44: Alarma encendida

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Daniel y yo hicimos el amor, y despertar con él entre mis brazos me hacía el hombre más feliz porque estaba con el amor de mi vida. Verlo dormir tan plácidamente, tranquilo me hacia sonreír y me hacía desear que estuviéramos para siempre en la cama.

— Dante. — Me llamó mientras lentamente abría sus ojos y me observaba.

— Buenos días. Ya es un poco tarde. — Respondí con una sonrisa dándole un beso en su frente.

— ¿Qué hora es? — Preguntó acomodando mejor su cabeza en mi hombro y dejando caer su mano sobre mi pecho. —

— Faltan veinte minutos para el medio día. Creo que los demás llegaron hace rato. Hay que levantarnos. — Comenté, pero en vez de hacer lo que dije solo abracé con más fuerza a mi chico. — No quiero separarme, se siente tan bien estar así. —

— Je, lo sé. Pero tenemos que levantarnos. — Daniel tomó mi rostro con sus manos mirándome con ternura. Lentamente ambos comenzamos a besarnos apasionadamente mientras nuestros cuerpos desnudos aumentaban de temperatura. Pasaron minutos donde ambos queríamos llegar más lejos, pero la gente en la casa no nos permitía demostrarnos nuestro amor.

Al final nos levantamos, nos pusimos algo de ropa, Daniel tuvo que ponerse una de mis playeras y le presté un short, se le veía un poco grandes, pero nada del otro mundo. Cuando bajamos las escaleras notamos que los demás estaban ya desayunado con una cara demacrada que pareciera como si se estuvieran muriendo.

— ¿Hasta qué horas acabaron? — Pregunté.

— Buenos días. — Saludó Daniel, pero mis tres roomies solo nos callaron poniendo una cara de dolor solo con el sonido de nuestras voces.

— Hablen bajo, hay quienes tenemos una cruda del infierno. — Comentó Tadeo mientras daba una gran mordida a su torta de chilaquiles. — Hice el desayuno, sírvanse y coman en silencio, tenemos que abrir la cafetería. —

— ¿En serio piensan ir así a la cafetería? — Cuestioné, pero de nuevo hicieron ese sonido peculiar para callarme.

— No, tenemos de otra. No hay remplazos para abrir, solo estamos nosotros cuatro. — Comentó Gael mientras comía y se tomaba unas pastillas. — ¿En qué momento se nos ocurrió emborracharnos con Darío? —

— Lo mismo me pregunto, si mi padre es un barril sin fondo para el alcohol. De seguro él estará fresco como lechuga a pesar de haber tomado más que nosotros.  — El joven Damián no tenía ni fuerzas de levantar su cabeza para comer. Me quedé viéndolos, no podía llevarlos así a la cafetería, tenía que pedir ayuda para poder abrir.

— Si quieres puedo ayudarte hoy. — Comentó Daniel mientras regresaba con dos platos con chilaquiles y frijolitos charros. Me le quedé viendo un poco apenado de pedirle que nos salvara de dicha situación penosa. — No te preocupes, esta bien. Además, ya falté al trabajo así que no tengo nada que hacer hoy. —

— Si tú lo dices... — Nosotros dos comenzamos a desayunar en el comedor, mientras Daniel estaba comiendo, yo me le quedé mirando. Desde que regresamos de San Antonio estaba tratando de alejarme de Daniel debido al miedo que tenía porque otra cosa sucediera y volviera a ponerlo en peligro, por dicha razón no me había dado cuenta de los pequeños cambios que había en Daniel, no eran exagerados, sin embargo, si me causaban conflicto y me había dado cuenta esa mañana cuando noté como Daniel estaba comiendo chilaquiles picosos con total normalidad además de tomar un café cargado.

— ¿Sucede algo Dante? — Me preguntó con una sonrisa en su rostro, quería decir algo, pero al final negué con la cabeza.

— Nada, desayunemos para ir a la cafetería. Le mandaré un mensaje a Bernardo para que nos vaya a ayudar y tal vez tambien a César. — Daniel le pareció buena idea y fue que mandé los respectivos mensajes por WhatsApp. — Y ustedes tres, tomen un baño y descansen. Yo me encargaré de la cafetería hoy. —

La luz de mis ojos (Historia LGBT) (~2Temp ~)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora