enfrentarlas, supiera a lo que debía enfrentarme. Año tras año, repetía lo mismo, yo debía protegerlo, cuidado porque me había salvado la vida. Durante un tiempo me rendí a él, creí su verdad y me hice parte de ella. Cuando él vio mi sumisión, decidió mostrarme más cosas, videos de los mágicos, su forma de matarlos y luego…otros videos, con los humanos, siendo su salvador. Desde ese día, no confié en su verdad, sabía que su don era la palabra, utilizaba sus discursos para envolver a la gente, atraerlas hacía él.

Y yo había caído me había convertido en eso, en uno de sus perros que inclinaban la cabeza ante él para recibir una palmada en la cabeza.

Darme cuenta de eso, me hizo prometer que nunca más volvería a dejarme envolver por Zachcarías Losher. Él me había llevado allí con un solo fin, no para salvarle, sino para usarme. Me había metido en una jaula y me trataba como un animal.

Todo empeoró cuando las dosis de inyecciones aumentaron, sentía que cosas se movían en mi interior, que mi cabeza estallaría, me dolían mis dientes, mis manos, mis pies, la cabeza. Pensé que moriría. Solo durante ese momento fue que él me confesó lo que me estaba inyectando.

Era la sangre de otras criaturas, sus esencias en una inyectadora, eso era lo que estaba metiendo en mí. Él decía “Quería que fueras algo más grande, incluso más que yo mismo. Tú ibas a ser todo lo que yo no puedo”.

La sangre de los mágicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora