Epílogo.

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Mi cuerpo se siente frío a pesar de que solo es medio día, no hay mantas ni nada con lo que cubrirse aquí. Apenas y te dan una almohada que está más plana que una concha, que a duras penas puede sostener la cabeza.
Alex, Alex Green. Que yo esté aquí, en la cárcel es tu culpa y de nadie más.
Si tan solo te hubieses mantenido al margen, esto jamás habría pasado. En este preciso instante me encontraría haciéndole el amor a Amanda, mi Amanda. Porque ella es mía, de nadie más. Incluso si ella no lo sabe, o se niega a aceptarlo, lo es. Lo ha sido desde el momento en que sus ojos se posaron en mí, aquella mañana en el elevador del Chicago Morning. Me comporté como un crío cuando la vi por primera vez, claro que sí, pero es que nunca una mujer me había mirado de aquella forma tan inocente y pecaminosa al mismo tiempo.
Solo eso basto para hacerla mía, y con el tiempo, seguramente ella lo habría aceptado.
—Epworth, tienes visita —anuncia un guardia llegando a mi celda.
Seguramente es ella.
Me visita cada jodido día y comienza a ser un fastidio. Pero no puedo dejarla saber eso.
Ella dice amarme y me valgo de eso para obtener su ayuda, para obtener mi venganza contra Green y finalmente quedarme con Amanda. Cuando todo eso esté hecho, me desharé de ella, de momento, tengo que actuar como el hombre más feliz del mundo por tenerla a mi lado.
Salgo de mi celda y camino hacia la sala de espera, seguido del guardia que abrió mi celda. Los cubículos donde otros reclusos hablan con sus visitas separados por un vidrio me esperan, y avanzo entre ellos para llegar al mío, esperando ver la espesa cabellera rojiza que la caracteriza, pero en su lugar, la cabellera que veo a lo lejos es castaña.
Mi ceño se frunce ante esto, pero rápidamente es suplantado por una sonrisa al ver de quien realmente se trata.
Llevo un mes, cuatro días y seis horas sin verla, desde que la tuve bajo mi cuerpo con mis manos rodeando su cuello. No intentaba matarla, no podría. La amo más que a mi vida, solo quería que se callara para poder llevarla a un lugar mejor, donde poder hacerle entender que estamos hechos el uno para el otro, pero el que Amanda esté aquí solo me confirma que finalmente lo ha entendido.
Así que tomo asiento, levanto el auricular  y espero que ella haga lo mismo para poder hablar con ella y escuchar la voz que tanto he añorado. La observo detenidamente mientras con manos temblorosas por la emoción, toma el auricular y me mira con los labios entreabiertos, esperando a que yo le diga lo que sé que sus oídos anhelan escuchar.
—Hola nena, ¿me extrañaste?

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