Treinta Y Cinco

181 25 9
                                    


Estar tendido en la cama sin hacer nada más que escuchar a su novio leerle poesía era de las cosas favoritas de Ciro. Lo habían estado haciendo los últimos cuatro días luego de desayunar, con el ojiverde apoyando la cabeza en las almohadas y las piernas sobre las de Ramiro, quién se sentaba de costado para recargar su espalda contra la pared. Así se pasaban horas, a veces Ramiro le leía libros cortos de aventura y misterio, eso iba variando, pero siempre utilizaba una de sus manos para brindarle caricias en sus piernas.

Andas por esos mundos como yo; no me digas que no existes, existes, nos hemos de encontrar; no nos conoceremos, disfrazados y torpes por los caminos echaremos a andar —leía Ramiro con voz calmada—. No nos conoceremos, distantes uno de otro sentirás mis suspiros y te oiré suspirar. ¿Dónde estará la boca, la boca que suspira? Diremos, el camino volviendo a desandar —sus dedos alrededor del tobillo ajeno, masajeando la zona con dulzura—. Quizá nos encontremos frente a frente algún día, quizá nuestros disfraces nos logremos quitar. Y ahora me pregunto… cuando ocurra, si ocurre, ¿sabré yo de suspiros, sabrás tú suspirar?

Ciro aplaudió con una sonrisa radiante abarcando su rostro, encantado y satisfecho con el poema escogido para finalizar la lectura de ese día. El castaño le devolvió el gesto, dejó el libro a un lado y se acercó para besar los labios de su novio antes de acostarse a su lado. 

—¿Te gustó? 

—Muchísimo —lo miró de costado, perdiéndose en esos ojos color chocolate—. Amo escucharte leer poemas de amor, siento que los escribiste para mi. 

—Aunque no haya sido yo el autor representan mis sentimientos por vos, por lo tanto sos dueño de mis dedicatorias —afirmó Ramiro acariciándole su mejilla sana con los nudillos. 

Aww —pronunció en un tono dulce—, que tierno, bebé. Adoro que me digas esas cosas. 

—Yo te adoro a vos.

Iba a aproximarse de nuevo a los labios del menor cuando su conejo Gisli, quien había estado descansando a los pies de la cama, se abrió camino hacia ellos entre brinquitos hasta quedar en medio de los dos cuerpos humanos. Una vez ahí se acomodó para volver a cerrar sus ojitos y retomar su siesta. 

—Creo que alguien está celoso y anda exigiendo atención —rió Ciro acariciando el lomo del animal. 

—Yo seré su padre pero se parece mucho a vos. 

—¿Cómo dijiste? —entrecerró los ojos en su dirección. 

—¿Me lo vas a negar? 

—Yo no soy celoso. 

—Me dio la impresión de que lo eras esa vez del partido de fútbol, cuando te alteraste porque hablé con una chica —le recordó Ramiro, haciendo que el rostro del ojiverde se calentara al pensar en lo estúpido que se comportó en aquella ocasión. 

—Te estaba chamuyando descaradamente —murmuró en defensa—. Además, ya no lo volví a hacer. 

—Y eso prueba lo maduro que es mi chico —reconoció el castaño con orgullo. 

La sonrisa que le dirigió Ciro fue brillante, contento de que su novio lo considerara como alguien que también podía ser tan maduro, al igual que él. Las palabras que Marina le había dicho aquella vez en casa su prima todavía seguían frescas en su mente, Ciro también pensaba a veces que era muy infantil en comparación a Ramiro, que probablemente a él le gustaría que fuera menos intenso e impulsivo, que no atrayera tantos problemas. 

INMARCESIBLE || (Desastres #2) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora