Veintisiete

224 31 36
                                    

El frío invernal del exterior dejó de castigar el cuerpo de Ciro en cuanto puso un pie dentro de la casa de su novio y la cálida temperatura de ésta lo recibió con los brazos abiertos. Ramiro los condujo hasta su cuarto, dejó la mochila sobre el escritorio y le avisó que iría a buscar el botiquín para encargarse de su herida. 

El pelinegro se limitó a esperarlo sentado en la cama mientras jugaba con sus manos para aligerar la bola de nervios que ahora mismo revolvía sus entrañas. No sabía cómo tomarse el hecho de que Ramiro había descubierto su secreto, si eso sería un inconveniente o no. Esperaba que todo siguiera igual, que esta revelación no los afectara porque por primera vez la vida le estaba sonriendo y era realmente feliz con su chico, no quería pelear por haberle ocultando esto o peor, que a la larga Ramiro no pueda lidiar con la verdadera cara de su suegro y decida terminarle. 

—Creo que deberíamos ir al hospital para que te revisen —la voz ajena lo apartó de sus pensamientos y lo obligó a ver como el castaño cruzaba la puerta para ir a sentarse a su lado—, podrías tener algún daño interno. 

Sacó un pedazo de algodón, lo mojó con algo que Ciro desconocía y luego lo pasó por debajo de su nariz para quitar cualquier rastro de sangre seca. 

—No hace falta, estoy bien, no fue un golpe tan duro —soporté peores, pensó Ciro. Nunca había visitado un hospital por las lesiones que su padre le dejaba, no iba a comenzar ahora—. Allá van a hacer lo mismo que estás haciendo vos por mi. 

—Esta bien, pero si te llega a doler la cabeza, te mareas o te sentis mal de alguna forma me avisas y vamos, ¿okey? 

Dedicándole una sonrisa sincera, Ciro asintió. La protección de Ramiro siempre lo hacía sentir mejor, querido, que había alguien en el mundo a quien le importaba y que no lo iba a dejar solo. Esa sensación aumentó cuando Ramiro llevó una mano a su mejilla para acariciarla con suavidad y lo observó con esa expresión cariñosa que a Ciro le derretía el corazón. 

—Sos tan hermoso —le susurró el castaño—. No entiendo por qué alguien querría lastimarte. 

—Eso es porque no convivis conmigo —mencionó Ciro. Era consciente de que tenía una personalidad difícil de tratar. 

Ramiro negó con la cabeza—. Yo nunca te haría algo así. 

—Lo sé, sos diferente a todos los pibes que conozco —ellos siempre buscaban demostrar su valor, su hombría -tal como Ciro-, se peleaban con quien hiciera falta y se metían en bardos innecesarios. Ramiro no. Él era más sensato, correcto, no levantaba la voz y jamás se ponía agresivo con nadie. Esas eran de las características que Ciro más amaba. 

Ramiro tomó una respiración profunda antes de preguntar—. ¿Cómo empezó? 

No hizo falta que aclarara a qué se refería, Ciro entendió perfectamente, así que mientras Ramiro agarraba su mano como muestra de su incondicional apoyo, se animó a hablar por primera vez de aquello que mantuvo oculto durante tantos años. 

—Desde que tengo memoria él siempre fue brusco conmigo, nunca me hizo sentir querido, al contrario, era como si yo fuera un intruso en su casa —relató Ciro en un tono bajo, como si le estuviera contando algo confidencial—. No importaba cuánto me esforzara, él no me aceptaba. 

Ramiro permaneció en silencio dándole su espacio para soltar todo lo que tenía guardado, lo que venía soportando hace tiempo. 

—La primera vez que me pegó tenía once años, él estaba borracho, enojado, y yo no paraba de hablar, estaba tan insoportable que colmé su paciencia. Fue como si hacer eso le hubiese sacado un peso de encima, durante varios días lo vi menos tenso y ya no me miraba con tanto resentimiento como antes —bajó la vista hacia su mano que era sostenida con firmeza, el contacto lo calmó—. Estúpidamente me alegré por eso, pensé que había dejado de odiarme y que a partir de ese momento todo iba a cambiar. 

INMARCESIBLE || (Desastres #2) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora