Doce

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Las consecuencias para Ciro no habían sido tan terribles como imaginó. Cuando llamaron a su papá del colegio pensó que era para decirle que estaba expulsado, y por un momento así fue, pero entonces Carlos defendió a su hijo diciendo que la pelea entre los dos estudiantes la comenzó Rodrigo y que además, había ocurrido fuera de la institución, así que no les correspondía tomar esa decisión tan extrema. Lo que sí hicieron fue suspenderlo una semana, tanto a él como a su compañero, ya que ese comportamiento era intolerable.

En cuanto a la salud de Rodrigo, él estaba bien, magullado pero bien. No le había roto nada pero tenía que hacer reposo y la suspensión le venía bien para eso.

Respecto a Mili, después del incidente ella le había dicho que tenían que evitar verse por un tiempo y no volvió a responderle los mensajes. Eso estaba desesperando a Ciro, tenía este constante temor de que le cuente a alguien lo que vio y entonces el rumor se expanda hasta llegar a los oídos de su familia.

Por otro lado, a Ciro lo beneficiaba no ir a clases porque por las tardes se iba a la casa de Ramiro para que le explique lo que se estaba perdiendo. Si bien no era fan de estudiar, valía la pena encerrarse en el cuarto del castaño y poder mirar su carita seria cuando le hablaba con total concentración sobre guerras pasadas, nuevas ecuaciones o tiempos verbales que tenía que aprender. Muchas veces se perdía en lo que decía, sus oídos dejaban de escuchar, lo único que podía hacer era ver el movimiento de sus labios, cómo se los relamia después de hablar por un rato, cómo se le formaba una arruga entre medio de las cejas cuando leía un texto importante o cómo atrapaba su labio inferior entre su dedo índice y el pulgar cuando se quedaba pensando en algo.

Justo como ahora.

Hasta donde recordaba Ciro, el mayor le estaba explicando algo sobre filosofía, no estaba seguro, solo sabía que quería besarlo.

—Ciro, ¿me estás escuchando? —repitió Ramiro por cuarta vez en menos de una hora.

—¿Eh? Ah, sí, sí —se apresuró en contestar y parar de babear un poco. A ese paso iba a dejar un charco en el piso—. Estaba pensando en lo que dijiste del chabón ese.

—¿Qué chabón? —frunció el ceño.

—Ese... Socrates —dijo Ciro más como pregunta que respuesta.

—Hace media hora que pasamos a otro tema, ¿no escuchaste nada de lo que dije? —lo interrogó con indignación.

Ciro dudó antes de hablar.

—No, perdón. Después de un rato dejo de prestar atención —le dio una mirada de disculpa esperando conmover un poco su corazón—. ¿Nos podemos tomar un recreo?

—Recién empezamos —protestó Ramiro con un libro en las manos. No parecía conmovido.

—Pero estoy convaleciente —utilizó un tono lastimero para resaltar el hecho. Los moretones en su cara habían tomado color y dolían, además de los que tenía también en su torso. Rodrigo le había dado sus buenos golpes.

Ramiro alzó una ceja—. Ajá, ¿y de quién es la culpa?

—No me retes otra vez —se quejó Ciro de manera infantil mientras jugaba con el cierre de su campera y lo miraba a través de sus largas pestañas—. Haceme mimos.

Los ojos oscuros del mayor recorrieron a Ciro con rapidez, tuvo un titubeo antes de contestar:

—Tenemos que terminar de estudiar.

—Un ratito nomas, después seguimos.

Por un momento Ciro creyó que Ramiro volvería a negarse, pero éste dejó el libro sobre el escritorio e hizo hacia atrás su silla con rueditas. Ciro sonrió amplio antes de levantarse de su lugar y sentarse de costado sobre las piernas del más alto, enseguida le rodeó el cuello con los brazos para luego inclinarse a besarlo. Se sentía tan bien. Tener su deliciosa boca contra la suya era la mejor sensación que podría experimentar. Ramiro lo abrazaba por la cintura, sujetándolo cómodamente sobre su cuerpo.

INMARCESIBLE || (Desastres #2) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora