Capitulo 12.

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—¿Puedo pasar? —pregunta Elena del otro lado de la puerta.

Camino hacia esta y la abro, cediéndole el paso. Ella entra un poco indecisa y se queda parada en medio de la habitación mirando sus pies fijamente.

—¿Pasa algo, Elena? —pregunto preocupada.

Nunca la había visto así.

—No, bueno, eso espero

Mi ceño se frunce.

—¿Debo preocuparme por algo?

Su mirada busca la mía y me sonríe tranquilizándome al instante.

—No, para nada. La verdad solo quiero saber unas cosas sobre ti y Alex

Siento como los músculos de mi espalda se tensan ante la mención de su nombre.

No lo he vuelto a ver después de nuestro beso del viernes, ni siquiera sé si ha venido a casa. He estado muy ocupada encerrada en mi habitación. Incluso cuando Fred me pidió salir le mentí diciéndole que tenía una horrible jaqueca, porque no quiero enfrentarlo después de lo que hice, no cuando no entiendo que es lo que me está pasando.

Si creí olvidar a Alex y siento una enorme atracción por Fred ¿Por qué estoy besando a Alex?

—¿Exactamente qué quieres saber? —pregunto al fin.

Elena se sienta en la orilla de la cama y entrelaza sus manos sobre su regazo.

—Oí su pelea el viernes por la noche, Amanda y luego de unos segundos de total silencio, Alex salió hecho una furia de aquí —ella no aparta su mirada de la mía—. Lo que quiero saber es ¿Qué sucedió para que se fuera de esa manera?

—Discutimos Elena —musito en voz baja—, y eso no es una novedad

—No, pero él nunca se había marchado en ese estado y ahora no responde el teléfono

Mis ojos se abren.

—¿Usted no creerá que le sucedió algo, verdad?

No importa lo confundida que esté, sé a ciencia cierta que no quiero que le ocurra nada malo.

—Con lo alterado que se fue había pensado eso, pero fui a verlo esta mañana y aunque no estaba el conserje me aseguró que había salido esa mañana

El alivio me inunda por completo ante esta información y solo puedo asentir sin nada que decir.

—Sé que no son mis asuntos —continúa ella—, pero amo a mi hijo y te quiero como otra hija a ti. No me gustaría que no pudiesen hablarse, mucho menos contigo viviendo en esta casa

—No voy a vivir para siempre aquí —afirmo con voz neutra—, pero su hijo y yo no podemos ser amigo. No importa cuánto lo intentemos, parece que somos como perros y gatos

—¿Cómo es que han terminado así después de jurarse amor eterno al casarse?

Evado su mirada inquisidora y sacudo la cabeza.

—No lo sé Elena. Tal vez no era amor lo que sentíamos su hijo y yo, nos casamos demasiado rápido. Incluso usted lo pensó en ese momento, recuerdo perfectamente cómo se oponía a nuestro matrimonio

Vuelvo a mirarla para encontrarla con los labios fruncidos.

—Aunque no había nada que hacer sobre eso ¿O ya olvidaste que cuando te conocí ya erais marido y mujer?

MírameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora