49. Volver a casa.

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Sigo mareada, y algo me dice que fue por el golpe, la enfermera apoyó mi teoría y me suministró más medicamentos

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Sigo mareada, y algo me dice que fue por el golpe, la enfermera apoyó mi teoría y me suministró más medicamentos. Me dijo que podía descansar esa noche en el hospital, y que el día de mañana podía irme a casa.

Había obligado a Kyle a ocupar el lugar junto a mí, mientras que yo me acurruqué contra su pecho. Uno de sus brazos me rodeó y me apretó con fuerza.

—¿Es normal que estemos en el hospital? —pregunté confundida, pues creí que no podíamos venir.

—Toda esta planta está vacía, Mel —murmuró—. Solo estás tú y Audrey.

—¿Se puede hacer eso? —eché mi cabeza hacia atrás y lo miré, una sonrisa burlona aparece en sus labios.

Yo puedo hacer eso —rodé los ojos.

—Sí, señor todopoderoso —escuché su risa, luego sentí sus labios en mi frente—. Eres un odioso.

—Y tú una preciosura —susurró antes de bajar sus labios a los míos, besándome lentamente, jugando con mi labio inferior—. No sé qué sería de mí si no te tengo.

—Eso no pasará —acaricio su mejilla, pasando mis dedos por el lóbulo de su oreja, sumergiéndome en su mirada azul—. En todo caso, yo no sería nadie sin ti —apoya su frente sobre la mía—. Te amo, amor.

—Y yo te amo a ti —murmura, paso mis dedos por el contorno de sus labios—. Lo eres todo para mí, Mel.

—Y tú lo eres todo para mí —lo beso unos segundos—. No me perderás, tengo que joderte la vida por muchos años más.

—Toda la vida —me sonríe, pasando su mano por mi cadera. La delgada tela de la bata no se interpone entre nosotros, pero él no intenta nada más—. Deberías dormir.

—No quiero —hago un puchero sobre su boca—. Bésame.

—Eres una pervertida —muerde mi labio inferior—. Una manipuladora que me obliga a hacer cosas malas.

—Vamos, bésame —metí mi mano en su cabello, atrayendo su rostro al mío.

Nuestros labios se juntaron y su mano se metió bajo la bata, subiendo lentamente por mi pierna. Mi piel se eriza ante el roce de sus dedos, mientras abre mis piernas con su mano.

—Shhh —susurra, gimo inevitablemente, ante el contacto de sus dedos sobre mi punto de placer.

Mis ojos se cierran y mi espalda se arquea, muerdo mi labio y trato de callar los sonidos que salen de mi boca. Aprieto mi mano libre en alrededor de su brazo y ahogo un grito con la otra cuando dos de sus dedos se deslizan mi interior.

—No deberíamos... estar haciendo esto, estamos en.... un hospital —murmuro tan ida, que apenas y logro reconocer mi voz.

—Tú lo querías —dijo, pasando sus labios por mi mejilla y mi cuello—. Aunque, puedo tenerme. ¿Quieres que pare?

La sed de mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora