Capítulo 2 - Mocosa sin cerebro.

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Cuando encontré a los gemelos estaban sentados en un compartimento ellos solos, inclinados uno frente al otro como si hablaran de algo ultra secreto.

Abrí el compartimento y, al dar un paso dentro, algo viscoso cayó sobre mi cabeza, empapándome entera.

Ellos empezaron a reírse e intentaron embestirme para salir huyendo.

— No tan deprisa, esto solo acaba de empezar — dije sonriendo con malicia para lanzarles un hechizo que unió sus cuatro piernas, cayendo a mis pies.

Cerré la puerta del compartimento y me limpié y recosté, con la espalda apoyada en la ventana, riéndome mientras veía como discutían al intentar levantarse y separarse.

— El que ríe el último ríe mejor — dije riéndome más, si es que era posible, cuando empezaron a tirarse del pelo.

— Eris ¡Suéltanos! — dijo uno de ellos con desesperación mientras su hermano le tiraba del pelo hacia atrás y él le apartaba la cara con una mano, aplastándole la nariz con la palma de la mano.

— No — dije sonriendo — Es demasiado divertido como para terminar tan pronto.

— ¡Suéltanos! ¡Ya nos la has devuelto! — Dijo el otro mirando con odio a su hermano para tirarle con más fuerza del pelo.

— ¡Me haces daño animal! — Exclamó el otro tras un chillido de dolor causado por el tirón de pelo.

— ¡Tú también me haces daño pedazo de Troll! — Exclamó el otro mirándole mal.

— Os soltaré con una condición — dije después de un rato, dándole vueltas a mi varita con desinterés.

— ¡¿Qué quieres?! — dijeron los dos a la vez, mirándome con los ojos casi desorbitados.

Cuando fuí a hablar alguien abrió la puerta del compartimento y me miró por un momento, con cara de no comprender nada.

Era endiabladamente guapo, lo que hizo que se me quedara la boca abierta de la impresión.

El chico miró a los dos niños que seguían en el suelo tirándose del pelo, que le miraban como si acabaran de ver al mismísimo Merlín ante ellos.

— ¡Gracias a los duendes que has aparecido! ¡Esta salvaje nos torturaba de manera medieval! — Exclamó uno de ellos, a lo que le miré mal.

— Esta salvaje se ha vengado de que la llenéis de una sustancia pringosa, ¡los medievales sois vosotros! — exclamé avergonzada señalándoles de manera acusatoria.

Podía sentir el calor de mi cara y sabía que estaría más roja que el pelo de los tres chicos que me miraban divertidos.

— ¡Ya te has vengado! ¡Aléjame de una vez de este troglodita! — Exclamó el mismo chico.

— Primero tenéis que cumplir con algo si queréis que os suelte — dije cruzándome de brazos.

El chico empezó a reírse, negando con la cabeza.

— Por un lado, como prefecto debería parar esto, pero por otro, como hermano que ha sufrido aguantando a semejantes cafres, os voy a dejar así, a ver cómo termina la cosa — dijo el chico que se agachó y revolvió con sus manos el cabello de los que según entendí eran sus hermanos pequeños. ¡¿Me había gustado el hermano mayor de esos tontos?! ¡Merlín sálvame!

— ¿Y bien? — Dijo uno de ellos que me miró con los ojos entrecerrados, cruzándose de brazos.

— Tenéis dos opciones — empecé, mirándolos con intensidad — Os puedo soltar y volvernos rivales, es decir, que vais a salir perdiendo, o...

— ¡¿O qué?! — Exclamó el mismo chico, rojo del cabreo que llevaba encima.

— O... unimos fuerzas contra todo el colegio — dije sonriendo con malicia — pero esto último solo se puede si me contáis que habéis hecho antes de entrar al tren.

— ¡Ja! ¡Más quisieras que nos uniéramos a ti, mocosa sin cerebro! — exclamó el mismo chico mientras el otro le miraba, en desacuerdo con la elección de su gemelo.

— Bueno, pues la mocosa sin cerebro se va y os piensa dejar así hasta que alguien os encuentre, a no ser que vuestro hermano quiera sacaros del apuro, pero como sois tan buenos seguro que podéis sacaros del problema vosotros solitos ¡Adiós! — Exclamé con alegría, yéndome de allí dando saltitos con la varita en la mano.

Oí la carcajada del mayor y las protestas de los otros cuando este les cerró la puerta en las narices mientras yo le compraba unas grageas y unas ranas de chocolate a una mujer con un carrito lleno de dulces.

— No sabes dónde te has metido, peque — dijo el hermano de los gemelos, revolviéndome el pelo mientras me sonreía con simpatía.

Volví a sentir ese calor en toda la cara, por lo que giré la cara para mirar a la mujer mientras le daba el dinero.

— No saben dónde se han metido — dije para sonreírle de vuelta y alejarme, entrando al primer compartimento que pillé sin mirar si había alguien o no.

Dos chicas me miraron con confusión por mi entrada tan natural, como si de verdad ese fuera mi compartimento de toda la vida y las extrañas fueran ellas en aquel lugar.

— ¿Puedo quedarme con vosotras? He tenido un altercado con dos chicos en un compartimento cercano — dije sonriéndoles.

— ¡Claro! Siéntate — dijo la chica de tez oscura y cabello brillante y negro como la noche que me sonrió con simpatía — Yo soy Angelina y esta es Alicia, somos alumnas de primero — dijo para mirarme mientras me sentaba — Supongo que tú también entras este año.

— Si, encantada yo soy Eris — le respondí con diversión — ¿Sabéis en qué casa queréis entrar?

— La verdad es que mientras no sea Slytherin me da igual — Dijo Alicia riéndose, a lo que Angelina asintió, de acuerdo con su amiga.

— Pienso igual que Alicia ¿Y tú? — Preguntó Angelina, metiéndose una gragea en la boca y masticándola, haciendo una mueca de desagrado con la boca mientras se la sacaba con asco.

— Quiero terminar en Gryffindor como mis padres — Respondí riéndome de la reacción de la chica ante una gragea que dudaba que tuviera buen sabor.

Las chicas se rieron.

— Nos llevaremos bien — Dijo Angelina dándome una palmadita en el brazo.

— Ya lo creo — dije riéndome mientras me giraba a mirar la puerta del compartimento, donde mi mirada se cruzó con la del chico de antes, que siguió avanzando por el pasillo.


Legado de dos rebeldes: Eris [Con Charlie Weasley]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora