Nueve

448 65 64
                                    

Por la mañana Ramiro se había llevado una gran sorpresa cuando Ciro ingresó a la cocina de buen humor y lo saludó con normalidad. El ojiverde se pasó el desayuno hablando alegremente con las chicas, incluso de vez en cuando lo miraba con una sonrisa, mientras que Ramiro se mantenía en silencio analizando su inesperada actitud. En su mente había creado varios escenarios posibles para esa mañana: que Ciro lo ignore, que tire indirectas en plena mesa, incluso que lo trate mal, de todo menos esto.

Después de que Ámbar se fuera a casa en remis, Ciro le ofreció su ropa a Ramiro para que pudiera cambiarse antes de ir al colegio. Estaba teniendo una actitud tan positiva que el castaño empezaba a incomodarse. No es como si quisiera verlo mal, pero le parecía raro que actúe así después de lo que pasó anoche, aunque cabía la posibilidad de que se diera cuenta que lo sucedido con Marina fue algo que malinterpretó. Sea lo que sea, tenía que hablar con él.

Resultó difícil hacerlo porque el siguiente par de días apenas pudieron saludarse y cruzar unas pocas palabras, si no era algún compañero que los interrumpía, Ciro se excusaba diciendo que tenía algo que hacer. Además, lo había visto haciéndose el coqueto con algunas compañeras y aquello lo había irritado mucho, parecía como si estuviera camino a ser el Ciro de antes, ese que tan mal le caía. No podía permitirlo. No quería repetir la historia una vez más, no soportaría alejarse de Ciro otra vez.

Se estaba desesperando, necesitaba aclarar las cosas cuanto antes y a pesar de que Ciro parecía relajado y lo trataba bien, seguía escapando cuando percibía que Ramiro quería profundizar la conversación.

Un suspiró se escapó de los labios de Ramiro, quien se hallaba en el patio trasero de su casa tirado en el pasto con su mejor amigo.

—¿Qué te pasa? —preguntó Lautaro abriendo un paquete de galletitas.

—Ciro me está evitando.

—Pero si te saluda todas las mañanas —Lauti frunció el ceño en confusión.

—Lo hace de forma sutil. Me responde de lo mejor cada vez que le hablo, pero sé que algo está mal porque cuando se da cuenta que voy a mencionar lo que pasó el otro día cambia de tema y me dice que se tiene que ir —explicó pensativo—. No soy tonto, es obvio que algo le pasa y no quiere decirme.

—¿Por qué no vas a su casa e intentás hablar de nuevo? No creo que ahí tenga excusas para evitarte.

—Porque está Marina, lo que menos quiero es que sospeche —respondió obvio Ramiro—. ¿Cómo le explico que estoy ahí para ver a su hermano?

—Pero andá cuando ella esté en hockey, van a tener tiempo de sobra —Lautaro resolvió enseguida.

Ramiro lo meditó por unos segundos, los lunes, miércoles y sábados por la tarde Marina tenía entrenamiento de hockey así que si tenía suerte y Ciro decidía quedarse en casa ese día, podrían hablar tranquilos.

—Amigo, cuando tenés razón, tenés razón —admitió Ramiro con un mejor semblante.

—Como siempre, compañero.

—Claro, claro, como siempre —ironizó el más alto levantándose del césped, era hora de ir a arreglar las cosas—. Me voy a ver a Ciro, cuando te vayas no te olvides de cerrar bien el portón que después se me escapa el conejo.

—Tranqui, bro, yo me encargo —le aseguró Lautaro cuando su amigo empezó a caminar.

Ramiro se detuvo para mirarlo con las cejas elevadas.

—Eso no me deja muy tranquilo, la otra vez no cerraste bien y se escapó, casi lo agarra el perro de mi vecino.

—Fue hace un montón eso, no vivas del pasado.

INMARCESIBLE || (Desastres #2) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora