Capítulo 3 - La selección.

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Cuando el tren paró salimos las tres, hablando animadamente, del tren.

Un hombre enorme, tanto que era como un gigante, sujetaba en alto un farolillo mientras gritaba a viva voz "¡Los de primero por aquí!".

Nos condujo por un sendero hasta la orilla de un gran lago, donde encontramos numerosas barcas donde cabían 4 o 5 alumnos.

Angelina, Alicia, un chico moreno y yo nos subimos a la barca.

Empecé a inclinarme por un borde, tocando el agua con la intención de agitarla ya que mi madre había dicho que en ese lago vivía un calamar gigante.

La barca empezó a zarandearse con mis intentos de tocar el agua y el chico empezó a ponerse blanco.

— Por favor, deja de mover la barca — suplicó el chico mirándome mientras se ponía una mano en el estómago y otra en la frente.

— Son imaginaciones tuyas, la barca no se mueve — dije mientras seguía a lo mío.

Unos gritos de asco por parte de Angelina y Alicia hicieron que me diera la vuelta, mirando el panorama, donde el chico se había vomitado encima, llenando por lo menos media barca a su paso.

Al salir de la barca, y después de recorrer pasillos, de subir incontables escaleras y de una charla por parte de una mujer bastante seria y porte elegante, entramos a una sala llena de cuadros, donde la mujer nos indicó que esperáramos hasta que nos llamaran, momento en el que tendríamos que avanzar en dos filas hasta el final del pasillo.

Las puertas se abrieron de par en par y delante de mí, según iba avanzando con un chico moreno y bastante guapo a mi lado, fue apareciendo una gran sala, con techos tan altos que no sabía calcular su altura exacta y en los que se proyectaban los cielos exteriores. Cientos de velas flotaban en el aire y cuatro grandes bancos cruzaban la sala, dos a cada lado del pasillo que recorríamos. Cientos de alumnos, sentados en sus mesas, nos miraban al pasar por su lado.

Al final del pasillo había una mesa con numerosos adultos, que supuse que serían los profesores, nos esperaban sentados.

Al parar delante de ellos apareció la mujer de antes, con un taburete, un sombrero viejo y remendado y un gran pergamino enrollado.

Un hombre de larga melena y barba blanca, brillantes ojos azules y unas gafas en forma de media luna que descansaban con desenfado sobre el puente de su aguileña nariz carraspeó mientras se acercaba a un atril con forma de lechuza que abrió sus alas cuando éste apoyó sus manos en él.

— Bienvenidos a Hogwarts otro año más, y bienvenidos a los nuevos alumnos en vuestro primer año de clases en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería — Empezó el hombre, recorriendo con su mirada a los alumnos — Espero que hayáis despejado esas cabecitas, vaciándolas para llenarlas durante este año escolar. A los que estáis en quinto y séptimo mucho ánimo, este año será duro, con numerosos e importantes exámenes, pero estoy seguro de que podréis con ello. Y antes de la selección de las casas y de la suculenta cena que nos espera para festejar este inicio de curso quiero recordaros a todos que el bosque que rodea los terrenos de Hogwarts está terminantemente prohibido. Sin más dilación os dejo con la profesora McGonagall.

Dicho esto, el hombre volvió a sentarse en su silla y enlazó los dedos de sus manos sobre la mesa, sonriente.

— Bien, ahora os iré llamando de uno en uno — empezó la mujer que nos miraba atentamente de uno en uno mientras empezaba a desenrollar el pergamino — Cuando os llame os sentareis en el taburete y yo os colocaré el sombrero seleccionador.

La mujer carraspeó y empezó a llamar de uno en uno a todos los alumnos de primero.

Angelina y Alicia terminaron en Gryffindor, igual que los dos gemelos.

El chico que había vomitado en la barca había terminado en Ravenclaw y el chico que había ido a mi lado durante el pasillo en Hufflepuff.

— Eris Black — dijo McGonagall de pronto.

Todo el comedor se llenó de murmullos y todas las miradas se dirigieron a mí.

Sabía que eso sucedería, sabrían que por mi edad mi padre era quien era y como siempre, empezarían a llamar a mi padre asesino, y a mi madre loca.

Cogí aire, dejando de lado todo lo que llenaba mi cabeza, y sonriendo caminé con decisión hasta el taburete.

— ¡Contigo no tengo ninguna duda! — Gritó de pronto el sombrero antes de tocar mi cabeza — ¡Gryffindor!

La mesa de los leones estalló en aplausos y yo sonreí con alegría, dando saltos hacia la mesa, en la que me senté de un salto, chocando mis manos con Alicia y Angelina que ya estaban sentadas en la mesa.

Cuando terminó la selección apareció una gran cantidad de comida en el centro de la mesa.

Empecé a echarme de todo, comiendo como si no hubiera comido por lo menos en un mes.

— ¿Es que no te dan de comer en tu casa o qué? — dijo uno de los gemelos.

Lo ignoré por completo, haciendo que este entrecerrara los ojos, mirándome con indignación.

— Ya vendrás tú a mí — dijo el mismo chico volviendo a comer, sin mirarme.

Lo miré, callada, mientras todos se callaban y nos miraban.

Empecé a reírme tanto que me empezó a doler el estómago.

— ¡Oh querido! Has tenido la oportunidad de unirte a semejante mente brillante — dije señalándome con el dedo pulgar — y has dejado pasar tu oportunidad, el que vendrá a mí serás tú — dije con una confianza inquebrantable.

— ¡Sigue soñando Black! — exclamó el chico, que se giró y no volvió a mirarme, haciendo que me riera, negando con la cabeza para seguir a lo mío.


Legado de dos rebeldes: Eris [Con Charlie Weasley]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora