42. "¿Por qué tú?"

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El silencio se hace perpetuo con el pasar de los minutos, la oscuridad se acentuó sobre las calles de Rusia, y los amargos recuerdos se aferraron a mi mente

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El silencio se hace perpetuo con el pasar de los minutos, la oscuridad se acentuó sobre las calles de Rusia, y los amargos recuerdos se aferraron a mi mente. Llevándome a sumergirme en la eterna soledad de la noche, aislándome de todo por tan solo por un rato. Pero, el tiempo se había pasado literalmente volando, logrando que se hicieran las diez de la noche y que yo siguiera dando vueltas como loco en mi auto por toda la cuidad.

Mi cabeza estaba a punto de explotar, solo quería llegar a mi casa y tomarme una pastilla para la migraña, encontrar a Mel y dormir aferrado a ella, como cada noche.

Melissa era mi bálsamo de paz, ella calmaba al monstruo en mi interior, me llenaba de tranquilidad. Ella era lo único constante en mi vida, lo único que lograba hacerme mantener la compostura y seguir de pie. Y, ahora mismo, necesitaba una dosis de ella para aplacar los pensamientos extraños de mi mente.

Apreté los dedos alrededor del volante y lo giré, adentrándome a la autopista y pisar el acelerador a fondo. No quería perder el tiempo, quizás podía encontrar a mi esposa despierta, y así podría hacerla reír un rato. Sí, su risa es una gran terapia, eso lograría calmar mis nervios. Ver sonreír a Mel, es como ganarse un premio, e incluso, algo más importante.

Ahora, necesitaba con urgencia ver las pequeñas arruguitas que se le hacían a cada lado de los ojos, ver su nariz roja y fruncida, ver los minúsculos y casi invisibles hoyuelos que se marcaban en las mejillas, esos que solo yo he descubierto. Melissa es oro puro, y soy afortunado por tenerla.

El camino fue ameno, llegué más rápido de lo que creí y me sorprendí al encontrarme con las luces apagadas. Estacioné el auto y me bajé del mismo, encontrándome con Óscar cerca de la puerta de entrada.

—Buenas noches, señor —le di un asentimiento.

—¿Todo está en orden?

—Perfectamente —asintió.

—¿Y Mel? —pregunté.

—La señora no ha salido en todo el día.

Fruncí el entrecejo, un tanto extrañado por esa información.

—Gracias, Óscar —fue todo lo que dije antes de entrar a la casa.

Todo estaba en completo silencio, me parecía realmente extraño, sabiendo que Melissa sabía exactamente la fecha. No quise darle vueltas al asunto, así que fui directamente a la cocina por un vaso de agua y una pastilla para el dolor de cabeza. Me sorprendí al ver a Azucena todavía en la cocina, miré el reloj y eran pasada las once, cosa que me dejó confundido.

—¿Qué haces despierta a estas horas, Azu? —le pregunté yendo a la nevera, sentí su mirada sobre.

—Quería verte llegar entero a casa, mi niño —sonreí, ella me miró con ese infinito cariño que me tenía, ese que yo también sentía por ella—. ¿Te sientes bien?

La sed de mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora