38. "Mi muerte".

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El sabor amargo del vodka baja por mi garganta, quemando todo a su paso

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El sabor amargo del vodka baja por mi garganta, quemando todo a su paso. Tomo el Rolex de oro y lo acomodo sobre mi muñeca, son las seis de la tarde y el sol apenas se está poniendo en París. Mis sentidos se agudizan y me doy la vuelta ante el sonido de una puerta siendo abierta.

Escuché el ruido de sus tacones cuando salió del baño, llevaba un vestido corto y de tirantes color bronce ajustado a su cuerpo, resaltando cada curva, realzando sus atributos. Su cabello largo estaba suelto y caía en hondas gruesas por sus hombros y espalda.

Era mi diosa. Pura, perfecta y preciosa.

Cuando se percata de mi mirada, la suya se levanta y me sonríe. Camina lentamente hacia mí, deteniéndose a centímetros de mi cuerpo, sus manos van al cuello de mi camisa mientras me mira a través de sus largas y gruesas pestañas.

—Estás preciosa —le digo, ella se pone de puntillas y besa la comisura de mis labios—. Y eres una jodida manipuladora.

—¿Yo? —abre mucho sus ojos—. Ya quisieras que yo te manipulara, cielo.

—Lo haces —rodeo su cintura con mis manos—. Y ni siquiera te das cuenta.

—Lo siento —se encoge de hombros restándole importancia—. ¿A dónde iremos?

—A matar dos pájaros de un solo tiro —le giño un ojo cuando su ceño se frunce, dejó un beso en su frente y la llevo fuera de la habitación.

El transcurso en el auto es interesante y entretenido con Mel suspirando por cada cosa que ve fuera de la ventana. Gabriel es el encargado de conducirnos al norte de la ciudad.

—Santo Dios —dice Melissa con los ojos abiertos a capacidad, luego me mira a mí—. ¿Dónde estamos?

—Te dije que Francia era mía, Mel —entrelacé nuestras manos y besé el dorso de la misma—. Tengo que estar al tanto de hombre que se encarga del país.

—¿Es tu socio? —preguntó.

—Es un amigo.

Christian Lacroze.

Francés y leal.

Uno de los pocos hombres que están a mi mando al que puedo llamar amigo, fue fundamental en mi formación para tomar el cargo de La Orden, era otro de mis manos aliadas cuando Roger y yo éramos más sanguinarios que cualquier otra cosa. Por su lealtad lo puse al mando de Francia, y hasta el sol de hoy, no me ha defraudado.

—Esto es enorme —susurra Mel cuando bajamos del auto, sonrío cuando una idea llega a mi mente.

—¿Te gusta? —pregunté, ella me observó y asintió.

—Sí, es hermosa —se aferró a mi brazo y miró a su alrededor—. ¿Celebra algo importante?

—No, pero hace un tiempo que hacen este tipo de reuniones para recaudar fondos —explico mientras entramos a la mansión—. Ya sabes, para orfanatos y esas cosas.

La sed de mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora