57. Regalos y sorpresas.

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Me bajé del auto sintiendo como la adrenalina me corría por las venas, despertando al mounstro que ha estado dormido en mi interior desde que Mel llegó a mi vida, dejándolo tomar posesión sobre mí

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Me bajé del auto sintiendo como la adrenalina me corría por las venas, despertando al mounstro que ha estado dormido en mi interior desde que Mel llegó a mi vida, dejándolo tomar posesión sobre mí. Caminé a paso firme, moviendo mi cuello de un lado el otro para despejarme y enfrascar toda mi atención en una noche que será totalmente satisfactoria para mí.

La casa frente a mí parecía mucho más deteriorada de lo que recordaba, ha pasado tanto tiempo desde la última vez que vine que me sentí extraño. Claro que, nada de eso importó cuando la puerta se abrió y un Roger con una sonrisa diabólica me devolvió la mirada. Conocía ese brillo en sus ojos, esa maldad que atravesaba su sonrisa y la cantidad de pensamientos enfermizos que están pasando por su mente.

—Hace tiempo que no me divertía así —soltó una carcajada, una que me llenó de fortaleza—. Te dejé lo mejor para el final.

—La cereza del pastel —le sonreí y caminé junto a él hacia una de las habitaciones de la casa—. ¿De quién se trata?

—Míralo por ti mismo —la puerta se abre, una imagen demasiado satisfactoria para el mounstro morboso que vive en mí.

El tipo estaba sentado en una silla, amarrado de manos y pies al metal de la misma. La mitad de su rostro estaba desfigurado y la sangre salía a chorros por su nariz, inhalé profundamente cuando sentí aquel pinchazo de satisfacción al verlo en ese estado.

—Bruno Rizzo —pronuncié su nombre lentamente, para después soltar una carcajada.

Bruno Rizzo.

Italiano y el jefe del país, otro de mis peones y fichas de mi juego. Lo puse a cargo por su potencial en el engaño, en su talento en deshacerse de las evidencias y de su facilidad para distribuir sustancias ilícitas.

—Hola, Bruno —caminé hacia él, quitándome mi chaqueta y dejándola en la mesa junto a las pinzas de acero inoxidable. Su ojo bueno me miró con odio, desprecio, miedo—. Hace tiempo que no te veía, ¿cómo has estado?

—Maldito hijo de puta —escupió, reí, le hice una seña a Roger para que se acercara—. Vas a matarme de todas formas, no hagas tanto rodeo.

—¿Qué tal la familia? —lo miré, Roger sujeto su mandíbula con fuerza, enterrándole las uñas en la piel—. Me dijeron que tú esposa está de vacaciones, ¿cómo está tu hija?

—Ni se te ocurra meterte con mi familia...

—Tú te metiste con la nuestra —sisea Roger, sacando una navaja de su bolsillo y tendiéndola en mi dirección—. Estás con Bancardi en nuestra contra, te pasaste con nuestra chica, ¿verdad? Fuiste tú quien mató a Müller.

—Y lo disfruté demasiado —miré su sonrisa petulante, su cara cubierta de sangre y su expresión repugnante—. ¿Tu esposa recibió mi regalo? Me encargué personalmente de escoger la mejor pieza...

La sed de mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora