22. "Siempre estaré aquí".

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No estoy dormida, no puedo pegar un ojo

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No estoy dormida, no puedo pegar un ojo. Siento que, si lo hago, todo podría desaparecer, que todo lo ocurrido hace tan solo unas horas, sea solo un simple sueño y no una encantadora realidad.

Temo dormirme y despertarme sola, en el ático y no aquí, en su cama, entre sus brazos.

Suelto un suspiro, uno es capaz de hacer que sus brazos se aprieten a mi alrededor, llevándome así, más cerca de su cuerpo. No quiero moverme, quiero seguir así, hasta que se haga la hora de separarnos. Tengo miedo. Mucho, mucho miedo. Miedo de esto, de esta sensación de felicidad desmedida que tengo en el pecho. Miedo de que él no sienta lo mismo, miedo de que nada sea real.

Pero entonces están los gestos más mínimos e insignificantes. Como la mirada soñadora que me regaló luego de hacerme el amor, o ese beso que casi me deja llorando de lo tierno que fue, o como me protegió del frio con su camisa, luego me cubrió con las sábanas y me apretó contra su pecho.

Están esos míseros e insignificantes gestos que, después de un rato, se vuelven todo.

—¿Por qué no estás dormida? —su pregunta me toma por sorpresa, pero me obligo a responder.

—No quiero dormir —le soy sincera, obteniendo un beso en la cima de mi cabeza en recompensa.

Su mano recorre mi muslo izquierdo, hasta que sus dedos rozan la cicatriz de mi rodilla.

—¿Esto es...? —la pregunta queda en el aire, dejándome la opción de responder o no.

Ya le había mostrado todas mis facetas a este hombre, decidí ser sincera con él... Ya era tiempo.

—Cuando era niña, mi vida consistía en viajar y viajar, o eso creí —murmuro, dejando que los recuerdos lleguen a mi memoria—. Luego de un tiempo, comprendí que no era más que una mentira. Papá forjó su dichosa empresa de exportación a base de mentiras y engaños, llevándolo a él y a nosotros a una vida llena de zozobra —mi ceño se frunció—. Tenía diez, a papá lo descubrieron, robando supongo, no lo sé. Tuvimos que irnos de Dortmund, huir, él era el criminal y nosotros debíamos correr —resoplé—. Que increíble.

>> Íbamos en el auto, luego dos camionetas nos interceptaron, papá perdió el control y chocamos —temblé, la mano de Kyle se pierde entre mi cabello, tirando de mi cabeza hacia atrás para que pueda ver sus ojos en medio de la oscuridad—. Marcelino iba conmigo en la parte trasera, pero mi pierna sufrió las consecuencias.

—¿Y tus padres, Mel? ¿Murieron en el choque? —preguntó, su mirada era firme sobre mis ojos.

—No, el choque fuer aparatoso. Todos los vidrios de la ventana estaban incrustados en mi rodilla, dejando un río de sangre. La ambulancia llegó y nos llevaron al hospital, en el trayecto me desmayé y no recuerdo nada más — apreté mis dientes, odiando no poder recordar mucho después de eso—. Cuando desperté, Marcelino me dijo que mamá y papá habían muerto, tenía diez, pero no era idiota —solté una risita carente de humor, era estúpido recordar todo eso—. Le exigí que me contara, y así lo hizo. Mamá y papá murieron, pero no en el choque, los asesinaron cuando intentaron salir del país.

La sed de mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora