Capítulo 6.

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    Fred estaciona su auto frente a casa, apaga el motor y el silencio que nos invadió todo el camino a casa continua presente. Él no ha dicho nada y yo no hablé más que para darle las indicaciones para llegar a casa. Creo que no me había sentido así de incomoda desde las horas previas a la perdida de mi virginidad, solo que esa vez sabía que se avecinaba. Ahora no sé cómo actuar y eso me asusta aún más.

—Bonita casa —musita finalmente.

Exhalo una respiración que no sabía estaba conteniendo y me volteo a verlo.

Sus ojos estás fijos en los míos. Aun en la oscuridad, puedo observar sus helados ojos azules.

—Gracias —respondo un tanto cohibida.

¿Debería decirle que no es mi casa y que vivo con mi ex suegra?

—Hay luces encendidas ¿Acaso te esperan?

Suspiro pesadamente y asiento.

—Algo así —una de sus cejas se alza.

—¿Esposo? ¿Novio? —pregunta con interés.

Sacudo la cabeza, sintiendo mis mejillas enrojecer al ver su expresión. Gloria tenía razón, él está interesado en mí y parece que estoy disfrutando de ello.

—Nada de eso —hablo en voz baja—. Es... difícil de explicar

—¿Ah, sí?

Lamo mis labios y le cuento lo más brevemente posible mi actual situación. Obviando a propósito la verdadera razón de mi separación con Alex.

—Ya veo... —él asiente, ensimismado—. Nunca había conocido antes a alguien en tu posición

—Es bastante patético, lo sé

—No lo es, o al menos no me lo parece. Creo que solo hiciste una mala elección, como todos alguna vez la hicimos

Frunzo el ceño sintiéndome ofendida por decirme que tomé una mala elección.

—Estaba enamorada —replico mordazmente—, no estaba pensando mucho en si era una buena elección o no

—¿Enamorada? —pregunta él—, ¿Acaso ya no lo estás?

Fijo mi vista en la calle frente a mí.

La verdad es que sigo enamorada, pero también disfruto de estar al lado de un hombre guapo y pronto dejaría de amar a Alex, de eso estaba segura.

—No, ya no lo estoy —aseguro lo más convincentemente posible.

Fred no responde nada y el silencio reina entre nosotros nuevamente. Pasan los segundos y ninguno dice nada, de hecho, ambos seguimos con los cinturones de seguridad puestos. Sacudo la cabeza, dándome cuenta que seguir en esta situación se me antoja un poco ridícula y decido que es el momento de irme.

Me desabrocho el cinturón de seguridad.

—¿Me explicas como una mujer tan guapa decide divorciarse? —su voz detiene mi mano a medio camino de la manija de la puerta.

Me giro para encararlo y descubro que se ha desabrochado también el cinturón de seguridad. Sus ojos siguen estudiándome, como un águila vigila cada pequeño movimiento de un ratón antes de ir a por él.

—Me parece algo realmente ilógico —continúa.

—¿Qué te parece ilógico?

Su mano toma mi mano izquierda y acaricia mis nudillos con lentitud, haciendo que mi corazón se acelere de inmediato.

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