29: César y Diego

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Después de la muerte de la mujer a la cuál amé, pensé que no tendría otra oportunidad para amar, ya había pasado por dos pérdidas importantes para mí. Debido a los conflictos de la familia, mi primer amor y mi mejor amiga fue asesinada él día de mi cumpleaños y de Selene, durante nuestra fiesta llegaron a atacar gente de otro territorio, la balacera fue fatal y al final Victoria, murió debido a una bala la cual la alcanzó.

Después de que mis padres fueron encerrados y Dante tuvo que irse para colaborar con la policía, yo comencé desde cero. Utilicé todos mis conocimientos en mercadotecnia y negocios para volver a comenzar con el negocio de las ferreteras industriales las cuales quedó un poco y pude reunir para volver a construir el negocio. María entró en este punto apoyándome desde el inicio de todo, el trabajar juntos casi las 24hrs hizo que nos conociéramos, nos fuéramos enamorando y al final nos casáramos para consumar todo con la llegada de un hermoso hijo. Por desgracia su parto fue más difícil de lo esperado, solo se podía salvar a uno y ella dio su vida por nuestro hijo. Perdí a mis dos grandes amores, por lo cual estaba rendido al amor.

O eso creí, hasta que...

— Suéltame niño, no voy a jugar contigo. — Salí a ver como estaba mi hijo Oscar, la sorpresa que me llevé al ver que estaba aferrado a la pierna de un desconocido, al parecer el nuevo vecino.

— Juega conmigo, yo quiero que juegues conmigo, yo quiero un amigo. No seas pendejo... — Ambos abrimos la boca de impresionado de escucharlo decir dicha palabrota. — Pendejo, pendejo, pendejo... —

— ¡Oscar! — Corrí rápido levantando a mi hijo en mis brazos y dándole un golpecito en su boca. — ¿Qué te he dicho de repetir lo que digo? — Lo regañé.

— Las palabras de papá son malas, pero es que no quiere jugar conmigo. — Respondió bajando su mirada con tristeza.

— ¡¿Acaso tu esposa te deja hablar de dicha forma delante del niño?! — Me gritó enojado, yo de la sorpresa no supe que responder y de eso mejor se encargó el mismo Oscar.

— Mamá no puede veni a cuidame, está en el cielo. — Hablar de su madre le hacía mal a mi hijo, por lo que al mencionarla comenzó a llorar en silencio y ocultando su rostro en mi hombro. Comencé a acariciar su espalda tratando de consolarlo, pero al mismo tiempo miré como el nuevo vecino paso a tener una cara roja de lo avergonzado de estaba. Comencé a reír divertido.

— Lo siento, hablé de más. Y no entiendo porque te ríes. — Comentó.

— No te preocupes. Y me rio de lo expresivo que eres con tu rostro, podrías ser mudo y entendería todo lo que quieres decir con solo tus expresiones. — Dicho comentario hizo que el hombre se pusiera aun más rojo y yo me riera con mas alegría. — ¿Lo ves? —

— ¿Cómo puedo disculparme por mi atrevimiento? — Preguntó apenado así que solo sonreí mientras veía de reojo a mi hijo como se calmaba fácilmente mientras avanzábamos en la conversación, era sospechosos, aunque debo de decir que tal vez se parecía más a mi de lo que imaginaba.

— Que te parece si vienes a jugar un poco a casa. — Sonreí divertido mientras daba media vuelta en dirección a nuestro hogar.

*

— Y así fue como lo conocí a Diego. — Comenté con seriedad tomando un poco del té que me habían ofrecido, estábamos en una oficina arriba de la cafetería donde laboraba mi hermano. — Le falta azúcar. —

La luz de mis ojos (Historia LGBT) (~2Temp ~)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora