63. El mundo se acaba.

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Mis pies se mueven sin descanso mientras camino de un lado al otro por la cocina, Gabriel me sigue de cerca como si quisiera cerciorarse de que no me vuelva literalmente loca

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Mis pies se mueven sin descanso mientras camino de un lado al otro por la cocina, Gabriel me sigue de cerca como si quisiera cerciorarse de que no me vuelva literalmente loca.

—Basta de caminar junto a mí —le pido, cerrando los ojos un segundo.

—Lo siento —se detiene detrás de la barra, mirándome apenado.

Suspiro, me paso las manos por el rostro y me quito los mechones que se escapan de mi trenza.

—No, perdóname tú a mí —suelto, mirando sus ojos—. Es que estoy nerviosa.

Despertar sin Kyle fue algo que me tomó por sorpresa, y la opresión que tenia en el pecho apenas y me dejaba respirar con tranquilidad. Azucena estaba haciendo las compras con uno de los hombres de seguridad, pues le había convencido de que me encontraba bien y que podía hacer sus cosas sin preocuparse por mí.

Me estaba ahogando, sentía que algo malo estaba sucediendo, pero no quería hacerme ideas en la cabeza. Intenté pensar en otra cosa, pero ver a Kyle hoy en la madrugada, tan tranquilo y tan seguro de que me protegería, era algo que no me gustaba mucho.

Sabía qué él estaba dispuesto a dar su vida por mí, pero ¿a qué costo?

—Cálmate, todo está bien —dice Roger, quien había llegado apenas lo llamé para decirle que Kyle no estaba en casa.

—¿Has hablado con él? —cuestioné, caminando hacia él.

—No, pero de seguro no es nada —apretó mi hombro y me regaló media sonrisa, pero eso no logró tranquilizarme.

Tenía los pelos de punta, y el miedo se acentuaba cada vez más en mi cuerpo. Llevé mis manos a mi vientre para tratar de calmar a mi bebé, quien se movía sin descanso.

—¿Crees que esté bien? —susurré hacia él, que me miró por unos largos segundos—. ¿Y si está pasando algo malo?

—No lo creo —tragó con fuerza, y frunció el entrecejo, como si tratase de convencerse más a sí mismo que a mí—. De seguro no es nada y estamos haciendo una tormenta en un vaso de agua.

Suspiré, me acerqué a la encimera y apoyé mis codos sobre la misma, dejando carro mi rostro entre mis manos.

—¿Dónde está Audrey? —cuestioné para pensar en otra cosa.

—Con Héctor, están arreglando algo con su familia o algo así —responde, asentí cuando un fuerte dolor mi vientre de pronto, pero intenté contener la reparación hasta canalizarlo completamente.

—No entiendo por qué sucede esto —lo miré, su ceño se frunció—. Un día las cosas están bien y al otro simplemente no.

Roger bajó la mirada un segundo, soltando un suspiro y frotando su barbilla, nuestros ojos se encontraron y vi algo en sus irises verdes que no me gustó, pero me las arreglé para no indagar.

La sed de mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora