Érase una vez un bebé, que abandonado en las montañas la nieve lo adoptó, su piel se hizo blanca y su corazón se cubrió de hielo…
Todo cuanto hay de él en los libros es su leyenda, todo cuanto sé es eso. Se le llama de muchas maneras, entre los humanos es mayor conocido como “Demonio blanco”, ellos le otorgaron el título de demonio por su cruel y salvaje naturaleza, pero entre los mágicos es llamado “El señor de las criaturas de hielo”, donde él va, va el frío, una diosa lo hizo suyo y como un dios gobernó su montaña, no hay ninguna criatura de naturaleza gélida que no responda ante él y su poder.
Su poder zumba, vibra, olfatea, descubre, lo puedo sentir, un frío distinto al de este lugar. Johan me detiene, los detiene a todos.
—Es hora de que comencemos a tener cuidado —advierte en voz baja, sus ojos esmeraldas vieron en mi dirección—. Nosotros no podemos seguir llevando los collares aquí, Inteligencia enviara a algunos de sus directores aquí y comenzaran a indagar si nos ven actuar sospechosos, pero tú, de ahora en adelante llevaras uno.
—No será suficiente —canta Ivonnet—. Por lo menos tres, para que no la sientan de inmediato, pero nada impedirá que lo descubran si miran demasiado cerca.
—¿Lo dices por sus ojos? —pregunta Ariel—, porque con solo verlos te das cuenta de que ella…es lo que es. Lo mejor sería que no la vieran en lo absoluto, los conozco, ella es un extraño y ellos la van a investigar.
Mis ojos, me gustaba mirar mis ojos cuando estaba atrapada, me gustaba mirarlos en el reflejo de las barras de la jaula.
—¿Qué tienen mis ojos? —cuestiono entre dientes.
—Son de plata y oro —declara Boyd—. Son secrecía, mentira, maldad, pero también todo lo contrario. Nadie, ningún mágico en la historia ha portado ojos como los tuyos.
Lo sabía antes y lo sé ahora, lo había buscado en mis libros, cuando quería sentirme identificada con alguna especie en particular, pero yo no soy solo una.
—Denle sus collares —ordena Ariel, mirándome—. Todos —gira su rostro hacia Johan—. ¿Se puede confiar en los Lawcaster?
—Sí —afirma Johan—, pero no sé hasta qué punto. Boyd, ¿puedes hacer algo por sus ojos?
—Ellos son Vigilantes, sentirán mi magia —niega el aludido—. Pero al menos nos daría tiempo para hablarlo con ellos e intentar que acepten confiar en nosotros.
Me exaspera que discutan sobre lo que tienen que hacer conmigo como si yo no tuviera una opinión propia, eso me hace sentir como…la mascota, el animal que tenían con correa y bozal. No lo soportaría por más tiempo.
—Llevaré los collares —acepto—, pero no voy a esconderme, ¿dices que son Vigilantes?, tal vez me ayuden a comprender algunas cosas. Ahora —respiro—, ¿nos podemos largar para por fin ver a la leyenda que nunca ha sido vista por ninguno de nosotros?
Su magia me recorría el cuerpo desde que había llegado, estoy desesperada por poner mis ojos en él, quiero sentirlo, estudiarlo, aprender de ese temido ser que era comparado con un dios.
—Ivonnet, adelántate y asegúrate de que todo vaya bien —dicta Johan.
Ariel me entrega su colar en las manos antes de seguir a la bruja. Boyd lo hace también, me dice que lo coloque en mi tobillo, que no ponga ninguno alrededor de mi cuello o se darán cuenta. Amarro los collares, uno en cada tobillo, mientras lo hago veo la marca de antiguas ataduras, el recuerdo vago de su quemazón me hace estremecer. Cuando me pongo de pie allí está Johan, observándome con esa desconfianza que identifico como si fuera mía.
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La sangre de los mágicos
FantasyUn héroe no terminará con esta guerra. Un monstruo sí. Nota: No es necesario haber leído ninguna historia anterior, aunque puede resultar beneficioso.